sábado, 16 de enero de 2021

5.4 Los individuos posibles

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  1. Introducción
  2. La selección de grupos
  3. El lenguaje hablado
  4. El altruismo fraternal
    La atención
    Las clases personales
    Apego y rechazo
    La reactividad positiva
    Problemas terrestres
  5. El amor fraternal
  6. El problema central
  7. El altruismo suficiente
  8. Alternativas para la construcción de una CiTE
    Aislamiento o intervención
    Recursividad o caso único
  9. Las CiTEs son posibles



1.   Introducción

De acuerdo a lo que hemos revisado,  todas las civilizaciones tecnológicas deben experimentar una vertiginosa aceleración de crecimiento en algún momento de su historia. Para superar ese período inestable deben adaptase a su tamaño y a su tecnología. Esta adaptación implica desarrollar cierto grado de altruismo fraternal.

El altruismo fraternal existe entre humanos, sin embargo la evolución genética no parece capaz de construirlo, esto sugiere que algún  otro proceso ha estado operado.

En la entrada anterior revisamos con cierto detalle cómo la evolución genética puede construir cultura, esto es,  la capacidad de aprender de otros individuos.  La cultura funda las bases de un nuevo proceso evolutivo; los elementos que se transmiten son ahora los replicadores culturales y pueden evolucionar al igual que los genes. Cuando los replicadores culturales conforman estructuras perdurables, como ciertos hábitos y costumbres, pueden presionar sobre los genes dando lugar a nuevas arquitecturas capaces de convivir con esa cultura y de transmitirse de padres a hijos. En este caso decimos que se opera una coevolución genético-cultural, una presión cultural sostenida durante muchas generaciones capaz de inducir una construcción genética que finalmente mitiga esa presión. El ejemplo típico de coevolución genético-cultural es la tolerancia a la ingesta de leche, donde una presión cultural, la ganadería, logra una adaptación biológica, la síntesis de una proteína.  

En la entrada anterior hemos dispuesto en una tabla las cuatro alternativas evolutivas que nos interesa diferenciar: la evolución genética común; la evolución genética que permite cultura; la presión cultural sobre la evolución genética (o coevolución genético-cultural) y la evolución cultural pura. La naturaleza solo proporciona  especies con ciertas características y es tarea de la ciencia determinar si son genéticas o culturales y esclarecer cómo se han formado. 

Tenemos fuertes sospechas de que los siguientes elementos se construyeron por coevolución genético-cultural

  • La selección de grupos
  • El lenguaje hablado
  • El altruismo fraternal 

Revisaremos los tres, pero nos detendremos en el altruismo fraternal, no solo porque contiene a los otros dos sino porque puede permitir que una civilización tecnológica atraviese la inestabilidad típica y se vuelva estable y perdurable. 


2.   La selección de grupos

Un grupo endogámico es un grupo formado por unas decenas de individuos de la misma especie que practican el nomadismo. Todos los primates incluyendo a los humanos antes de la agricultura se organizan de este modo. La mayoría de las cópulas se dan dentro de los grupos, aunque hay violaciones a esta regla que mantienen la variedad genética. Su dinámica es simple: ocupan un territorio, recolectan los frutos maduros, cazan a los animales que pueden y cuando los nutrientes comienzan a escasear, se marchan a otro sitio. Cuando un grupo se hace demasiado grande, se desestabiliza y se divide en dos más pequeños. Con el tiempo, los grupos se hacen abundantes y comienzan a competir por los cotos de caza y recolección. La selección de grupos es la selección natural operada entre grupos endogámicos como resultado de esta competencia. 

Una explicación ingenua para el altruismo fraternal afirma que los individuos más prosociales, más altruistas y menos agresivos, tienden a formar grupos más solidos y más grandes y por lo tanto, tienen más chances de ganar en la competencia intergrupal. Los grupos cuyos individuos son más egoístas, resultan menos estables o más chicos y tienden a perder en esa lucha. A largo plazo, los grupos que perduran están formados por individuos altruistas y prosociales, y los egoístas se extinguen.

