¿Quién debe conducir la nave?

Cuando concebimos viajes interestelares, la velocidad de la luz impone un límite importante. Pero aun aceptando velocidades no relativistas, los agentes inteligentes extremadamente longevos podrían superar esta limitación. Exploramos dos de ellos: Las naves con inteligencia artificial y las civilizaciones tecnológicas estables.



¿Más velocidad o mayor longevidad del conductor?

Si quisiéramos emprender un viaje hacia Alfa Centauri, el sistema estelar más cercano al Sol, a una velocidad similar a la de las sondas espaciales (unos 15 km/s), nos llevaría 85,000 años alcanzar nuestro destino. Si todos los agentes inteligentes fueran como nosotros y solo vivieran unas décadas, no tendría sentido especular con conquistar la galaxia o influir en la evolución de otros mundos. Lo más seguro sería quedarnos en casa y mirar el cielo desde aquí.

Una solución aparente sería viajar a mayor velocidad. Actualmente, la sonda solar Parker ostenta el récord de ser la nave más rápida jamás construida, con una velocidad máxima de aproximadamente 190 km/s. Si bien acelera impulsada por la gravedad del Sol, ya se están desarrollando motores capaces de alcanzar velocidades similares. Pero incluso si pudiéramos viajar tan rápido, seguiríamos enfrentando desafíos significativos.

Viajando a 3.000 km/s, una centésima parte de la velocidad de la luz, se requerirían 430 años para llegar a la estrella más cercana. Aún a la velocidad de la luz, máxima posible según la física$^1$, nos tomaría 30.000 años llegar al borde de la galaxia. Si solo tienen sentido práctico los viajes que perduran menos que una vida humana, entonces enfrentamos una barrera fundamental para la conquista interestelar y todos sus derivados.

Si en el futuro nuevos avances permitieran superar la cota relativista y viajar a velocidades mayores que la luz, las posibilidades de desarrollo espacial serían ilimitadas. Sin embargo, adoptaremos una postura cautelosa y asumiremos que nada puede desplazarse a una velocidad superior a la de la luz.

Aunque la física establece un límite de velocidad, no se pronuncia en absoluto sobre la longevidad de los agentes inteligentes, ni está de ninguna manera determinado que estos agentes deban ser exclusivamente humanos. La exploración del espacio y la interacción entre mundos vuelven a ser factibles si concebimos navegantes mucho más longevos que nosotros.

Si un agente inteligente viviera 2.000 millones de años y viajara a los mismos 15 km/s que alcanzan las sondas actuales, llegaría al borde de la Vía Láctea mucho antes de su extinción. Si viajara a la velocidad de la sonda Parker, podría recorrer la galaxia el tiempo necesario para conquistarla.

La posibilidad de viajar entre las estrellas cambia radicalmente nuestra perspectiva del universo, y en lugar de verlo como un solitario concierto de astros movidos por la gravedad y la expansión, se nos presentaría como un universo capaz de generar objetos que pueden saltar a voluntad de un mundo a otro; un universo burbujeante, con estructuras asombrosas, capaces de conquistar galaxias enteras e intervenir en la evolución de otras civilizaciones. 

En suma, el límite relativista prohíbe la conquista interestelar para un ser humano, pero nada impide que algún otro agente inteligente sea suficientemente longevo para planear y ejecutar objetivos que se basen en los viajes interestelares, como conquistar la galaxia o intervenir en la evolución de otros mundos.


Longevidad de los agentes inteligentes

Un "agente inteligente" es una entidad capaz de planificar y llevar a cabo acciones para alcanzar un resultado futuro. A priori esta definición abarca a muchas especies biológicas, pero a medida que imaginamos planes más complejos, debemos excluirlas gradualmente. Cuando un proyecto requiere décadas para su ejecución, solo el Homo sapiens cumple el requisito. ¿Qué sucede cuando un plan se extiende mucho más allá? ¿Es posible concebir agentes inteligentes capaces de ejecutar proyectos con una duración de millones de años?"

Viviendo un millón de años, podríamos viajar a las estrellas. El objetivo es lejano pero no imposible; en cierto modo la biosfera ya lo ha logrado: la vida existe hace 4.000 millones de años y es capaz de replicar estructuras tan complejas como una especie tecnológica. Pero aún si pudiéramos extender nuestra edad aquí, en la Tierra, viajar por el espacio impone nuevos desafíos; debemos vencer las bajas temperaturas, la ingravidez y la radiación.

