lunes, 18 de mayo de 2020

3.2 En las entrañas de la inestabilidad típica

 (volver al índice)

  1. Un rombo de decisión
  2. La tecnología nuclear
  3. Alteraciones en el medio ambiente
  4. La agonía del trabajo
  5. Conclusiones




1.   Un rombo de decisión

En la entrada anterior dijimos que en la historia evolutiva de una civilización inteligente siempre existe una inestabilidad típica, un intervalo de tiempo breve e inestable durante el cuál la especie se adapta a sí misma, a su tecnología, a su tamaño, y logra perdurar en el tiempo.
En los diagramas de flujo dibujamos un rombo para representar una situación que se abre en dos alternativas (fig. 1). La inestabilidad típica es un rombo de decisión en la historia evolutiva de un mundo inteligente. Se trata de una decisión natural que está justo al inicio de una inteligencia perdurable. Todavía no hemos dicho si esas inteligencias pueden existir, si el rombo produce una salida por ese lado, si alguna civilización puede adaptarse a su propia tecnología; pero si pudiera hacerlo, entonces nuestro rombo se transforma en un censor cósmico que deja pasar unas civilizaciones y no deja pasar a otras; un factor de selección que sigue adelante con las inteligencias longevas y frecuentes y deja atrás a las efímeras. Una selección que regula y moldea de una forma natural la inteligencia en el universo. Antes de la inestabilidad, la vida es un fenómeno planetario, después de la inestabilidad, nace un nuevo actor capaz de moverse a voluntad de un astro a otro.
Si las civilizaciones tecnológicas estables existieran, estarían a la salida de un rombo como este, porque el rombo es típico y determina su nacimiento. El asunto es importante para nosotros porque todas las evidencias indican que justo ahora estamos dentro de uno de esos rombos.
4- Representación de un algoritmo con diagramas de flujo ...
Figura 1: Rombo de decisión

La inestabilidad típica no es una caótica mezcla de cosas sin sentido que ocurren apretadas en el tiempo. Algunos procesos se dan en un mundo y no se dan en otros; como la destrucción de la capa de ozono, que solo se puede operar en planetas con capas de ozono; pero existen procesos comunes a toda civilización capaz de acumular tecnología. Es importante conocer en detalle las situaciones comunes de esta inestabilidad porque son ellas las que construyen las características presentes en todas las estructuras tecnológicas estables que pueden existir.
La capacidad de resolver problemas utilizando dispositivos físicos implica entre otras cosas, una clase de conocimientos. Es posible que diversas especies de diferentes civilizaciones de distintos mundos aprendan a encender fuego de diferente manera, pero todas esas maneras pertenecen a la misma clase de soluciones, y si usted hace algo de todo eso, seguro que encenderá fuego.
Dos civilizaciones que dominan tecnología para realizar la misma cosa tienen la misma clase de conocimientos. Puede parecer extraño ya que dos especies inteligentes pueden incluso diferenciarse en el replicador molecular en que se sustenta su química biológica, pero si ambas encienden fuego, entonces dominan la misma clase de conocimiento.
Las especies que acumulan tecnología comienzan a parecerse conforme sus tecnologías logran las mismas cosas. Si las dos son capaces de viajar por el espacio, entonces se parecen en que ambas conocen las leyes que dominan el movimiento; ambas conocen la inercia o el principio de acción y reacción o la constante de la gravitación universal. El universo es único y sus leyes son comunes a todas las civilizaciones. Las civilizaciones son similares porque existe un universo único que cataliza la similitud.


2.   La tecnología nuclear
Medios 
Dos civilizaciones que desembocan en la inestabilidad típica tienen el mismo tipo de problemas porque ambas sufren un incremento desmedido de su población y su tecnología. Uno de estos problemas es el derivado del uso de la energía. Cuando una civilización se independiza de la vulgar tracción a sangre, las posibilidades se multiplican, y las soluciones tecnológicas se disparan. Pero también se dispara el consumo de energía.
La humanidad ha desarrollado varias formas de obtener energía, aunque la utilización de combustibles fósiles se ha transformado en la fuente principal [1]. Existen muchos procesos naturales y cada uno de ellos invita a un proceso de extracción. Podemos producir energía fósil, solar, hidráulica, mareológica, eólica, biológica o nuclear. Para resolver el problema de la energía, todas las civilizaciones tienen abierto el mismo menú, y lo que condiciona el uso mayoritario de una u otra opción es el medio ambiente de cada mundo. Algunos mundos tienen mucho viento y pocos carburantes, otros tienen mucha luz y poco viento. El medio ambiente es quien gobierna la selección; pero siempre habrá una selección porque siempre existirá el mismo problema para resolver.
A nosotros nos interesa ver de qué modo irrumpe la energía nuclear en una civilización tecnológica y si aparece antes, durante o después de la inestabilidad típica.
Muchos de los desarrollos tecnológicos que imaginamos ya durante la fase estable resultan impensados sin la tecnología nuclear. Es imposible, por ejemplo, que una especie pueda conquistar el espacio sin conocer esta tecnología. Pero mucho más aún, una civilización no puede adaptarse a su tecnología de manera completa si no sabe arrancar energía de los núcleos, porque si se hubiese adaptado, se desadaptará cuando la aprenda. La tecnología nuclear no puede desarrollarse después de la inestabilidad típica. Tampoco puede desarrollarse antes porque si una civilización sabe cómo extraer energía de los núcleos, entonces ya es capaz de alterar algunos parámetros globales de su mundo.
El control de la energía nuclear es una capacidad que toda civilización desarrolla durante la inestabilidad típica, ni antes ni después. Resulta de la previa acumulación de tecnología y se edifica so pretexto de mitigar las necesidades de consumo de energía de su creciente población. Pero su posible uso bélico resulta sumamente peligroso, porque funda el momento donde la supervivencia o extinción de una civilización deja de estar al arbitrio de la madre naturaleza y comienza a estar en manos de la especie inteligente. Una civilización con tecnología nuclear puede suicidarse presionando botones. Una civilización sin tecnología nuclear, no puede hacerlo. Es una pequeña diferencia que hace una enorme diferencia.
Si una especie marcha hacia una conflagración global, el uso bélico de la energía nuclear resultaría sumamente peligroso porque la especie podría extinguirse en ese caso. Y las probabilidades de enfrentamientos aumentan durante la inestabilidad típica. Para que una especie se extinga como consecuencia de una conflagración nuclear global, es preciso que su especie atraviese una sucesión temporal de estados que definirán su progresivo acercamiento a esta situación de colapso. Una descripción de esos estados podría ser la siguiente:

  1. Aparece la tecnología nuclear
  2. Se fabrica la primer arma nuclear
  3. Se fabrican armas nucleares en cantidad suficiente para provocar la extinción de la especie
  4. Estalla una guerra nuclear masiva
  5. La especie inteligente se extingue como consecuencia de  una guerra nuclear masiva

Recordemos que $P_{ex}(t)$ es la probabilidad de que una especie se extinga en las 5 generaciones siguientes a $t$.
Como hemos dicho ya, el estado 1 de esta lista siempre ocurre durante la inestabilidad típica y el estado 5 se corresponde por definición, a un 100% de probabilidades de extinción de la especie inteligente durante las 5 generaciones siguientes a $t$.
Si una especie se extingue como consecuencia de una guerra nuclear masiva (estado 5) entonces antes debe estallar una guerra nuclear masiva (estado 4) y antes se deben fabricar armas nucleares en cantidad suficiente para provocar la extinción de la especie (estado 3). Pero antes debe fabricarse un arma nuclear por primera vez (estado 2) y aún antes debe saberse cómo hacerlo (estado 1). Cada estado implica la preexistencia de toda secuencia anterior. En particular, el último estado implica la preexistencia de toda la lista. Estudiar la posibilidad de que una especie inteligente se extinga como resultado de una conflagración nuclear es equivalente a revisar la posibilidad de que atraviese toda la secuencia de estados de 1 a 5.
Si $t_1$, $t_2$, $t_3$, $t_4$ y $t_5$ representan los instantes en que aparecen los estados 1, 2, 3, 4 y 5 de la lista, entonces, a igualdad de los demás factores,

$$P_{ex}(t_1)<P_{ex}(t_2)<P_{ex}(t_3)<P_{ex}(t_4)<P_{ex}(t_5)=1$$

En la sucesión de estados de 1 a 5 se opera un progresivo acercamiento a la extinción de la especie inteligente, de modo que la probabilidad de que una especie se extinga durante las siguientes 5 generaciones es tanto mayor cuanto más cerca estemos del estado 5.
El estado 1 es un momento crucial en la historia evolutiva de una civilización tecnológica porque en él se configura la posibilidad de que la especie se extinga como consecuencia de una conflagración nuclear. En el instante $t_1$ la probabilidad de extinción da un salto hacia arriba. Una especie que aprende a extraer la energía de los átomos tiene más posibilidades de extinguirse que inmediatamente antes de aprenderlo. Salvo casos muy excepcionales [2], la liberación de energía nuclear no es un elemento propio de la naturaleza de un astro frío, de manera que este logro significa la incorporación a la biosfera de un fenómeno sumamente energético y potencialmente peligroso que debe modificar drásticamente los valores del  indicador.
Una civilización podría alcanzar el estado 1 y no alcanzar jamás el estado 2 o bien porque la especie se extingue antes por otros factores; o bien porque sufre un retroceso evolutivo y pierde la capacidad nuclear; o bien porque logra atravesar la inestabilidad típica sin fabricar jamás un arma nuclear. Finalmente podría ocurrir que la especie construya su primer arma nuclear avanzando hacia el estado 2.
A partir de aquí, todos los estados son inestables. El estado 2 es inestable porque quien ha fabricado un arma nuclear, o bien la destruye o bien construye muchas. Sin embargo, ambas alternativas son asimétricas; es mucho más probable que la civilización construya muchas armas a que destruya la que construyó, porque la inercia que la impulsó a fabricar un arma, la llevará a fabricar muchas.
Una civilización en estado 3 es una civilización en "alerta roja". Ha construido suficientes armas para ocasionar su propia extinción. Es un niño con un revólver cargado apuntándole a su sien y con el dedo en el gatillo. Su situación es sumamente inestable y sus posibilidades de extinción son ahora muy altas.
Por último, si en una civilización estalla una guerra nuclear masiva, las alternativas de que sobreviva son prácticamente nulas. Una guerra tal sería tan breve que casi no habría posibilidad de detenerse a tiempo. Todo lo que sucedería ya estaría determinado en el estado anterior. 
Probablemente nuestra civilización se encuentre en el estado 3, ha creado suficientes armas para destruirse. Su situación es sumamente crítica. Ya hemos dicho todo esto, pero es necesario repetirlo porque aún no hemos aprendido la lección. Alguien cree que las armas son solo persuasivas. Alguien cree que los muertos no serán tantos. Alguien cree que puede ganar la guerra. Alguien cree que la civilización no está en peligro. Se yergue ante nosotros un futuro repleto de armas ensiladas e ingenuos creyentes.
En resumen, toda civilización tecnológica desarrollará la capacidad nuclear en algún momento de la inestabilidad típica. La tecnología necesaria para dominar la energía del átomo es una de las cosas que tienen en común todas las civilizaciones que atraviesan el período crítico.
Adaptarse a la tecnología nuclear significa poder convivir con la capacidad de extraer energía de los átomos sin ser un riesgo para sí misma.