Esta descripción admite una objeción demoledora. En los grupos altruistas, un mutante egoísta tiene mejores chances de dejar descendencia que el resto de sus compañeros de grupo y por lo tanto sus genes egoístas se difunden con mayor rapidez. A largo plazo los genes egoístas se esparcen y el grupo acaba siendo menos altruista y más egoísta. No importa que exista una presión intergrupal hacia grupos más altruistas; las mutaciones son aleatorias y la ventaja egoísta dentro del grupo es inevitable.

Los intentos por explicar la selección de grupos han sido muchos y variados. Parecía evidente que si los grupos podían acumular considerables diferencias genéticas, se operaría una selección positiva a favor de los más fecundos [1]; pero esta variabilidad no era posible casi nunca. La teoría de la evolución multinivel, desde los genes hasta las especies fue otro intento por resolver el problema [2]. Pero una verdad insoslayable comenzó a sobrevolar la idea: La pura evolución genética no alcanza para explicar la selección de grupos; es necesaria la cultura.

Las ideas para incluir a la cultura dentro de la selección de grupos fueron desarrolladas en varias etapas y por varios autores, pero se deben esencialmente  a Peter Richerson y Robert Boyd [4][5].


Robert Boyd

Para que exista selección de grupos, es necesario que los grupos sean distintos, al menos en las características que definen esa selección. Los genes no son capaces de establecer las diferencias y todas las evidencias muestran que la cultura sí puede generarlas (basta comparar un cazador recolector actual con el habitante de un rascacielos, ambos genéticamente iguales). Esta teoría dice que parte de esa presión cultural fue suficientemente estable y perdurable para actuar sobre los genes y construir por coevolución el soporte genético para un tipo de comportamiento complejo, la reciprocidad fuerte, que haría posible una selección entre grupos no por sus características genéticas sino por su cultura.

La reciprocidad fuerte está formada por dos comportamientos diferentes, uno que premia a los individuos que cumplen las normas del grupo y otro que sanciona a los que no las cumplen. Actuando juntos, ambos comportamientos contribuyen a la existencia de normas, de modo que una explicación de la reciprocidad fuerte consistirá en explicar por qué razón las normas constituyen una ventaja para los genes. 

Las normas son una propiedad del grupo que no está en el individuo. Un sujeto se puede marchar del grupo pero la norma sobrevive porque está soportada por el resto de los individuos. Es como la inteligencia, una propiedad de la red neuronal y no de una neurona. Si en un grupo con reciprocidad fuerte una mutación genética produce un individuo que atenta contra las normas, el grupo sanciona a ese individuo y esa mutación. Una mutación no puede ser fecunda y violar las normas, porque si viola las normas, el grupo sanciona al individuo y la mutación a largo plazo se extingue. La evolución genética favorece a las normas porque los individuos que atentan contra las normas dejan menos descendencia. Ya sabemos que la naturaleza pervierte esto porque del mismo modo como proporciona normas, promociona trampas, mutaciones que aparentan respetar las normas pero las violan a favor de la replicación. Sin embargo el efecto promedio es un positivo respeto a las normas que se prolonga hasta la actualidad.

El hábito de premiar a quien sigue las normas y castigar al que no, era originalmente cultural pero actúo durante tanto tiempo que presionó sobre la evolución genética hasta que los genes construyeron estructuras capaces de sostenerlo. Según la tesis de Boyd y Richerson, la reciprocidad fuerte se hizo congénita, el respeto a las normas se transformó en una característica innata de los humanos, las normas se hicieron estables y perdurables y sobre ellas se montaron otros procesos.

Peter Richerson

La extraordinaria diversidad de normas generó diferencias culturales entre unos y otros grupos y dio origen a la selección cultural de grupos.  Los genes no son suficientes para generar la variabilidad que requiere una selección, pero las normas sí. 