Uno de los argumentos contra la posibilidad de viajar por el espacio es, justamente, el gigantesco desafío tecnológico que supone para la humanidad. No podemos proponer seriamente la idea de viajar hasta la estrella más cercana si aún no sabemos cómo permanecer durante dos años en la Estación Espacial Internacional sin que la ingravidez cause una reducción de la masa muscular o afecte la densidad ósea o genere problemas cardiovasculares, visuales y psicológicos o aumente los riesgos de contraer cáncer; todo esto asumiendo que ya sabemos como producir oxígeno, agua y alimentos en un circuito cerrado.

Si deseamos viajar entre las estrellas, tanto la cota relativista como las consecuencias de la vida en el espacio para las inteligencias biológicas nos obligan a pensar en otros actores inteligentes protagonizando el viaje.


Naves con inteligencia artificial

Los algoritmos de IA ya pueden conducir vehículos, diagnosticar enfermedades, sugerir inversiones financieras o conversar con nosotros. No hay un impedimento fundamental para que puedan conducir una nave hacia un destino interestelar prefijado. Aún más, el objetivo podría enriquecerse e incluir un plan de conquista que involucre a muchas sondas.

A diferencia de los seres humanos, la IA no requiere oxígeno, agua, comida, atención a sus desechos ni tiene necesidades psicológicas; además, es inmune a los agentes patógenos. Mejorar sus capacidades inteligentes para que dirija naves espaciales y lleve adelante proyectos  de larga duración se presenta como una solución adecuada.

La IA puede operar a temperaturas más bajas que la inteligencia biológica y no necesita una temperatura específica durante los largos períodos de suspensión en un viaje interestelar. Aún no hemos desarrollado dispositivos que se coloquen a baja temperatura durante los períodos de suspensión y luego se calienten para operar, pero no resulta osado pensar en ellos. La ingravidez, por su parte, no presenta problemas para la IA en términos de su capacidad de procesamiento. El reto es mitigar la radiación y asegurar la provisión de energía en el espacio, teniendo en cuenta el alto consumo que presenta el procesamiento intensivo de datos. Ninguna de estas cuestiones ofrece una resistencia tecnológica considerable y es viable pensar a la IA como el siguiente actor inteligente en el espacio.

No se trata de una idea peregrina; en los programas espaciales actuales ya se están incluyendo herramientas de IA  de manera progresiva. El rover Curiosity en Marte utiliza algoritmos de IA para tomar decisiones sobre dónde conducir y qué rocas examinar. Esto se debe a que la NASA ha instalado un nuevo sistema de IA llamado AEGIS que analiza imágenes tomadas por la cámara de navegación del rover (Navcam) y selecciona un objetivo rocoso para ser examinado con el sistema láser ChemCam. El nuevo sistema de autonomía es especialmente útil cuando Curiosity está en medio de un largo viaje o cuando hay retrasos en compartir información con los científicos en la Tierra [1]. Una vez que los científicos han elegido un destino la IA permite a los rovers analizar su entorno y tomar decisiones basadas en esa información [2]. NASA está utilizando cada vez más la autonomía y el aprendizaje automático para aprovechar al máximo las misiones de exploración de Marte, y aunque la mayoría de los objetivos aún son elegidos por los científicos sin la ayuda de la IA, los rovers pueden ejercer su software de toma de decisiones algunas veces por semana. [3]

La gestión de redes de satélites y la comunicación en el espacio profundo se benefician de la IA para la detección de problemas y la optimización de la transmisión de datos. La comunicación a través de la red de espacio profundo o DSN (Deep Space Network) es fundamental para alcanzar el objetivo de explorar el espacio exterior [4]. También se están investigando a fondo las posibles aplicaciones de la IA en la gestión de satélites de observación y comunicación, procesamiento de datos satelitales, sistemas de navegación, asistentes de astronautas, entre otros [5].

En la misión Artemis, donde la NASA planea enviar astronautas a la Luna, la IA desempeñará un papel crucial en la operación segura y eficiente de la nave espacial y los sistemas de soporte vital. 

La NASA está trabajando en el desarrollo de una inteligencia artificial para comunicarse con sus naves espaciales, que será incorporada en la estación espacial Gateway, que orbitará la Luna durante las misiones Artemis [6]. Además, está desarrollando un modelo de lenguaje extenso, similar a GPT-4, para que los astronautas de las futuras misiones puedan hablar con sus naves y robots [7]. De este modo, las naves no tripuladas serán objetos que podrán hablar con nosotros en base a sus experiencias. 