3.   Alteraciones en el medio ambiente
Cuando una civilización ingresa en la inestabilidad típica ya está alterando el mundo en el que vive. Este hecho es verdadero por definición y no depende de la naturaleza de la civilización de la que hablemos. Pueden tratarse de grandes planetas rocosos o de pequeños satélites como la Luna; mundos con grandes océanos o sin más agua que el rocío; especies terrestres o acuáticas, que viven en la superficie o en lo profundo, utilizando el brillo de su estrella o la energía calórica del centro. Una especie organizada en muchos países o varias especies inteligentes formando un solo gran país. Distintas civilizaciones impactarán de diferente manera en diferentes mundos, pero absolutamente todas alterarán el desenvolvimiento de la naturaleza cuando ingresen en la fase crítica.

La relación física entre los individuos de una especie inteligente y su mundo, siempre tiene dos canales: La demanda de recursos y la generación de residuos. Los recursos pueden ser bienes, como el alimento, la ropa o el agua, donde se incluye un objeto físico; o servicios, como cuando tomamos un tren, contratamos un servicio de cable o un seguro médico. También puede ser un híbrido entre bienes y servicios, como una cantina o un hotel. Los ejemplos son muy humanos, pero el caso general que imaginamos no varía con la especie inteligente.
Para producir un bien o un servicio, se debe poner en marcha un proceso cuyos elementos son comunes a cualquier civilización:

  1. Un conjunto de elementos de entrada, como energía, recursos humanos (individuos inteligentes en general), herramientas, materiales, etc.
  2. Un proceso o flujo de transformaciones entre los elementos de entrada orientado a la obtención de un producto.
  3. Un producto, bien o servicio.
  4. Un conjunto de residuos generados durante el proceso.
Si además el producto es un bien, se transformará en un residuo al final de su vida útil y habrá que agregar este residuo al final de la lista. Cualquier civilización que imaginemos debe recorrer este camino. Puede estudiar el mercado, diseñar el producto, hacer una prueba piloto, implementar tales o cuales técnicas de producción o no hacer nada de lo anterior; pero siempre habrá una entrada, un proceso, un producto y un residuo.
Es de esperar que durante el período pretecnológico, la especie inteligente ponga en práctica procesos productivos sin atender la capacidad del ecosistema de proveer los materiales y digerir los residuos. Las actividades productivas todavía resultan insignificantes frente a la envergadura del ecosistema. Es como talar un árbol para construir una choza en medio de la inmensidad.
Sin embargo, a medida que la civilización crece en número de individuos y desarrollo tecnológico, esta situación comienza a revertirse mostrando su naturaleza problemática; primero bajo la forma de degradaciones regionales y luego generando procesos degradantes globales. Cuando la degradación ambiental se globaliza, la civilización ingresa en la inestabilidad típica. 
Esto desnuda otro patrón común:
Toda civilización tecnológica deberá afrontar durante la inestabilidad típica la degradación global de algunos aspectos de su ecosistema debida a la generalización de procesos habituales asociadas a la utilización de dispositivos tecnológicos.
Probablemente, el ingreso de las civilizaciones inteligentes al período crítico no lo constituye el advenimiento del arsenal nuclear ni un gran desorden económico sino la progresiva degradación medioambiental que resulta como consecuencia de la acumulación de procesos durante la inestabilidad esencial.
Cualquier civilización tecnológica estable que haya atravesado la inestabilidad típica hace mucho tiempo, debería haber resuelto ya estos problemas. Pero del mismo modo como los problemas son típicos, las soluciones también lo son. Para que un proceso productivo sea sustentable existen dos preceptos que toda civilización debe seguir:
  • El ecosistema debe ser capaz de renovar los materiales de entrada a un ritmo mayor que su utilización.
  • El ecosistema debe ser capaz de regenerar los residuos del proceso o la deposición final del producto a un ritmo mayor que su generación.
Si un proceso productivo no cumple con el primer precepto no podrá realizarse indefinidamente. Se tornará inviable cuando se agote algún material de entrada.
Si un proceso productivo no cumple con el segundo precepto, no podrá realizarse indefinidamente porque los residuos que violen el precepto originarán una saturación crítica en el medio ambiente.
Estas dos razones son generales y, por lo tanto, válidas para toda civilización que imaginemos
Un  proceso productivo sólo puede ser sustentable cuando cumple con las dos condiciones enunciadas, y una civilización tecnológica sólo podrá ser estable cuando todos sus procesos productivos sean sustentables. Si bien existen formas rebuscadas de violación a estas dos condiciones que de todos modos cumplen con la sustentabilidad ecológica a largo plazo, ninguna puede intentarse conscientemente dentro de la inestabilidad típica, cuando todavía no se controlan las alternativas ortodoxas.
En la Tierra, por ejemplo, la producción de energía termoeléctrica viola el segundo punto, porque genera como residuo emisiones de CO2 que la naturaleza no logra absorber completamente. El CO2 es un gas de efecto invernadero que se acumula en la atmósfera y modifica su composición química de una manera continua, participando del calentamiento planetario.

Cuando un proceso ocurre de manera continua hasta atentar contra  la sustentabilidad del ecosistema, la civilización deberá tomarse un tiempo para reconocer la degradación, detectar las causas y evaluar su impacto. Durante este tiempo, la civilización toma conciencia de que debe actuar. Pero la duración de la toma de conciencia es un factor crítico. Todo proceso de degradación ofrece una ventana temporal característica, que comienza cuando la civilización toma conciencia del problema, dura mientras aún es posible retrotraerlo a su situación anterior y se cierra cuando los parámetros desbordados entran en relación sistémica con otros aspectos de la biósfera y ya no será posible revertir la situación y evitar su impacto negativo. 
Dado un proceso degradante, nada le asegura a una civilización que la duración de su toma de conciencia sea menor que la ventana característica de dicho proceso. Podría ser que la civilización tome conciencia del problema cuando ya no tiene chances de resolverlo. El tiempo para detectar y resolver un proceso degradante depende, como mínimo, del conocimiento científico y de las posibilidades tecnológicas. En cambio la duración de una ventana característica depende de la naturaleza del fenómeno, su interacción con otros elementos del sistema natural y la intensidad de las prácticas degradantes. Los factores que intervienen en la duración de la toma de conciencia son independientes de los que determinan la duración de una ventana característica. Es posible que en algunas civilizaciones se presenten procesos de degradación global tales que sus ventanas características se cierren antes de que la civilización haya tenido tiempo de tomar conciencia del asunto.
Una vez alcanzada la toma de conciencia de un proceso degradante, la civilización deberá diseñar, acordar e implementar un programa de solución antes que la ventana característica se cierre. Pero acordar un programa puede ser un proceso sumamente traumático para una civilización. Lo es para nosotros.
También es de esperar que las prácticas más degradantes sean las más difundidas, las más frecuentes, las más generalizadas y, posiblemente también, las más básicas, aquellas sobre las que se apoyan muchos otros procesos productivos. El mal a erradicar podría haber quedado enquistado en una compleja red que comprenda a buena parte de las actividades productivas de la civilización. En estos casos, el remedio podría parecer peor que la enfermedad, y remover el proceso podría parecer más catastrófico que las consecuencias de no hacerlo. Pero los pareceres se acaban cuando se enciende la realidad: ningún proceso degradante es sustentable. 
El comportamiento de nuestra civilización a la hora de diseñar, acordar e implementar un programa que mitigue el cambio climático global, encaja con el tipo de encrucijada que hemos descrito recién, y parece razonable suponer que este tipo de problemas podría ser bastante común entre las civilizaciones que deben atravesar la inestabilidad típica, porque su causa, aquello de que las actividades más degradantes suelen ser las más difundidas y enquistadas, puede ser una manera típica de emergencia de los procesos de degradación.
Pero existe todavía una complicación más. Cuando una civilización ingresa en el período inestable, toda su estructura productiva impacta más o menos al mismo tiempo sobre el medio ambiente. El crecimiento de su población y su tecnología enciende todos los problemas a la vez. Incontables procesos degradantes hacen su aparición uno tras otro, precipitadamente. Todos ellos latían en estado embrionario durante la fase pretecnológica, cuando nadie los veía. Pero ahora, un repentino sol de primavera ha madurado esos tallos y todo el bosque florece desenfrenadamente. La civilización se choca de frente con su ecosistema. Una legión de ventanas características de procesos degradantes se abren casi al mismo tiempo; todas reclaman una rápida acción y amenazan con cerrarse. A la biosfera se le presenta súbitamente un nuevo actor: La civilización tecnológica. Antes no estaba allí y su aparición no sigue la tradición de los lentos cambios geológicos.
En resumen, las degradaciones medioambientales son otro de los factores comunes que se presentan durante la inestabilidad típica. Muchas de sus características son también típicas; se generan durante los procesos productivos como resultado de la acumulación de residuos o la sobreexplotación del ambiente. El tiempo para actuar y resolverlas está acotado por las mismas razones en todas partes: todo debe resolverse antes de que las ventanas se cierren. Las degradaciones aparecen todas a la vez y las más frecuentes son las más básicas. Estas cosas ocurren en todas las civilizaciones que ingresan a la inestabilidad típica y por lo tanto son comunes a todas ellas.