Ahora podemos reconstruir una explicación para el altruismo dentro de los grupos. En la competencia intergrupal, los grupos formados por individuos suficientemente prosociales como para respetar mejores normas, tienden a formar grupos más sólidos y más grandes, con lo cual tienen más chances de ganar en la competencia intergrupal. La selección cultural de grupos, es una selección sobre las normas. Y la variabilidad de las normas es enorme. Pero ya no existe aquella objeción demoledora. Si naciera un mutante dentro del grupo capaz de atentar contra las normas, una presión cultural en su contra condenaría su descendencia a largo plazo. La tendencia es muy lenta porque el mutante puede dejar descendencia antes de manifestarse contra las normas, pero a largo plazo, la presión es mayor que su ausencia. 

Además de la efectiva selección natural, hay dos mecanismos más que contribuyen con la selección cultural entre grupos. Por un lado, las normas y costumbres de los grupos más exitosos tienden a ser imitadas por los individuos de grupos menos exitosos; y cuando los individuos que abrazan las normas exitosas son influyentes en sus propios grupos, la difusión del éxito ajeno es mucho más efectiva. Por otro lado, los individuos pueden migrar de grupos mediocres a grupos exitosos y abrazar sus normas, aumentando el éxito de las mismas. Tanto la selección natural como la imitación de normas exitosas y la migración selectiva entre grupos, contribuyen a la selección de grupos por su cultura [6].

Sobre la genética para el respeto a las normas se montaron otras estructuras que finalmente confirieron a los hombres su extraordinaria diversidad cultural. Muchas conductas tienen origen cultural pero algunas ya podrían ser genéticas; aún no lo sabemos con certeza. Las religiones, por ejemplo, apelan a las normas y las nutren de un imperativo moral que parece basarse en necesidades psicológicas innatas. La necesidad de diferenciar a los grupos llevó a la edificación de diferentes elementos de identificación como el lenguaje, las creencias, la discriminación étnica, el patriotismo u otros hábitos y costumbres específicas. Cualquier cosa que hiciera diferentes a los grupos era bienvenida siempre que no atentara contra ellos.

Los grupos son los primeros objetos capaces de sustentase en una estructura mayor que el individuo, con capacidad de presionar en favor de una selección concreta. Con el advenimiento de las normas, los genes ceden el control de la selección a la cultura, pero además, los individuos se ven obligados a respetar la existencia de una estructura mayor que ellos mismos y su ciega capacidad reproductiva. Ese respeto por las normas presiona y construye una genética afín. Con esta construcción, el impacto ajeno de la especie aumenta, el altruismo entre individuos no emparentados da un salto hacia adelante y los individuos son impelidos por la selección natural a satisfacer algo diferente a su capacidad reproductiva.

Si nuestra intención es buscar un mecanismo general que construya una estructura genética para el altruismo entre individuos no emparentados, la selección cultural de grupos es un escenario adecuado.


3.   El lenguaje hablado

Usted ya sabe lo que hará esta noche; saldrá a cenar con sus padres, o tal vez con su novia o su novio, o con sus amigos, o simplemente se quedará comiendo snacks y  mirando televisión. Todo está claro dentro de su cabeza. Eso sí, nadie tiene la menor idea de ello porque sus pensamientos son invisibles para los demás. La gente no ve ideas. Las ideas son invisibles. Para hacer visibles sus ideas usted tiene que mostrarlas de alguna manera. En concreto, usted nos contará verbalmente lo que ha planeado y todos tendremos claro lo que hará. Pero siendo más detallistas, usted colocará sus ideas en unos símbolos sonoros producidos con la boca y los impulsará por el espacio hasta que impacten en mis oídos; luego yo decodificaré esos signos hasta reproducir en mi cabeza ideas aproximadamente iguales a las que usted transmitió. Después produciré ideas en respuesta a la copia de sus ideas en mi cabeza y modularé para producir significantes sonoros adecuados que usted, suponiendo que sepa lo que significa "mhú", decodificará exitosamente. Así es como funciona el lenguaje, básicamente.