La idea más osada es desarrollar un sistema de inteligencia distribuida que aprenda directamente del espacio y comparta sus capacidades con los humanos y las IA alojadas en otras sondas. 

En el futuro, la IA podría conducir naves espaciales, concretar prolongados objetivos y convertirse, entonces, en un agente inteligente mucho más longevo que los hombres. 


Las civilizaciones tecnológicas estables

El ejército de sondas y naves inteligentes controladas por IA que aprenden del espacio profundo en forma distribuida y comparten las nuevas capacidades adquiridas, bien podría volverse tan compleja como para decidir e implementar la conquista de la galaxia o ejecutar otros planes igualmente longevos con total independencia de los hombres. Pero también podrían conservar el control centralizado de las civilizaciones que las gestionan, siempre y cuando estuviera asegurada a largo plazo la individualidad y longevidad de dichas civilizaciones. Para esto es necesario concebir esa individualidad y longevidad.

El gran globo

Nuestro grupo de fútbol se junta los martes y jueves a la noche para jugar al fútbol de salón. Hace 20 años que existe el grupo, pero yo empecé a participar desde hace 12 años. En rigor, ninguno de los jugadores iniciales sigue yendo todavía. Tampoco jugamos en el mismo sitio; varias veces cambiamos de lugar y también modificamos los días y las horas exactas. Pero si ya no concurre la misma gente ni a los mismos sitios ni los mismos días ni a las mismas horas ¿Por qué lo seguimos identificando como el mismo grupo?

Del mismo modo que el grupo de fútbol con los jugadores y las sedes, una civilización tecnológica puede ser más longeva que su especie inteligente o aún que su mundo de origen. Lo que define la identidad es la continuidad cultural. La cultura es como un organismo cuya existencia y determinaciones no depende de los individuos sino del comportamiento promedio.

Podemos imaginar el organismo cultural como un gran zeppelín flotando sobre nuestras cabezas, al que todos estamos conectados a través de cables que llevan y traen información. La forma del gran globo es un promedio de nuestro hacer individual y, recíprocamente, buena parte de nuestro comportamiento depende de la forma del gran globo. 

Esta interdependencia es mucho más que una metáfora. Los costumbres culturales que se prolongan durante miles de años, forman parte del medio ambiente que presiona sobre la selección de mutaciones aleatorias que se opera en los genes. Los individuos más adaptados a esa cultura aumentan su proporción en el acervo genético. Este proceso se denomina coevolución genético-cultural, y es el modo como  el organismo cultural induce la evolución genética de los individuos que la integran; propiciando la adaptación en diferentes sentidos, del mismo modo como un organismo multicelular propicia la adaptación de las células que lo conforman. Los individuos integran el gran globo, y el gran globo modela el comportamiento de los individuos y a largo plazo, también su naturaleza biológica.

No hay muchos zeppelines flotando por allí. En verdad solo hay uno. Las cosas que pueden matar al gran globo no dependen de límites nacionales; ni las olas de calor ni las nubes radiactivas ni el incremento del nivel del mar ni el contagio pandémico ni la contaminación del aire y el mar. Las naciones son subjetivas; dibujamos en el mapa los límites nacionales allí y no en otros sitios porque eso es lo que nos han enseñado de pequeños. Como objeto físico, fuera de la imaginación de las personas, los límites nacionales no existen y por lo tanto hay un único gran globo; un único organismo cultural que puede vivir o extinguirse todo él.

El carácter global del organismo cultural hace que sea comparable a la biósfera y no a una u otra especie dentro de ella. La longevidad de la biosfera es de 4.000 millones de años; debemos esperar, entonces, que el organismo cultural sea muy longevo. 

Para que nuestra civilización pueda comportarse como un único individuo, es necesario que presente una forma de inteligencia que dirija sus actividades de manera unívoca. 

Mundos con tecnosfera madura

Algunos investigadores han considerado recientemente a nuestra Tierra en particular y a los planetas en general como organismos inteligentes en evolución [8]

Todos los planetas reciben radiación de su estrella anfitriona, lo cual influye en la dinámica de su geosfera dependiendo de su composición. Con el tiempo, la disipación de energía en la superficie adopta un patrón regular que da forma al clima planetario

Sobre la regularidad de la geosfera se monta la biosfera. Ciertos complejos moleculares adquieren la capacidad de inducir otros complejos moleculares igualmente inductores. Nace la reproducción, la selección natural y con ella, la evolución biológica.