4.   La agonía del trabajo

Cualquier especie inteligente que imaginemos está formada por individuos que comen, beben, se visten, se abrigan del frío y aprenden del entorno entre muchas otras cosas. Todas necesitan, entonces, de un modelo de distribución que organice el reparto de las cosas entre la población.
En todas las especies que acumulan tecnología, los individuos participan del juego económico de dos modos a la vez: como productores de bienes y servicios y como consumidores de los mismos. Es necesario que produzcan para poder consumir lo que produjeron. Pero la relación no es simétrica, la naturaleza los obliga al consumo, no a la producción. Los pájaros no producen y los gorilas tampoco. Consumir es natural, producir es tecnológico. Las especies con tecnología producen porque con ello logran aumentar la esperanza de vida. Una especie que produce se aleja del consumo natural de bienes, por un lado, e incorpora el consumo de servicios por el otro. La naturaleza no nos proporciona una bolsa de carbón, un kilo de harina, un libro, un vestido, un automóvil o un ordenador. Alguien tuvo que producir esos bienes para el resto. Cuando los individuos adquieren estos bienes, mejoran su supervivencia y bienestar; pueden consumir todo sin tener que producir más que una cosa.
En todas las civilizaciones inteligentes los individuos se relacionarán con su medio de este modo. Los seres humanos asignamos un valor a los bienes y servicios y otro valor a las horas trabajadas de modo que las personas puedan intercambiar esas horas trabajadas por esos bienes producidos. Una forma ordenada de hacerlo es el dinero como representante del valor de los productos y las horas trabajadas. Pero no importa cómo lo hagamos nosotros; en las civilizaciones tecnológicas los modelos económicos deberían encargarse de institucionalizar la relación entre los individuos dada su función como trabajadores y consumidores.
Las civilizaciones inteligentes acumulan tecnología hasta que la misma les permite introducir modificaciones en su medio ambiente global. En ese momento, y por definición, ingresan en la inestabilidad típica. Pero el proceso típico que deseamos relatar comienza mucho antes porque la acumulación de tecnología comienza con la propia especie.

Mientras aumenta la capacidad tecnológica, aumentan las cosas que esa tecnología puede hacer. Los individuos se nutren de objetos que resuelven problemas y la supervivencia se torna más sencilla. Pero ese incremento tecnológico se opera también dentro de los procesos que producen esas cosas. Al clavo y el martillo le siguen el tornillo y el destornillador, la cizalla, el torno, la máquina de vapor, la electricidad, los motores y los circuitos. Más tecnología es mayor capacidad productiva, mayor cantidad, mayor calidad y menores costos. Pero tarde o temprano, las máquinas terminan haciendo parte del trabajo que hacían los individuos de la especie inteligente. Los dispositivos tecnológicos irrumpen en el mercado laboral y el desplazamiento de los individuos comienza.
La tecnología reemplaza a los actividades de los individuos dentro de los procesos cuando ocurren dos cosas: 
  • La actividad laboral es reemplazable y 
  • El costo disminuye después del reemplazo. 
Es importante señalar que esto ocurrirá siempre que nos encontremos con un proceso de acumulación de tecnología. El reemplazo es típico, se operará en cualquier civilización que acumule tecnología.
Empecemos por el final. En el segundo caso hablamos de una disminución del costo de producción luego del reemplazo. Sería maravilloso que la reducción del costo económico de un proceso fuera equivalente a un incremento de la eficiencia ecológica de dicha actividad porque ello significa hacer lo mismo utilizando menos recursos, que el mundo se gaste menos con la misma actividad. Pero cuando una civilización ingresa en el período inestable, la eficiencia ecológica no representa un problema porque siempre se ha concebido al mundo como una cosa incalculablemente grande. La tecnología busca reducir los costos económicos sin importar cuán eficiente o ineficiente sea desde el punto de vista ecológico.
Sin embargo, la inestabilidad típica progresa, las alteraciones naturales se acumulan y el déficit ecológico aparece cuando la especie inteligente gasta más mundo del que tiene y la civilización se torna perecedera. Cuando el déficit se hace visible, la civilización debe actuar para adaptarse. En este punto estamos nosotros, haciendo visible el déficit ecológico, creando conciencia de su existencia como requisito previo a la acción. Pero esta acción es también típica. Toda especie inteligente deberá volver ecológicamente eficientes aquellos procesos que solo eran baratos. La reducción de costos debe transformarse en una mejora de la eficiencia ecológica. Si los combustibles fósiles permiten crear energía barata pero sucia y el viento permite fabricar energía limpia pero cara, el sistema debe preferir al viento porque el déficit ecológico no es sustentable. Los desarrollos tecnológicos para la reducción de costos deben transformarse en desarrollo tecnológico para la mejora de eficiencia. Esa transformación es lisa y llanamente un cambio en los recursos asignados para el desarrollo. Antes se invertía para financiar mejoras en el costo y ahora deben invertirse para mejorar la eficiencia ecológica porque la civilización es deficitaria. El modelo económico, que antes no permitía esta transición de recursos ahora debe incentivarla.
Si la tecnología se utiliza para mejorar la eficiencia ecológica de los procesos independientemente de su costo, la civilización tiene más chances de ser estable y perdurar. Para esto es absolutamente necesario mostrar el déficit ecológico; gritarlo si fuera necesario. Para que una civilización sea viable, es imprescindible mostrar primero las evidencias de su inviabilidad.
Respecto al primer punto, las actividades laborales son más reemplazables conforme aumenta la tecnología. Es difícil decir cuáles competencias individuales no serán reemplazables jamás porque no sabemos hasta dónde llegará el desarrollo tecnológico de una especie inteligente; pero sí sabemos que en nuestro mundo, el reemplazo tecnológico fue variando con el tiempo. En los últimos 250 años, la masa laboral se movió del agro a la industria y luego de la industria a los servicios conforme la tecnología reemplazaba por dispositivos tecnológicos a nuestros músculos, primero, y a nuestra rutina, después. Cada modificación en el mercado laboral significó un cambio abrupto en las sociedades y el aumento en la velocidad del desarrollo tecnológico implicó un aumento en el ritmo de variación de esos cambios.
En la actualidad, la "internet de las cosas" (IOT) promete conectar cualquier objeto en una red inteligente de modo que es perfectamente posible programar su operación o controlarla desde cualquier punto; la inteligencia artificial (IA) avanza día a día aprendiendo a programarse mejor a partir de los datos e invadiendo ya los procesos productivos y nuestra vida doméstica; los océanos de datos (big data) se están domando rápidamente mediante la minería de datos; la computación cuántica está dando pasos agigantados en su pugna por la supremacía y tanto la nanotecnología como la biotecnología están transformando nuestra forma de hacer las cosas y entender a la naturaleza. La Cuarta Revolución Industrial [3] es la integración de todas estas tecnologías. Muchas cabezas están pensando como desarrollarla y muchas realidades comienzan a ponerse en marcha. Sin embargo, una de las cosas que se plantean es la naturaleza y el destino del trabajo.
Si bien los fenómenos narrados son propios de la Tierra, todo esto es típico. Una civilización que acumule tecnología desarrollará inteligencia artificial o biotecnología, por ejemplo, o bien se extinguirá antes. No hay tercera opción.
La tecnología interviene en el mercado laboral de dos formas opuestas: Destruyendo puestos de trabajo mediante el recambio tecnológico y generando puestos nuevos al abrir nuevos nichos y permitir desarrollos inéditos. Nadie demostró hasta ahora que las horas creadas sean más o menos las mismas que las destruidas. Pero el asunto es bastante más complicado que esto. No basta con contar las horas trabajadas; es necesario evaluar las competencias requeridas y ofrecidas.
En nuestro mundo, la Cuarta Revolución Industrial  representa la destrucción de muchos puestos de trabajo existentes y en una proporción igual o mayor, la perspectiva de una nueva demanda laboral. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol, porque el recambio ha existido siempre. El problema es la velocidad de cambio. Este trabajo nuevo, creado por la Cuarta Revolución Industrial , implica competencias y capacidades para las que no hay oferta, porque algunas tareas requeridas no se han hecho nunca y otras solo pueden ser realizadas por muy poca gente. No se trata de una deriva generacional, como lo fueron las anteriores transiciones; la generación de nuevo empleo tecnológico no es una solución a la destrucción de empleo que la propia tecnología genera, porque nadie está invirtiendo para recapacitar a los  individuos que están quedando sin empleo y no existe una presión natural para hacerlo. Pero además, porque la capacidad de aprendizaje de las personas disminuye con la edad. El problema es aún peor si el nuevo aprendizaje para cubrir esos puestos generados quedara obsoleto dentro de 15 o 20 años porque otra andanada tecnológica irrumpe sobre el mercado laboral.[4]
En general, tenemos un problema evidente. Durante la inestabilidad típica todas las civilizaciones acumulan tecnología inaugurando un proceso de recambio tecnológico. Ese recambio siempre consiste en la destrucción de empleo viejo y creación de empleo nuevo. Cuando el ritmo de reemplazo es mayor que la capacidad de la sociedad de adaptarse a él, la creación de empleo tecnológico deja de ser una solución para la destrucción operada por la misma tecnología. Los individuos desempleados no se pueden recapacitar a tiempo y los nuevos jóvenes talentos corren el riesgo de tornarse obsoletos en menos de una generación. Esto es un problema para los modelos económicos porque el trabajo y el consumo son las dos modalidades de relación entre los individuos y el entorno. Un modelo no funciona si se desordena el trabajo.
Durante la inestabilidad típica, las civilizaciones inteligentes sufren un desorden en el mercado laboral que pone en riesgo a sus modelos económicos. Esto ocurre porque la tecnología crece a un ritmo vertiginoso y los sistemas de producción y distribución no pueden adaptarse a esta velocidad de cambio.
Nosotros no sabemos si esos modelos se adaptan y sobreviven o si son reemplazados por otros. Solo sabemos que un proceso de acumulación de tecnología desordena considerablemente el mercado laboral acelerando la velocidad de recambio hasta límites que cancelan toda posibilidad de adaptación.