El lenguaje hablado se basa en tres capacidades:

  • Producir suficiente variación de sonidos para generar palabras
  • Significar ideas propias modulando ese sonido
  • Decodificar palabras producidas por otros recuperando las ideas que transmiten 

La primera de estas tres características ya sugiere la naturaleza genética del lenguaje [7].  La arquitectura de la garganta de los humanos adultos es diferente a la de los bebes y al resto de los mamíferos; no podemos respirar y deglutir al mismo tiempo, pero podemos producir una gran variedad de sonidos. Y la forma de nuestra garganta es una construcción enteramente genética. Ya Noam Chomsky señalaba el carácter innato del lenguaje humano [8] y es fácil verificar que si un bebé humano y uno chimpancé son sometidos a las mismas influencias durante sus vidas, el humano aprende a hablar y el chimpancé no. Existen muchas evidencias que sugieren que nuestra capacidad de hablar está escrita en los genes, entonces tiene sentido preguntar qué fue lo que la puso allí.

El lenguaje hablado existe porque es ventajoso para los genes. Como el lenguaje sirve para optimizar la transmisión cultural, los individuos que mejor transmitían sus ideas y habilidades y que mejor reconocían las ideas ajenas de pronto comenzaron a dejar más descendencia. Hay una gran discusión respecto a ese "de pronto" que hemos puesto allí. ¿Por qué razón los chimpancés o los gorilas no practican el lenguaje si ya tienen una incipiente cultura? 

Hay una respuesta evidente: la selección genética hacia el lenguaje detona como consecuencia de un tamaño crítico de cultura. Nuestros primos evolutivos tienen cultura pero no tienen el tamaño cultural necesario. A partir de cierto momento, la cultura es suficiente para que sea genéticamente ventajoso optimizar su trasmisión, para que el lenguaje hablado sea una ventaja.

Es difícil definir "tamaño cultural" y es muy probable que ese tamaño se mida en varias dimensiones. La cantidad de cerebros en los grupos entre los que se transmite una cultura y la variación de biomas a los que la cultura se adapta, posiblemente sean dos números que componen ese tamaño. Pero que un tamaño cultural crítico haya disparado la evolución del lenguaje, es, además,  una tesis que se adapta a las evidencias. La evolución cultural significó, al menos, el pasaje de prácticas alimenticias individuales a la caza cooperativa con las consecuentes modificaciones dentro de los grupos, de modo que una presión hacia la optimización de la cultura tiene que haberse operado junto a esos cambios.

Nuestra tesis es, además, que junto con la evolución del lenguaje, comenzó a  darse una relación sistémica entre la calidad del lenguaje y la calidad de la cultura transmitida. Si la cultura es ventajosa para los genes, una mejora en la transmisión de cultura, como es el lenguaje, debía significar una mejora en la cultura misma, porque el lenguaje necesita detallar las ideas que transmite. Mejor lenguaje implica ideas más precisas, mayor cultura y nuevamente más lenguaje. La evolución hacia el lenguaje detonó con un tamaño cultural crítico pero inició un proceso sistémico que mejoró esa cultura y al propio lenguaje de manera explosiva.

Según los registros fósiles, la arquitectura para el lenguaje comenzó a formarse con los primeros homo, hace tal vez 2 millones de años [9] y ya estaba lista hace unos 300.000 años [7]. Según Chomsky, el advenimiento del lenguaje fue súbito y se operó hace 100.000 años. Es probable que una gramática universal generativa como la que describe Chomsky sea el resultado de una mutación única, pero la mayoría de los expertos sostiene que la evolución es paulatina y que existió un protolenguaje previo a la gramática de Chomsky que se formó progresivamente.

En resumen, el lenguaje evolucionó como consecuencia de una presión cultural sostenida que comenzó a operar a partir de un tamaño crítico característico y que presionó para montar una estructura genética. Al igual que la selección de grupos, el lenguaje se originó por coevolución genético-cultural. En este caso existió además un fenómeno recíproco que mejoró la cultura. Pero en todos los casos el lenguaje es un maravilloso ejemplo de cómo la genética estabiliza una presión cultural. Nuestra capacidad de hablar es estable porque es genética. La cultura es más volátil que los genes.