Después de un tiempo la vida también se estabiliza, adaptándose a los pulsos del planeta. Invade los océanos, la tierra firme y la atmósfera; y se expande conquistando diferentes climas y territorios. Finalmente el planeta alcanza una biósfera madura. 

La tecnosfera se construye sobre la estabilidad de la biósfera. Una especie aprende a diseñar soluciones modificando objetos físicos y a crear luego estructuras lógicas para abordar la creciente complejidad. 

La tecnología remodela los entornos hasta infiltrarse en todas las actividades de la especie tecnológica. Un ejemplo perfecto es nuestro entorno urbano, donde utilizamos objetos producidos por artefactos generados por otros artefactos, que a su vez fueron elaborados a partir de otros, en un sistema continuo que se extiende en el espacio y retrocede en el tiempo, revelando la evolución y expansión de las máquinas y herramientas desde la prehistoria en adelante.

A diferencia de la geosfera y la biosfera, la tecnosfera terrestre aún no es madura. Nuestra civilización no es sustentable, no lo son sus sistemas de  producción de alimentos y disposición de desechos. El modo como producimos la energía que utilizamos está incrementando la temperatura y modificando el clima forzando la adaptación de la biosfera a un entorno cambiante e impredecible. La tecnosfera aún es incapaz de autorregularse. Su existencia no está asegurada, depende de decisiones individuales.

Un mundo con tecnosfera madura es aquel donde se ha constituido un organismo cultural que ya controla la evolución genética de los individuos y donde la estabilidad no depende de decisiones puntuales sino de una autorregulación automática posiblemente operada por IA como lo hemos sugerido aquí. Una civilización tecnológica estable es lo mismo que un mundo con tecnosfera madura.

Las civilizaciones tecnológicas estables tienen todos los atributos necesarios para funcionar como agentes inteligentes longevos capaces de  dirigir proyectos espaciales.  Un simple hombre no tiene tiempo de viajar hasta Alfa Centauri, pero una civilización tecnológica estable puede dirigir la conquista de la galaxia utilizando sondas conducidas por IA.  


Conclusión

Ni el límite relativista ni las limitaciones biológicas son impedimento para que la tecnología conquiste el espacio. Tanto los artefactos con inteligencia artificial como las civilizaciones tecnológicas estables, pueden constituirse en agentes inteligentes lo suficientemente longevos como para llevar adelante la conquista del espacio interestelar o la intervención de otros mundos  que aún no cuentan con tecnosferas maduras.

Pero si la tecnología puede conquistar la galaxia o si unas civilizaciones con tecnosfera madura pueden intervenir sobre la formación de otras entonces toda nuestra concepción del universo debe revisarse.


 


$^{1}$ Existe la posibilidad teórica de superar la velocidad de la luz mediante la deformación drástica del espacio tiempo por medio de una hipotética nave, como propuso Alcubierre en 1994. Al momento no sabemos como llevar a la práctica nada de esto.

Referencias

[1]https://www.astronomy.com/science/how-does-mars-rover-curiositys-new-ai-system-work/ (visitado el 10/09/2023)

[2]https://www.linkedin.com/pulse/artificial-intelligence-mars-rovers-mudasar-aslam/ (visitado el 10/09/2023)

[3]https://spacenews.com/nasa-steadily-expands-ai-and-autonomy-for-mars-exploration/ (visitado el 10/09/2023)

[4]https://www.academia.edu/52216351/Identificaci%C3%B3n_de_las_estructuras_de_las_Redes_del_Espacio_Profundo_de_pa%C3%ADses_desarrollados (visitado el 10/09/2023)

[5]https://axessnet.com/la-inteligencia-artificial-ia-en-los-satelites/ (visitado el 10/09/2023)

[6]https://www.eleconomista.net/tecnologia/La-NASA-creara-una-inteligencia-artificial-para-comunicarse-con-sus-naves-espaciales-20230702-0008.html

[7]https://es.wired.com/articulos/nasa-creara-una-ia-para-que-los-astronautas-hablen-con-naves-y-robots

[8]Frank, A., Grinspoon, D., Walker, S. (2022). Intelligence as a planetary scale process. International Journal of Astrobiology, 21(2), 47-61. doi:10.1017/S147355042100029X


Licencia Creative Commons
¿Quién debe conducir la nave? por Cristian J. Caravello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

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