5.   Conclusiones

Todas las civilizaciones inteligentes que acumulan tecnología atravesaron, atraviesan o atravesarán un período crítico durante su existencia, que se inicia cuando la tecnología les permite alterar globalmente a su medio ambiente y finaliza cuando se extinguen o bien cuando se adaptan a su propia tecnología y a su propio tamaño.
Durante ese período inestable típico, algunas de las cosas que suceden son también comunes. Aquí hemos revisado tres de ellas:
  • Aprendizaje para extraer energía de los núcleos atómicos
  • Degradación global del medio ambiente
  • Desorganización de partes vitales de los modelos económicos.
Seguramente, durante la inestabilidad típica ocurren más sucesos comunes a todas las civilizaciones, pero estos son fáciles de argumentar como consecuencia de un proceso de acumulación de tecnología.
Encontrar problemas comunes a todas las civilizaciones inteligentes es un punto de partida para estudiar cómo deberían ser las especies que los atraviesan con éxito y para ver si el universo es capaz de construir esas especies.
Si los individuos necesarios son posibles, entonces tendrá sentido buscarlos. Una especie capaz de atravesar la inestabilidad típica conforma una civilización tecnológica estable. Una entidad inteligente tan perdurable que puede cambiar para siempre nuestra concepción del universo.
Pero antes debemos descubrir cómo son los individuos necesarios para atravesar el período inestable.
_________________________

[1] https://datos.bancomundial.org/indicator/EG.USE.COMM.FO.ZS
[2] https://www.xatakaciencia.com/fisica/bienvenidos-al-unico-reactor-de-fision-nuclear-natural-que-se-conoce-en-el-mundo
[3] Video original en ingles (subtitulado al español): https://www.youtube.com/watch?v=-OiaE6l8ysg
[4] http://www3.weforum.org/docs/WEF_Future_of_Jobs_2018.pdf


<página anterior>                                                                  <página siguiente>

Licencia Creative Commons
3.2 En las Entrañas de la Inestabilidad Típica por Cristian J. Caravello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

domingo, 10 de mayo de 2020

3.1 La inestabilidad típica

  (volver al índice)

 



1.   Introducción
Nuestro universo es muy grande. El Sol es sólo uno entre las cientos de miles de millones de estrellas que pueblan nuestra galaxia, y la Vía Láctea es sólo una de las cientos de miles de millones de galaxias que pueblan el universo. Pero este es solo el universo observable. Si una estrella estuviera a 100.000 millones de años luz de nosotros, su imagen no nos habría llegado, porque el universo tiene 13.800 millones de años y la luz es una cota de velocidad.
Concebimos al universo como un abúlico conjunto de estrellas y mundos movidos por la expansión y la gravedad, que solo se ponen en contacto de una manera natural, siguiendo las leyes de la física. Pero esta no es la única posibilidad. Existen al menos, dos modos cualitativamente distintos de concebir al universo. Uno de los modos es el que hemos descrito recién, donde los mundos vagan por el cielo sin contactarse con los otros, más que por eventos naturales. El otro modo es creer que existen cosas que logran saltar a voluntad de un mundo al otro. Nosotros mismos tenemos la incipiente capacidad de hacerlo; hemos saltado a otro mundo cuando fuimos a la Luna. El "pequeño" paso de Armstrong inauguró esta nueva forma de ver al universo: Ahora era posible que unas cosas saltaran a voluntad de un astro a otro porque nosotros lo habíamos logrado.
Digamos, ante todo, que se trata de una absoluta diferencia de calidad. Un universo donde cada cosa se queda en su mundo es muy distinto a un universo donde existen estructuras capaces de saltar a voluntad de un mundo al otro. No solo es distinta la fisonomía del universo; también es distinto lo que podemos esperar que haga. El propio funcionamiento del universo es diferente. Puede parecer irónico, pero nosotros somos la evidencia de que el universo es muy distinto a como creemos que es.
Solo conocemos un mecanismo por el cual el universo construye estas estructuras; es el mecanismo que ha utilizado para construirnos a nosotros. Primero se inicia la vida, un sistema evolutivo capaz de crear una molécula con capacidad de replicarse, luego una membrana en torno al complejo que se replica, creando la célula; después, la agregación celular, creando muchas especies de animales y plantas; y por último, una especie inteligente y cultural capaz de iniciar una civilización tecnológica que salte de un mundo a otro. Este es el único proceso que conocemos y es el que nos guiará en los argumentos que siguen. 
La tecnología es la única estructura conocida por nosotros capaz de cambiar nuestra perspectiva del universo. Existe, pero es muy incipiente; el universo tiene 13.800 millones de años y nosotros llegamos a la Luna hace solo 50 años. En la Tierra, la capacidad tecnológica para cambiar nuestra perspectiva del universo, se está construyendo ahora mismo; pero no creemos que sea la primera vez que esto ocurre en el vasto y longevo universo.


2.   Generalizando humanos.

Algunas de las características de nuestra especie pueden generalizarse a toda especie inteligente. Nuestra intención es seguir adelante con las cosas que se puedan generalizar. No nos importará si hablamos de antropoides cubiertos de plumas o escamas, o si preferimos imaginarlos con una piel como la nuestra pero con cuernos o con cola o con seis dedos; o totalmente diferentes, tal vez como unos calamares gigantes capaces de desarrollar una civilización submarina o como sacos de gas con tecnología de gas; o como quiera que sea la película que usted haya visto. Si la especie desarrolló tecnología, no importa cómo sea esa especie,  diremos cosas aplicables a ella.
Tampoco importa mucho si estas especies alienígenas existen, han existido o existirán. Cualquiera sea el caso, deberán seguir estos procesos. Si siempre han existido, siempre los han seguido; si nunca han existido, deberán seguirlos cuando existan. Nuestras afirmaciones son generales y no están sujetas al tiempo o a la morfología de las especies. De todos modos creemos haber dicho lo suficiente para considerar que ya existen otras civilizaciones tecnológicas además de la nuestra.
Para normalizar el punto de partida, supondremos que todas las especies inteligentes surgen como resultado de un proceso evolutivo operado en un sistema biológico, basado en un replicador molecular y en la evolución de genes por selección natural. En ningún momento supondremos que ese replicador es el ADN ni que los ladrillos constitutivos son las proteínas. Si alguien cree que la tecnología en el cosmos pudiera deberse a procesos diferentes, estas afirmaciones no serán aplicables. Claro que tendrá la responsabilidad de explicarnos su sistema evolutivo.
Si bien el significado coloquial del término "tecnología" o "tecnológico" es suficiente para comprender adecuadamente el texto, es preciso aclarar nuevamente que cuando hablamos de tecnología nos estamos refiriendo a la capacidad de una especie inteligente de resolver problemas mediante la elaboración de dispositivos físicos o lógicos. La aplicación que hacemos del término resulta más amplia y tosca que la usual, pero lo que necesitamos es lo que hemos definido.
Existen especies inteligentes sin tecnología, como los delfines y las cotorras, pero a nosotros no nos interesan esos casos. También existen especies con cultura y aún con una prototecnología, como los chimpancés, que pueden pescar termitas con una rama modificada. Pero a nosotros no nos interesan los chimpancés porque no pueden viajar a las estrellas. El hombre de Neanderthal ya presentaba cultura, tecnología y un incipiente lenguaje hablado. Estaría dentro de nuestra generalización, pero se extinguió. Concretamente, vamos a generalizar el caso de nuestra propia especie a todas las especies con capacidad para acumular tecnología..
Los individuos de una especie que acumula tecnología generación tras generación, nacen en un entorno social que les proporciona soluciones ya inventadas por otros y tarde o temprano comienzan a incrementar su esperanza de vida. Cuando aumenta la edad individual aumenta la población general, y cuando aumenta la población, aumenta la tecnología que puede inventarse y difundirse. Esta simbiosis entre la población y la tecnología nos lleva a la inestabilidad esencial, un proceso exponencial de incremento de la tecnología y la población. Toda especie que puede idear soluciones tecnológicas y tiene la cultura suficiente para trasladar estas soluciones a la generación siguiente, desembocará en una inestabilidad esencial. No importa que la especie sea terrestre o extraterrestre. En algún momento de su existencia, su población y su tecnología se incrementarán vertiginosamente. Esta es la primera cosa que podemos afirmar de las especies inteligentes en general. Si tiene capacidad tecnológica y cultural en grado suficiente para acumular soluciones tecnológicas, tarde o temprano su población crecerá vertiginosamente. Naturalmente, la extinción puede abortar el proceso en cualquier momento, como le ocurrió a los Neanderthales; pero sin una extinción de por medio, la especie desembocará en una inestabilidad esencial.
Para referirnos a una especie, su cultura y su tecnología, hablaremos de una civilización de dicha especie, como cuando decimos "la civilización humana". Sabemos que en otra acepción más refinada, una civilización es un pueblo con una cultura determinada, como la civilización Romana, la Caldea o la Egipcia. Pero aquí nos referimos a una especie completa  y su cultura completa (y en particular, su tecnología). Además, no cualquier pueblo con cultura conforma una civilización; el concepto usual incluye al sedentarismo y el desarrollo de ciudades, pero nosotros no podemos afirmar que estas características sean generalizables a todas las civilizaciones inteligentes.
Existen muchas maneras como podrían clasificarse las civilizaciones. Podemos hacerlo según sean más tecnológicas o menos tecnológicas, más ricas o más pobres, más agresivas o más pacíficas, más igualitarias o más desiguales. A nosotros nos interesan las civilizaciones que pueden saltar de un mundo a otro, del mismo modo como nosotros hemos saltado de la Tierra a la Luna; por eso las clasificaremos de acuerdo a su tecnología.
Independientemente de la existencia de candidatos, nos interesa la siguiente clasificación:
  1. Civilización con tecnología
  2. Civilización tecnológica inconsciente
  3. Civilización tecnológica estable
En el lenguaje usual, una "civilización tecnológica" es igual a una "civilización con tecnología". Pero aquí esto no es así. Podemos considerarlo un lenguaje técnico.
1. Una civilización con tecnología,  es una civilización cuya especie inteligente ha desarrollado soluciones tecnológicas (que en nuestro caso podrían ser el arado, la rueda, las ciudades o la escritura), pero aún es incapaz de impactar globalmente en su medio ambiente. No puede modificar la temperatura, la composición de la atmósfera, la acidez del mar o el ritmo de extinción de especies de forma apreciable dentro de su mundo. La humanidad ha tenido la capacidad tecnológica desde que nació hasta el siglo XIX aproximadamente. Pero cualquier especie inteligente habría constituido una civilización con tecnología, justamente, porque las hemos definido para que acumulen tecnología.
2. Cuando una civilización acumula tantas soluciones tecnológicas que ya puede alterar algunos parámetros globales de su medio ambiente, se transforma en una civilización tecnológica. Es importante comprender la diferencia entre contar con una simple tecnología y poseer una tecnología capaz de alterar el medio ambiente planetario. Es una gran diferencia, por eso hemos creamos justo allí una nueva clase de civilización.
Una civilización que puede modificar los parámetros de su mundo ya puede, si lo desea, suicidarse. Esto es lo que las hace distintas; las civilizaciones con tecnología no pueden suicidarse; las civilizaciones tecnológicas sí. Por supuesto,  no creemos que las civilizaciones decidan suicidarse. La tecnología se les agranda en las manos hasta que se torna peligrosa. La estructura deja de ser sustentable  y sus chances de extinguirse se agigantan. La civilización no se suicida; las cosas le ocurren; no las puede decidir voluntariamente. Tal vez, siquiera conoce el peligro que corre. Es una civilización inconsciente.
3.Llamamos civilización tecnológica estable  a una civilización tecnológica capaz de controlar la tecnología que produce de una manera sustentable, sin acumular alteraciones en su mundo. Huelga decir que, a la fecha, no conocemos ninguna civilización tecnológica estable.