4.   El altruismo fraternal

El altruismo fraternal es el altruismo entre individuos no emparentados. Dado que existe entre humanos, debe haber un mecanismo capaz de construirlo. Es importante probar que ese mecanismo puede ser general porque ya hemos visto que se necesita cierto grado de altruismo para que una civilización pueda atravesar la inestabilidad típica y perdurar con su tecnología a cuestas. Describir un mecanismo universal que construya altruismo es equivalente a decir que las civilizaciones tecnológicas estables son posibles.

Un comportamiento es altruista cuando su impacto contribuye al bienestar ajeno. Decimos equivalentemente que el impacto ajeno del comportamiento es alto o bajo según que el altruismo del comportamiento sea mayor o menor. Los biólogos y genetistas transforman ese beneficio en un número que representa la descendencia. Para los objetos en evolución cultural esto no es posible; el prestigio individual, por ejemplo, puede ser imitado por sujetos no emparentados con el precursor de la variante. En general, los replicadores culturales pueden ir por canales desligados de todo parentesco y entonces es imposible medir su desempeño con un número que represente se éxito reproductor. Sin embargo es posible evaluar el beneficio de un atributo cultural midiendo su frecuencia de aparición en la población.

La diferencia entre altruismo e impacto ajeno es simplemente técnica: el impacto ajeno es un número y el altruismo no lo es. Pero con esta pequeña diferencia podemos seguir adelante. El impacto ajeno de un individuo es el promedio del impacto ajeno de sus comportamientos y el impacto ajeno de una especie es el promedio del impacto ajeno de sus individuos. Al  hablar de impacto ajeno, el contexto nos dirá si nos referimos a un comportamiento, un individuo o una especie. En la mayoría de los casos hablaremos aquí de altruismo como un sinónimo de impacto ajeno, pero debemos entenderlo como un atributo cuantificable, un grado, un nivel o simplemente un número.

Hemos presentado al altruismo como una característica que, junto a la selección de grupos y el lenguaje mostraría como actúa la coevolución; sin embargo esta simetría no es tal. Tanto la selección cultural entre grupos como la evolución del lenguaje hablado forman parte de un lento y gigantesco proceso que lleva hacia un aumento progresivo del impacto ajeno, a una mejora del altruismo fraternal. 

En general, toda evolución prosocial representa un aumento del impacto ajeno. Cuando la cultura presiona para construir una genética que respete las normas y contribuya a la supervivencia de los grupos, está construyendo una genética para aumentar el impacto ajeno de los individuos. Si la coevolución genético-cultural construyó el carácter innato del respeto a las normas, entonces indujo también un aumento del impacto ajeno promedio.

Si el lenguaje favorece la identidad de los grupos, entonces también contribuye a un aumento en el impacto ajeno de los individuos. Si la coevolución genético-cultural construyó el lenguaje, entonces, nuevamente la coevolución indujo un aumento en el impacto ajeno promedio.

Pero creemos que la cultura puso en los genes otros factores además del respeto a las normas y la capacidad de hablar. Factores anteriores, más básicos, que inicialmente fueron impulsados por la cultura y que luego intervinieron en una selección cultural entre grupos. Cuando decimos que la cultura es una ventaja genética, decimos indirectamente que los atributos que la beneficiaron también son una ventaja genética. Creemos que esas otras capacidades psicológicas inducidas son también genéticas y debieron construirse como resultado de procesos que beneficiaron la ventaja reproductiva. 

Si bien la cultura evolucionó porque aceleró el aprendizaje de cosas ventajosas para los genes, cuando los genes montaron un mecanismo genético para la cultura, esta presión dejó de existir. Entre los seres humanos, la capacidad de imitar es una habilidad independiente de la ventaja genética de la cosa aprendida. La imitación ya está presente en los primeros meses de vida [10] y debe considerarse como el resultado de un impulso imitador innato, que luego será integrado al aprendizaje pero que ya existe con independencia de él. Es importante reconocer que existe un impulso imitador congénito y creemos que en él se asienta la cultura humana; pero sería importante hacer pruebas en otras especies culturales para identificar cuando se configuró la independencia entre la capacidad de imitar y la ventaja evolutiva de la cosa imitada.