No cabe duda que nuestra civilización es tecnológica e inconsciente, pues es capaz de crear degradaciones globales no sustentables y no deseadas. [2.1], [2.2], [2.3]. También resulta claro que no conocemos a la fecha ninguna civilización que sea consciente de las consecuencias de sus actos tecnológicos, pero estas definiciones nos servirán ahora para decir algunas cosas sobre ellas que nos parecerán simples verdades de Perogrullo y que sin embargo son sumamente importantes..
Si hemos de revisar las posibilidades de que existan civilizaciones tecnológicas estables, capaces de perdurar indefinidamente, debemos buscar entre las civilizaciones tecnológicas conscientes y no entre las inconscientes. La conciencia es condición necesaria para que una civilización tecnológica pueda ser estable. Ser estable es condición necesaria para que pueda ser perdurable y ser perdurable es condición necesaria para que pueda ser frecuente. Una civilización que impacta sobre su ecosistema planetario de manera descontrolada, no puede durar mucho tiempo en esa condición; es inestable, fugaz e infrecuente.
Hasta aquí podríamos pensar que las civilizaciones tecnológicas pueden ser conscientes o inconscientes, como si fueran dos tipos de cosas excluyentes, pero ese no es el caso; una sigue a la otra, toda civilización tecnológica consciente debe atravesar un estadio inconsciente en algún momento de su historia evolutiva. Y si tenemos en cuenta que las estructuras conscientes pueden ser estables y las inconscientes no, entonces:
Toda civilización tecnológica estable debió atravesar una fase inestable en algún momento de su evolución.
Esta afirmación es tan trivial como que la ignorancia antecede al conocimiento; es tan obvia como que el descontrol antecede al control; o como que un soldado en algún momento de su formación debió disparar por primera vez; o como que un conductor en algún momento de su vida debe atravesar el duro trámite de poner en marcha el automóvil por primera vez. Esta afirmación tan trivial es una generalización de nuestro caso a todas las civilizaciones tecnológicas que existieron, existen o existirán. No depende más que de la lógica y la razón. Lo que nos está ocurriendo a los humanos debería ocurrir siempre; en cualquier sitio del universo.
A medida que una civilización se tecnifica, se va acercando al umbral a partir del cual su capacidad tecnológica será suficiente para permitirle modificar globalmente a la naturaleza. Luego de atravesar ese umbral, la civilización, ahora devenida tecnológica, deberá dar unos pasos antes de aprender a manejar a voluntad esa capacidad nueva. Pero estos pasos son sumamente peligrosos, porque, a diferencia del soldado o el conductor, aquí no hay maestros ni tradición que haya dejado manuales tras de sí. La civilización debe aprender a tientas, como un ciego, por prueba y error, y el dispositivo que debe poner en juego es su ecosistema planetario, su mundo. 
Cuando esta instancia nueva hace su aparición, la civilización se encuentra súbitamente expuesta a sufrir una serie de calamidades como consecuencia de su impericia inicial, algunas de las cuales podrían significar un serio retroceso evolutivo, o peor, la extinción de la especie inteligente, o aún peor, la desaparición de la vida en la superficie del planeta. Se trata de una etapa crítica en el desarrollo evolutivo de una civilización que puede condicionar seriamente sus alternativas de supervivencia.
Como estamos hablando de civilizaciones en general, debemos preguntarnos si estos peligros son más o menos frecuentes, más o menos probables; razonablemente despreciables o absolutamente inevitables. Observemos que si la etapa inconsciente de las civilizaciones tecnológicas fuera inevitablemente mortal, no habría ninguna posibilidad de existencia para estructuras inteligentes estables, de modo que no tendría sentido especular sobre su existencia en el cosmos. Todas las civilizaciones se extinguirían después de volverse tecnológicas, tal vez unos cuantos siglos después, y mucho antes de aprender a controlar su tecnología, sosegando su capacidad potencial e inconsciente de destruirse a sí misma, como un mono con un revólver en la mano.



Figura 1

3.   La inestabilidad típica

En la historia evolutiva de toda civilización existe un intervalo de tiempo muy particular, que va desde que adquiere la capacidad tecnológica de alterar patrones globales de su medio ambiente hasta que adquiere la capacidad de controlar a voluntad esas alteraciones. Durante ese intervalo, las probabilidades de extinción de la especie inteligente aumentan sensiblemente respecto a los períodos previo y posterior a él.
Este resultado se ha basado en argumentaciones generales y por lo tanto constituye algo que podemos decir de toda civilización tecnológica, aún sin conocer más que la nuestra. Todas las civilizaciones que imaginemos en el cosmos atravesaron, atraviesan o atravesarán un período de turbulencia que podría incluso significar su destrucción. Se trata, entonces, de una inestabilidad típica en el proceso madurativo natural de las civilizaciones tecnológicas (Fig.1).
 Si las civilizaciones tecnológicas estables existen, entonces la fase estable comienza inmediatamente después de la inestabilidad típica. Se trata de una inestabilidad que marca el nacimiento de una civilización tecnológica estable. Por eso no hablamos de "una" inestabilidad típica sino de "la" inestabilidad típica
Pero además, la inestabilidad que atraviesa la humanidad y que hemos narrado en las tres entradas del capítulo anterior ([2.1]; [2.2] y [2.3]), no es más que un caso particular de esta inestabilidad típica. Primero había que reconocer que sus causas eran generalizables y luego proponer el caso general. Pero ahora podemos decir que, en particular, estamos atravesando una inestabilidad típica en la Tierra. Cuando buscamos civilizaciones tecnológicas en el espacio, tanto o más avanzadas que la nuestra, estamos buscando  civilizaciones que hayan atravesado en algún momento de su historia evolutiva una inestabilidad parecida a nuestra inestabilidad actual..
La figura 1 muestra cómo se inicia la fase estable inmediatamente después de la inestabilidad típica pero no nos dice nada más. Ignora si todas las civilizaciones logran atravesarla con éxito, o solo algunas, o ninguna lo logra[1]; ni nos dice si el retroceso evolutivo que se opera en caso contrario es una extinción de la civilización tecnológica, de su especie inteligente, o de toda de la vida en el planeta. La figura 1 es muy adecuada para mostrar la importancia de la inestabilidad típica en la formación de las civilizaciones tecnológicas estables pero es muy tosca para una descripción más refinada.
Una buena manera de monitorear las alternativas que se le presentan a una civilización frente a la inestabilidad típica es encontrar un indicador que nos dé alguna señal de su estado de avance. Como se trata de un período inestable, lo más natural sería encontrar un modo de medir esa inestabilidad.
Un poco más arriba hemos dicho que durante el período inestable, la probabilidad de extinción de una civilización aumenta respecto al período anterior y posterior a él. Una buena forma de visualizar la inestabilidad típica sería entonces monitorear las probabilidades de extinción de una especie inteligente a través del tiempo para ver que ocurre un poco antes y un poco después de la inestabilidad típica. Ya hemos hecho algo parecido al mostrar cómo varían las posibilidades de nuestra civilización antes y ahora. Pero esta vez necesitamos mapear las posibilidades de extinción de una especie inteligente en torno a la inestabilidad típica. Diremos que Pex(t) es la probabilidad de que una especie inteligente se extinga durante las cinco generaciones siguientes a t (en la especie humana, cinco generaciones podrían ser 100 años). Le asignaremos valor 0 cuando no existe ninguna posibilidad de que la especie se extinga durante las próximas 5 generaciones y le asignaremos valor 1 cuando no existe la menor posibilidad de que sobreviva al cabo de 5 generaciones. Entre cero y uno, representamos las situaciones intermedias entre la certeza de extinción y la certeza de supervivencia. Podemos interpretar los momentos en que la especie inteligente presenta valores de Pex(t) cercanos a cero como períodos calmos, donde la civilización es relativamente estable. Por el contrario, los períodos durante los cuales las probabilidades de extinción se acercan a uno, deben interpretarse como períodos turbulentos, donde la civilización es inestable. De modo que Pex(t) es un buen indicador para cuantificar de manera indirecta el grado de estabilidad o inestabilidad de una civilización. Pero conviene aclarar que Pex(t) es solo una herramienta para ello y que en ningún caso nos proponemos dar una idea de cómo calcularla a partir de otros coeficientes.
Figura  2: Aumento de la probabilidad de extinción durante la inestabilidad típíca

El hecho de que la inestabilidad típica constituya un período durante el cual las probabilidades de extinción de una especie tecnológica resultan sensiblemente mayores que en los períodos anterior y posterior a ella, puede representarse ahora como una cresta en la función Pex(t) que hemos definido. Pero esta no es la única alternativa, ya que si la civilización no logra atravesar la inestabilidad típica, la gráfica terminará abruptamente cuando Pex(t) sea 1 y la civilización se extinga.