Creemos que la propensión genética hacia la imitación sesgó la presión selectiva hacia el desarrollo de ciertas características concretas; y que éstas iniciaron una zaga que impulsaría un progresivo aumento del impacto ajeno.


La atención 

La atención es uno de los atributos necesarios para satisfacer el impulso imitador congénito; no se puede imitar sin atender lo que se imita. En consecuencia, la atención  mejora conforme evoluciona la capacidad de imitar. Existen muchas definiciones para la atención [11] [12], pero todas refieren dos hechos: un proceso mental donde se seleccionan algunas características específicas frente a un todo mayor y la existencia de una anatomía cerebral para su funcionamiento. Lo primero la describe y lo segundo sugiere su  carácter congénito

Respecto al objeto hacia el que se dirige la atención, encontramos dos posibilidades.

  • Atención personalizada
  • Atención específica

La atención personalizada es la que se dirige a los comportamientos que provienen de un único individuo cada vez, separándolo del resto del grupo. La atención específica es la que se dirige a un comportamiento específico independientemente de los individuos que lo proporcionan.

De estas dos posibilidades solo nos interesa la primera. Creemos que la atención hacia los individuos que originan los comportamientos imitados colabora de una manera sustancial en la mejora de ciertos objetos mentales muy importantes: Las clases personales. 

La imitación induce la atención, y una de sus formas, la atención personalizada, induce la formación de un tipo de objeto, las clases personales. Esta es la zaga que se ha iniciado.


Las clases personales

Los murciélagos vampiro se alimentan de la sangre de sus presas. No es fácil para ellos dar con alimento, de modo que cuando encuentran una víctima, se alimentan por demás. De vuelta en el refugio, resulta que algunos comieron mucho y otros no comieron nada. Es común que los primeros alimenten a los hambrientos de su prole regurgitando parte de la sangre chupada.  Algunos experimentos  muestran que hay una porción de los hambrientos favorecidos que siquiera está emparentada con los donadores. Cuando la donación se dirige a sujetos no emparentados, existe una predilección casi absoluta por los individuos del mismo grupo frente a los de grupos vecinos [13]. Es evidente que los murciélagos vampiro pueden distinguir a los miembros de su propia familia respecto del resto del grupo, y al propio grupo respecto de grupos ajenos. 

Existen muchas especies que  pueden identificar a cada individuo de su grupo, independientemente de su filiación con ellos. Pero en las especies culturales, a través de la atención personalizada, los sujetos pueden asociar una representación mental de cada individuo con una serie de comportamientos que lo caracterizan.

No hay evidencias fósiles de la evolución de los comportamientos, pero la historia psicológica de cada sujeto debe haber cupido un rol importante. Para un sujeto imitador es más importante la contribución de un individuo "X" que le ha mostrado alguna vez como satisfacer su hambre de una forma nueva, que el aporte de otro individuo "Y" que solo participa en comportamientos insignificantes dentro del grupo.

Con el tiempo el individuo consolida en su mente un elemento del pensamiento para cada persona del grupo. Estas son las clases personales. No sabemos bien como están soportadas pero suponemos que se asientan en el cerebro, en ciertas redes neuronales, formando un conexionado  permanente.

Las clases personales se refinan con la atención personalizada que fuerza el impulso imitador innato, se diferencian dentro de la mente de cada individuo y en cierto momento, esas diferencias comienzan a fundar un nuevo proceso selectivo.

 

Apego y rechazo 

Junto con  la evolución cultural de las clases personales, evolucionaron  también los sentimientos asociados a las personas, y a partir de una marcada  indiferencia inicial se  fue construyendo una rica relación afectiva entre individuos. Y del mismo modo como existe una base innata para las clases personales, existe también una base genética para estas relaciones afectivas[14]. Es frecuente que  los genes construyan relaciones afectivas entre individuos emparentados; la cultura permitió que estas relaciones  trascendieran a los genes y se dieran entre cualquier par de individuos del grupo. Lo que sigue será un resumen de un resumen, pero no necesitamos más.