4.   Alternativas
En principio existen tres alternativas diferentes para lo que puede ocurrir con una civilización tecnológica luego de la inestabilidad típica:

  1. La civilización aprende a controlar el impacto de su tecnología iniciando una fase estable
  2. La especie inteligente se extingue
  3. La civilización presenta un retroceso evolutivo, pierde capacidades tecnológicas pero sobrevive su especie.
Veamos que ocurre con Pex(t) en cada caso.


Figura 3
Figura 4



1. En las figuras 3 y 4 podemos ver como varían con el tiempo la probabilidad de extinción y el número de población respectivamente. En la primera gráfica la cresta representa la inestabilidad típica, el intervalo durante el cual las probabilidades de extinción de la especie inteligente aumentan respecto al período anterior y posterior. A la izquierda de la cresta, está representado el período pretecnológico 
Una vez que ha transitado la inestabilidad y su población se estabiliza,  la civilización aprende a convivir con su propia tecnología sin modificar el ecosistema planetario e ingresa en una fase estable. Durante el período pretecnológico, las causas de extinción sólo podían ser naturales; pero después de la inestabilidad típica, la civilización desarrolla tecnología para sobreponerse a ellas.  Por esta razón hemos representado la probabilidad de extinción asíntota a cero después de la cresta.
Las figuras 3 y 4 representan el nacimiento de una civilización tecnológica estable; una estructura inteligente muy longeva y de la que hablaremos mucho.

Figura 5 
Figura 6

2. El segundo caso está graficado en las figuras 5 y 6. Ahora la civilización tecnológica no logra atravesar con éxito el estadio crítico, no logra controlar su capacidad de alterar globalmente a su ecosistema y su especie inteligente acaba por extinguirse. Su probabilidad de extinción se hace 1 y su población se hace 0.
Esta situación representa el fin de una especie inteligente. Después de construir durante millones de años una ADN capaz de fundar la tecnología necesaria para salir al espacio, el universo destruye lo que ha construido y vuelve a empezar.
La cantidad de cosas que la evolución debería restituir para volver a edificar un ADN con la misma capacidad, depende del tamaño del estropicio producido. Si nuestra especie se extinguiera y sobreviviera el chimpancé, deberíamos esperar, tal vez 5 o 10 millones de años para que surja una nueva inteligencia tecnológica y una nueva inestabilidad típica. Tal vez habría una nueva oportunidad. Pero si solo sobreviviera la vida unicelular, este mundo ya no podría edificar un ADN tecnológico.
Lo mismo vale para cualquier civilización que se extinga tras chocar contra la inestabilidad típica.


Figura 7

Figura 8

3. Este caso lo representamos en la figuras 7 y 8. La situación es similar al caso anterior. La especie alcanza el nivel de civilización tecnológica pero no logra controlar su capacidad de impactar negativamente sobre su ecosistema originando un período de cambios vertiginosos que la lleva hacia el colapso. Pero ahora hemos imaginado una virulencia mucho menor que en el caso anterior. La especie inteligente sobrevive pero se opera un severo retroceso cultural y tecnológico merced al cual la especie pierde su capacidad de alterar la naturaleza evolucionando a una nueva fase pretecnológica.
En esta alternativa, podrían existir recurrencias de la inestabilidad típica: La especie retrocede pero diez mil años después vuelve a desarrollar tecnología para alterar a la naturaleza iniciando una nueva inestabilidad. Así puede continuar la historia durante varias recurrencias hasta que la civilización logre atravesar con éxito el período crítico e ingrese en una fase estable como hemos descrito en el caso 1. O puede ocurrir que la especie se extinga, tal como hemos descrito en el punto 2.

5.   Conclusión

Hemos visto que existe una inestabilidad en la historia evolutiva de toda especie capaz de acumular tecnología dado que todas las especies que acumulan tecnología desembocan en una inestabilidad esencial (aumento de la población y el desarrollo tecnológico) y toda inestabilidad esencial termina en una inestabilidad típica (la tecnología ya alcanza para crear alteraciones globales). El intervalo durante el cual la especie inteligente aprende (o no) a utilizar su tecnología en forma sustentable, es la inestabilidad típica tal como la hemos definido.
Este período crítico genera un antes y un después en la clasificación de las civilizaciones tecnológicas.
Según nuestro credo, existen dos tipos de especies inteligentes: Las que conocen la existencia de la inestabilidad típica y las que no la conocen. Aquellas que la conocen saben que se trata de un intervalo de tiempo breve durante el cuál tiene lugar una profunda adaptación. La conocen por ser el inicio de la fase estable y longeva de su propia civilización. Saben que no existen allí afuera estructuras inteligentes duraderas que no hayan atravesado esta inestabilidad. Saben que es una etapa crítica en el proceso de maduración de las estructuras inteligentes perdurables. 
Desde la perspectiva de nuestra  propia civilización, la profunda inestabilidad que nos caracteriza es en verdad un caso particular de un fenómeno general, propio del proceso evolutivo de toda civilización inteligente. La humanidad no atraviesa un período inestable debido a una secuencia de hechos históricos fortuitos. Se trata de una inestabilidad típica, un lapso que podría haber predicho cualquiera que conociera los procesos evolutivos de las civilizaciones tecnológicas estables.
Pero dejando de lado nuestro credo, aún no hemos mostrado que el universo sea capaz de crear estructuras que atraviesen la inestabilidad. No sabemos si existen civilizaciones tecnológicas estables. Deberemos preguntarnos cómo deberían ser los individuos necesarios para atravesarla con éxito y ver luego si la evolución puede proporcionar esos individuos.  
Mucho antes que eso, revisaremos la inestabilidad típica que hemos encontrado y veremos qué aspectos son comunes a ese período. En las próximas entregas nos meteremos en las entrañas de la inestabilidad típica.
___________________________

[1] http://mason.gmu.edu/~rhanson/greatfilter.html

<página anterior>                                                                         <página siguiente>
Licencia Creative Commons
3.1 La Inestabilidad Típica por Cristian J. Caravello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

2.3 El planeta insostenible

 (volver al índice)




El cambio climático

A finales del siglo XIX descubrimos cómo fabricar electricidad. Durante la primera mitad del siglo XX, nos hicimos adictos a ella. No solo eran las luces de la calle; también eran los lavarropas, las heladeras, las licuadoras, los tocadiscos y los televisores. La civilización entera se lanzó a la caza de artefactos eléctricos; millones y millones de personas. Y como siempre ocurre en estos casos, nuestro consumo eléctrico comenzó a incrementarse.
Solo había que lograr que un dispositivo gire y colocar una dínamo en el eje para extraer electricidad. Pero ya sabíamos como hacer un movimiento giratorio porque lo hacíamos al fabricar vehículos de combustión interna. Así pues, para cubrir la demanda creciente, quemábamos combustibles y obteníamos electricidad.  El humo se iba al cielo y el cielo era grande, grande, grande.
Hasta que el cielo se empezó a calentar.
Primero fue un corrillo entre los especialistas. Al parecer,  la atmósfera se estaba calentando ¿Por qué se está calentando? ¿Será el Sol? ¿Serán las nubes? ¿Seremos nosotros? Ya era claro para muchos que estábamos llenando la atmósfera de humo al fabricar electricidad, pero no había que decirlo muy fuerte porque algunos de los intereses afectados podían estar pagándonos el sueldo. Claro, uno de los gases de la combustión era el dióxido de carbono (CO2), y ya había dicho Arrhenius que el CO2 podría causar el calentamiento. La atmósfera se estaba calentando y nosotros podíamos ser los responsables.