Dentro de un grupo endogámico, los sentimientos hacia otros individuos pueden ser de tres tipos: apego, rechazo e indiferencia.

Un individuo siente apego por otro miembro del grupo cuando ese miembro evoca en él una emoción placentera, algún tipo de bienestar que tal vez responda a un mecanismo químico escrito en su genética. El sentimiento de apego despierta el impulso de estar cerca del miembro del grupo que lo genera. El apego es resultado de diversos mecanismos, uno de ellos es la atención personalizada, cuando la clase personal que ha construido para representarlo en su mente ha quedado asociada a emociones y sentimientos de placer durante su historia psicológica. 

El sentimiento de rechazo es, en cierto sentido, lo opuesto al apego. Ahora el miembro del grupo evoca en el individuo una emoción negativa que también debe tener naturaleza química y que genera un malestar asociado a ese miembro del grupo. El rechazo también es el resultado de la atención personalizada. Un individuo siente rechazo por otro cuando, por razones asociadas a la historia de su relación con él, la clase personal de ese miembro del grupo ha quedado impregnada de emociones y sentimientos desagradables.

Por último, un individuo siente indiferencia por otro cuando no se siente movido a estar cerca ni a estar lejos de él.

En general, un individuo siente apego hacia quienes le dan su afecto, confianza y seguridad y siente recazo por aquellos que le inspiran inseguridad, abandono o miedo. 

Esta clasificación es sumamente tosca y puede abrirse en un abanico de matices cuyo lejano efecto sea el apego, el rechazo o la indiferencia. Cada uno de esos matices tendrá sus extremos opuestos y sus estados intermedios. Pero la clasificación sobrevive a los matices.

Hemos dicho, en resumen,  que la cultura con su impulso imitador congénito contribuye a consolidar la atención y en particular, la atención personalizada. Ésta  fuerza la evolución de las clases personales que surgen como objetos permanentes dentro del pensamiento individual. Por último, entre las clases personales se funda una relación de apego, rechazo e indiferencia que confiere una estructura afectiva al grupo sobre la que puede fundarse una selección.

 

La reactividad positiva

Dentro de un grupo endogámico, un individuo $A_1 $ puede sentirse impulsado a acercarse a otro $A_2$ o alejarse de él según sienta apego o rechazo. Esto establece una relación entre ese individuo  y todos los demás miembros del grupo que podría representarse con un vector que exprese la sucesión de apegos, rechazos e indiferencias. Para aligerar la notación anotamos con un 1 el apego, con un -1 el rechazo y con un 0 la indiferencia, y suponemos que todos los individuos sienten apego por sí mismos. En un grupo de 10 individuos, la relación afectiva entre un individuo $A_1$ y el resto podría ser

$$\mbox{Afectividad}(A_1)=(1,1,-1,0,1,0,0,0,-1,0)$$

que significa que $A_1$ siente apego por sí mismo, apego por $A_2$, rechazo por $A_3$, indiferencia por $A_4$, etc.

Esto nos permite clasificar a un grupo definiendo la relación afectiva entre cada individuo y todos los demás. En la siguiente matriz, cada línea horizontal es un vector de afectividad como el que hemos anotado recién