El efecto invernadero es fácil de entender. Los rayos del sol atraviesan la atmósfera, rebotan contra la superficie y vuelven al espacio. En el proceso, calientan la superficie y parte de la energía queda atrapada en la atmósfera en forma de radiación infrarroja. La capacidad de la atmósfera para atrapar esa radiación depende de su composición gaseosa. Algunos gases pueden hacer que la temperatura no regrese al espacio en la misma proporción. Son los llamados gases de efecto invernadero  (GEIs) y el CO2 es uno de ellos. Los GEIs son menos del 1% de la atmósfera, pero si no los tuviéramos, la temperatura media sería unos 33°C más baja, de modo que el efecto invernadero aumenta la temperatura y hace posible que disfrutemos de unos 14,5°C en promedio.
En 1992 tuvo lugar  la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático a fin de evaluar el calentamiento y tomar decisiones en conjunto. Durante la convención se reconoció que las actividades humanas estaban alterando la atmósfera, aumentando la presencia de unos gases e incorporando otros que antes no estaban; causando en parte el incremento de las temperaturas. Se reconoció también  que el impacto de esos cambios sería diferente en los distintos países; que la responsabilidad  por las emisiones de GEIs tampoco era la misma, recayendo en aquellos países que más contaminan (EEUU, Rusia, China, etc.) y que las partes se comprometían a reducir las emisiones para disminuir su impacto en el sistema climático mundial. Para lograr su cometido, las Naciones Unidas recurrieron al IPCC Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, un organismo creado por la Organización Meteorológica Mundial (WMO) en 1988, que debía asesorar a las partes durante el proceso de negociación.
Según los informes del IPCC, existen varios gases de efecto invernadero y nuestras actividades afectan a la mayoría de ellos. Los diferentes gases permanecen en la atmósfera un tiempo diferente, siendo emitidos por unos procesos y absorbidos por otros. La proporción de cada gas sobre el total es el resultado de esta dinámica de emisiones y absorciones. Las actividades humanas son principalmente emisoras y su crecimiento implica un incremento en las proporciones de estos gases. 
El principal gas de efecto invernadero es el vapor de agua, pero su presencia en la atmósfera es muy breve y el calentamiento permanente que provoca es prácticamente inexistente, por lo tanto no se tiene en cuenta.
El CO2 o dióxido de carbono es el principal GEI antropogénico. Es el mayor responsable del calentamiento existente. Se genera cada vez que quemamos combustibles fósiles, ya sea para producir electricidad a través de centrales termoeléctricas o cuando nos transportamos en automóvil, barco o avión. En la fig 1 podemos ver su evolución desde 1960. La curva indica que ninguna de las medidas que hemos tomado hasta ahora ha logrado detener siquiera un poco el incremento de CO2 atmosférico.


Figura 1: Incremento del CO2 desde 1960 hasta el 2020
El segundo en importancia es el metano (CH4). Su origen se encuentra en las zonas pantanosas, los cultivos como el arroz, la rumia y el guano del ganado. También se produce por los escapes de depósitos naturales y la fermentación en los vertederos.
El óxido nitroso (N2O), los clorofluorocarbonos (CFC) y el ozono troposférico (O3) completan el cuadro con menor participación en la mezcla.
Respecto al año 1750, el nivel de CO2 actual es un 146% mayor, el metano un 257% y el óxido nitroso un 122%. Todos los gases de efecto invernadero se han incrementado y nosotros somos los responsables.
Desde la Convención Marco de 1992 hasta ahora, el IPCC produjo cinco informes generales y muchos informes particulares, además de sus resúmenes para responsables políticos. Investigó el clima y llegó a la conclusión de que el cambio climático es una realidad y que está siendo generado por un calentamiento planetario del cual somos responsables en buena parte. Lo dijo durante muchos años, de muchas maneras distintas  y con énfasis creciente.
En 2015, cuando la temperatura media de superficie ya  se había incrementado 0,8°C sobre los niveles preindustriales[1], tuvo lugar el acuerdo de París, donde las naciones se comprometieron a mantenerse muy por debajo de los 2°C, cerca 1,5°C de incremento. Muchos científicos criticaron este acuerdo aduciendo que de ningún modo resolvería el problema porque 2°C era muchísimo. Sin embargo, cinco años después, ya somos conscientes de que aun esa cota será rebasada. Las naciones no se ponen de acuerdo respecto al impuesto que deben pagar quienes emiten CO2, y los estados nacionales siguen subsidiando las centrales que fabrican electricidad quemando combustibles fósiles.
A la fecha sabemos que el acuerdo de París no podrá cumplirse. Los principales contaminadores están fuera del acuerdo; el acuerdo no resuelve el problema; los que suscribieron el acuerdo aún no certificaron la reducción de emisiones necesaria y las emisiones certificadas no son revisadas por nadie. No sabemos si estos acuerdos tienen algún impacto pero el nivel de CO2 sigue creciendo como si no estuviéramos haciendo nada.
No sabemos con certeza cuánto tiempo tenemos antes trasponer un punto de no retorno, a partir del cuál nuestras decisiones ya no podrán corregir el calentamiento. Según los modelos, los compromisos de París existentes a la fecha solo alcanzan para asegurar un incremento de 2,9°C para el 2100, lo que resulta sumamente insuficiente para evitar una catástrofe climática.
Puede resultar un tanto irónico, pero el comportamiento humano es más predecible que el sistema climático. Podríamos predecir que no haremos nada de nada hasta que un eventual incremento de la temperatura media nos haga arder la cara entera.
La conclusión es obvia: El clima es inestable. Como nuestro comportamiento social depende entre otras cosas del clima, nuestro comportamiento social es inestable. Un incremento drástico de la temperatura puede derivar en un aumento de la agitación social y esto puede aumentar las probabilidades de una guerra masiva, una guerra con armas nucleares; una forma como esta civilización podría extinguirse.
Nuestra civilización no se estabilizará hasta que no lo haga su temperatura. Y aun no sabemos cómo hacerlo. Si nuestra teoría explora la posibilidad de que alguna civilización tecnológica pueda ser estable y perdurar, entonces la nuestra no es un buen ejemplo.


La Biodiversidad

La inestabilidad del clima no es la única ni la más importante. En el año 2018, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente emitió su informe Perspectivas del Medio Ambiente Mundial, donde dice, entre otras cosas, que la pasividad nos está condenando y que nuestras prácticas de consumo no son sustentables porque demandamos más de lo que el mundo puede producir (capítulo 4 del informe).

Uno de los modos como nuestra civilización está alterando el ambiente es la reducción de la biodiversidad. Por esta razón, ya en 2010 la ONU creó la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativo sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) para estudiar a la naturaleza.

El informe de IPBES de mayo 2019 es sencillamente lapidario. Nuestra civilización depende de la naturaleza para poder existir. Las contribuciones de la naturaleza a las personas no se agotan con el alimento y la ropa; la naturaleza poliniza las plantas, regula la pureza del aire y la acidez de los océanos, nos proporciona energía, medicamentos y muchos materiales que nos permiten mantener nuestro estándar de vida. Cuando el trabajo lo permite, la gente escapa hacia la playa, las montañas y los ríos porque la naturaleza representa un descanso para nuestras mentes estresadas. Muchas de las contribuciones de la naturaleza a las personas son irreemplazables.
La distribución de los bienes y servicios es sumamente desigual; los producimos en lugares pobres y los utilizamos en lugares ricos.
Los científicos de IPBES revisaron pacientemente varios aspectos de nuestras actividades. Encontraron que 14 de las 18 categorías evaluadas se están deteriorando rápidamente, y todas las degradaciones son causadas por nosotros. Existen 8 millones de especies de animales y plantas, de las cuales al menos un millón puede extinguirse en las siguientes décadas. Dentro de las especies, la diversidad está disminuyendo a su vez. La evolución genética es ahora más rápida que antes debido a los cambios en los hábitats. La adaptación es más rigurosa y la selección natural produce una verdadera poda en la biodiversidad.
La historia evolutiva nos muestra que han existido en el pasado cinco extinciones masivas de especies. La última ocurrió hace 66 millones de años cuando la era de los dinosaurios vio su fin. Algunos investigadores afirman que ya hemos entrado en la sexta extinción masiva. El ritmo actual de extinción de especies es varias decenas o varios cientos de veces superior al promedio de los últimos diez millones de años; lo que representa un drástico incremento.
IPBES estableció en orden decreciente cinco impulsores para ese deterioro: 1. Cambios en el uso de la tierra y el mar; 2. Explotación de organismos; 3. Calentamiento global; 4. Contaminación y 5. Especies invasoras. Pero en resumen, nuestras actividades están afectando un 75% de la tierra firme y un 66% de los mares. Hemos perdido ya el 85% de los humedales. El 25% de las especies de animales y plantas estudiado está amenazado, lo que implica un millón de especies en peligro de extinción. La cantidad de corales vivos en los arrecifes se ha reducido a la mitad en los últimos 150 años, acelerándose la disminución durante los últimos decenios. La lista de malas noticias se hace infinita.
El calentamiento global, la tercera causa directa del deterioro, es también una de las principales causas indirectas y tiende a incrementarse en el futuro. Las especies invasoras y la contaminación también van en aumento.
Durante los últimos 50 años, la población se duplicó, la economía se cuadruplicó y el comercio se decuplicó incrementando la demanda de energía y materiales. Los incentivos económicos que mejoran la rentabilidad son también los que dañan el ambiente. Por otro lado, la presión sobre las comunidades locales y los pueblos indígenas que cuidan ese ambiente, se ha incrementado.
Según el informe, las metas establecidas en 2010 en la ciudad de Aichi, Japón, no van a cumplirse en 2020 como estaba previsto. Tampoco se cumplirán para el 2030 el 80% de las metas previstas en los  Objetivos para el Desarrollo Sostenible establecidos por la ONU relacionados con la pobreza, el hambre, la salud, el agua, las ciudades, el clima, los océanos y las tierras. Los peores efectos caerán sobre los pueblos más pobres y las tendencias negativas en las contribuciones de la naturaleza a las personas continuarán hasta el 2050.
Según IPBES, el cambio todavía es posible pero  tendremos que hacer cada vez más cosas en menos tiempo. No basta con trabajar sobre los impulsores directos del cambio, también debemos modificar nuestras acciones. Se debe capacitar a las nuevas generaciones y cambiar el paradigma que iguala el crecimiento económico con la pujanza, por otro que identifique la eficiencia con la prosperidad.

Un mundo inestable

El homo sapiens existe desde hace 200.000 años. Es difícil hacer la cuenta pero con un alto grado de certeza,  antes del año cero de nuestra era, la población humana nunca fue mayor a los 250 millones de habitantes. Cuando Cristóbal Colón descubrió América, 1500 años después, éramos 500 millones, y 1.000 millones cuando EEUU celebró su independencia. Éramos 2.000 millones cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial; 4.000 millones en 1975 y 6.000 millones al final del siglo XX. En la actualidad (2020) somos unos 7.800 millones de seres humanos. Desde el año cero, la población crece cada vez más en menos tiempo. Hoy en día, cada 1.000 personas, nacen 19 y mueren 8.  Si realizamos una proyección hacia delante, observamos que el crecimiento está forzado a decrecer hasta hacerse constante. Los estudiosos ya conocen este comportamiento. Su proyección sigue una función “sigmoidea” o “logística”, que tiende a estabilizarse en torno a un número llamado capacidad o límite de carga. Se trata de la máxima población que nuestro medio ambiente puede soportar. Según estudios demográficos, el crecimiento de nuestra población se irá deteniendo hasta llegar a un máximo de entre 10.000 y 12.000 millones de habitantes antes del 2100. Por supuesto, no sabemos exactamente lo que ocurrirá después, pero solo hay dos alternativas: la adaptación o la extinción.
La mejor forma  de ver nuestra situación es a través de la imagen. En las figuras 2 y 3 pueden verse dos curvas. Ambas representan la evolución de nuestro número de población. El punto cero en el eje horizontal representa el instante actual con 7800 millones. Todo lo que ocurre a la izquierda de este punto ya lo hemos pasado y es igual en las dos curvas. A la derecha está el futuro. Existen dos posibilidades: o nos adaptamos a nuestra tecnología, se estabiliza la población y perduramos, como expresa la alternativa “A” (fig. 2), o nuestra civilización se extingue antes de llegar al máximo de carga, como expresa la alternativa “B” (fig. 3).

Figura 2. Crecimiento poblacional con adaptación (Alternativa A) 

Figura 3: Crecimiento poblacional con extinción (Alternativa B) 

Existe algo muy evidente que puede verse a la vez en las dos curvas: Vamos hacia un choque. Lo que hemos representado mediante una recta horizontal llamada “máximo” es el límite de carga, y siempre existirá. Puede ser que el máximo esté un poco más arriba o un poco más abajo, pero siempre estará. Esto es importante porque esa recta significa que hay un límite para el crecimiento de la curva. Como la curva se dirige hacia esa recta, evidentemente hay un choque en ciernes. La velocidad a la que crece nuestra población está indicando que el máximo de carga ya está encima de nosotros. No se trata de un lejano choque que alguna vez ocurrirá; se trata algo que ya está ocurriendo y que durará unas pocas décadas.
Pero el hecho de que nuestra población se esté chocando con la capacidad de carga de su ecosistema, no implica que lo estemos destruyendo. Si deseamos ver la destrucción medioambiental debemos revisar otros indicadores.



La huella ecológica

Una capacidad de carga entre 10.000 y 12.000 millones de pobladores es realmente una estimación burda. Para saber exactamente cuanta gente cabe aquí, debe hilarse más fino. La cantidad de hectáreas que utiliza un individuo para vivir es su huella ecológica, un indicador desarrollado en 1996 por Mathis Wackernagel y William Rees para medir nuestro impacto ecológico en el planeta. Se trata de un algoritmo que traduce a hectáreas globales (hag) los recursos que consumimos y los residuos que generamos durante un año con la tecnología actual. Esas hectáreas son nuestra huella ecológica. Obviamente, distintas personas tienen una diferente huella ecológica, según la cantidad de recursos que utilizan y la cantidad de residuos que generan. Por otro lado, la biocapacidad del planeta es la cantidad de hectáreas que queda definida por los insumos que puede generar y los residuos que puede procesar durante un año con la tecnología actual sin que se acumulen alteraciones. La diferencia entre la biocapacidad del planeta y la huella ecológica de nuestra especie, es actualmente deficitaria. Esta situación existe hace varias décadas y se va acentuando con el tiempo. Según la WWF, utilizamos 1,6 planetas por año (con datos del 2014), y el saldo que el planeta no puede proporcionar, lo tomamos del futuro. Una situación insostenible.
Una reducción de nuestro crecimiento poblacional no arregla el asunto. En general, los países que menos crecen son los más desarrollados. Pero mayor desarrollo representa mayores recursos y consecuentemente mayor huella ecológica. Para ser estable, la población necesita consumir una porción todavía mayor de nuestro mundo.
En resumen, existen pocos que consumen mucho y muchos que consumen poco. En promedio, consumimos más de lo que la tierra puede producir y digerir. Pero los que consumen mucho se horrorizan de lo apocalíptico de nuestro discurso y pregonan un futuro venturoso para todos mientras protagonizan la más absurda desigualdad.
Para terminar, hemos dicho que nuestra especie tiene unos 200.000 años. Si las gráficas que mostramos en las figuras 2 y 3 se iniciaran allí en lugar de hacerlo hace 8500 años, no veríamos curvas sino vértices; solo un escalón (en el primer caso) o una pico vertical (en el segundo caso). Esta perspectiva no deja de ser interesante, porque 200.000 años son sólo el 0,005% de la historia de la vida en la Tierra. Si aún dentro de ese pequeño intervalo, nuestra población evoluciona tan rápidamente que no puede visualizarse la curva de ascenso porque esa curva es un vértice afilado, entonces ese ascenso vertical debe ser absolutamente fugaz e inestable. Si pensamos que la población ascendió de 250 a 7.800 millones en 2.000 años, estamos hablando de un suceso ocurrido en el 1% de tiempo de esos 200.000 años, esto es, el 1% del 0,005% de nuestro pasado biológico. Cuando decimos que nuestra civilización actual es inestable, nos referimos a esta fugacidad.

Evidencias que van llegando
Lo más importante de un discurso no es su contenido sino su veracidad. No importa si nuestro discurso es optimista o apocalíptico; importa saber si es verdadero o falso. Para saberlo debemos nutrirnos de evidencia que lo corrobore: El proceso es simple: alguien propone una afirmación de cuya veracidad dudamos; entonces diseñamos experimentos y finalmente tomamos la decisión de adoptar o descartar la afirmación, según el resultado de los experimentos que hemos diseñado. De este modo obtenemos la veracidad de una afirmación como resultado de una acción concreta.  Pero no siempre tiene que existir una acción concreta para obtener evidencias de la realidad.
Supongamos que mi hijo y yo llegamos a casa con un hermoso cachorrito nuevo. Vivimos en un departamento, pero está permitido tener una pequeña mascota. Y mi hijo ama a los perros, así que aterrizamos en la casa con el pequeño animalito. Era muy cómico verlo actuar cuando llegamos, porque el perrito movía la cola todo el tiempo pero no tenía fuerzas siquiera para subir a los sillones. Ya tendría tiempo de aprender. Era un perro muy pequeño y el departamento parecía ideal para él.
—Conozco esa raza —dijo mi mujer—. Cuando crezca se pondrá enorme y ya no cabrá aquí.
Mi hijo se había encariñado y yo no estaba dispuesto a dejarlo ir.
—Yo lo veo perfecto para la casa —dije. Y no se habló más.
Pero mi mujer estaba en lo cierto. Verificarlo no fue algo que resultara de  un trabajo previo de búsqueda de la verdad. No fue una evidencia concreta, sino algo paulatino y constante. Simplemente el perro se hizo enorme. Y llegar a reconocerlo nos llevó un tiempo…
—¿Usted es el hombre del departamento del perro grande? —decían los vecinos.
No había dudas: El perro era grande.
En general la evidencia llega como resultado de un esfuerzo previo por conseguirla, pero a veces nos llega sola, paulatinamente, porque algo que era pequeño se tornó muy grande; algo que era muy lento se tornó veloz; algo que era inerme se tornó peligroso. Y este es justamente el caso aquí. La figura 2 lo muestra cabalmente. Nuestra población era pequeña  y ahora se ha tornado muy grande, la velocidad a la que esa población crecía era muy lenta y ahora es muy veloz. Es tan veloz que la cantidad máxima de personas que puede sostener este planeta (con nuestro modo actual de interrelación con las cosas) está a unas pocas décadas de distancia. Nada de esto es un invento nuestro. La curva que describe el comportamiento de nuestra población es una curva logística común y corriente, que describe también el comportamiento poblacional de muchos otros animales. Es fácil ver que vamos a chocar contra la capacidad de carga. Y como siempre ocurre en estos casos, llegar a reconocer la inminencia del choque, puede llevar tiempo.

Conclusiones
Nuestra tarea aquí consiste en mostrar que ese choque ya está ocurriendo y que resulta sumamente peligroso.
Primero mostramos que existe un mecanismo típico que lleva a una inestabilidad esencial. caracterizada por un incremento sistemático de la tecnología y la población humana.
Después mostramos que nuestras probabilidades de extinción son ahora mayores que hace unos milenios; que las armas de destrucción masiva son un factor de extinción y que su naturaleza es tecnológica.
Mostramos que existe un discurso científico mayoritario que nos dice que la temperatura de la atmósfera se está incrementando entre otras cosas debido a nuestras acciones. Entre los protagonistas de este discurso se encuentran las Naciones Unidas a través del IPCC.
También de la mano de la ONU se ha mostrado, a través del IPBES, que nuestras actividades alteran drásticamente a la naturaleza, incluyendo la biodiversidad y los servicios que nos prestan los ecosistemas naturales.
Vimos que la huella ecológica humana es mayor que lo que el mundo produce y que si persistimos con nuestros hábitos de consumo, alteraremos el medio ambiente de un modo irreversible.
Lo que la lógica dice que debe ocurrir, las evidencias muestran que está ocurriendo. No se trata de algo que sucederá en el futuro sino de algo que está ocurriendo ahora mismo. Nuestra civilización necesita adaptarse a la tecnología que produce porque si no logra adaptarse podría extinguirse.
La pregunta por la inteligencia y la tecnología fuera de la Tierra es una pregunta falaz si obviamos el trámite de verificar cuán perdurable es una civilización tecnológicamente más avanzada que nosotros. La única que conocemos es la nuestra, y hemos mostrado en este capítulo que resulta sumamente inestable.
¿Será la inestabilidad de nuestra civilización un atributo propio de los hombres o se tratará de una inestabilidad típica en la evolución de cualquier civilización tecnológica?  Es una buena pregunta para desarrollar en las siguientes entregas.




[1] Se refiere al intervalo de 1850 a 1900.


<página anterior>                                                                      <página siguiente>
Licencia Creative Commons
2.3 El Planeta Insostenible por Cristian J. Caravello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.