$A_1$

$A_2$

$A_3$

$A_4$

$A_5$

$A_6$

$A_7$

$A_8$

$A_9$

$A_{10}$

$A_1$

1

0

1

-1

-1

1

1

0

1

0

$A_2$

1

1

1

1

0

1

0

0

0

-1

$A_3$

-1

-1

1

0

-1

0

1

-1

0

0

$A_4$

1

1

0

1

0

1

-1

-1

0

1

$A_5$

0

-1

-1

0

1

1

0

-1

0

1

$A_6$

1

1

0

1

0

1

-1

1

1

1

$A_7$

1

0

-1

1

1

-1

1

0

0

-1

$A_8$

0

0

0

1

0

0

-1

1

0

1

$A_9$

1

1

-1

--1

-1

1

1

0

1

-1

$A_{10}$

0

0

0

1

0

0

-1

-1

-1

1


La llamaremos matriz de afectividad del grupo. Cada cuadrícula indica que el individuo anotado en la fila siente apego, rechazo o indiferencia por el individuo rotulado en la columna.  Como vimos recién, cada línea indica la afectividad que cada miembro del grupo siente por todos los demás. Recíprocamente, cada columna indica lo que los demás individuos sienten por un sujeto en particular. Si miramos la columna de $A_1$, veremos que solo $A_3$ siente rechazo por él, todos los demás individuos sienten apego o indiferencia. En total, seis personas sienten apego por $A_1$, una siente rechazo y tres son indiferentes.

Al apego, rechazo o indiferencia que los demás sienten por un individuo $A_i$ lo llamaremos reactividad de $A_i$. En la matriz de afectividad, cada columna $i$ designa  la reactividad de $A_i$. El conjunto de individuos que siente apego por $A_i$ es el conjunto de reactividad positiva de $A_i$ . La reactividad positiva de $A_1$, por ejemplo, es el conjunto de individuos $\{A_1, A_2, A_4, A_6, A_7, A_9\}$.

La reactividad de los individuos es importante porque sobre ella actúa una selección. Los individuos por los que todo el mundo siente apego tendrán una ventaja dentro del grupo, porque la necesidad de cercanía de los demás es también la necesidad ajena de que el individuo sobreviva. Acercarse a un individuo que genera mucho apego es también una forma de aumentar las chances de imitar su éxito.   Por estas razones existe una presión selectiva hacia individuos que busquen generar apego en los demás y cuyos grupos de reactividad positiva sean cada vez mayores.

¿Pero que puede hacer uno para aumentar el apego ajeno? Nada que yo haga me asegura el apego del otro individuo hacia mí; pero puedo aumentar las probabilidades de que ocurra. El otro puede sentir apego por mí si soy capaz de impactar favorablemente en la clase personal del otro que me designa a mí.

Sin dudas existen muchas formas distintas de generar apego; la comunicación es una de ellas. Si una persona transmite lo que piensa con más habilidad, mejorará su impacto en los demás y, a largo plazo, aumentará el apego que genere; incrementará su grupo de reactividad positiva. De este modo, la búsqueda del apego ajeno podría presionar para mejorar el lenguaje.

El factor que estamos buscando, el altruismo entre individuos no emparentados  incrementa claramente el grupo de reactividad positiva del individuo. Un comportamiento propio de alto impacto ajeno, que mejora el bienestar de los demás contribuye sin dudas a que los demás quieran estar cerca de uno. Todos quieren estar cerca de un individuo altruista. 

La presión por individuos cuyo grupo de reactividad positiva sea cada vez mayor es una presión para que los individuos induzcan apego en los demás y una de las formas de hacerlo es propiciando el bienestar general, aumentado el impacto ajeno, generando comportamientos altruistas, más allá de todo parentesco. 

El párrafo anterior es la anhelada descripción de un mecanismo evolutivo que propicia comportamientos altruistas entre individuos no emparentados. Es importante probar que existe un mecanismo posible, porque los mecanismos son generales, no dependen de un mundo concreto o de una especie en particular; cualquier especie parecida en un mundo parecido seguirá un mecanismo parecido y construirá comportamientos parecidos.

 

Problemas terrestres

Si bien el altruismo fraternal es posible y existen sobradas evidencias de que se ha dado en nuestra especie; hay muchas objeciones sobre el modo exacto como todo esto ha ocurrido en la Tierra. Explicar el altruismo fraternal como una lejana consecuencia de la cultura nos obliga a explicar también por qué no lo han desarrollado también otras especies culturales, como los gorilas o los delfines. 

Una respuesta posible es la que ya hemos ensayado para el lenguaje, que la evolución de las características psicológicas que llevaron al altruismo detonó después de cierto umbral de cultura que no estaba presente en las otras especies culturales. Pero aún si este fuera el caso, tenemos problemas con nuestro argumento.

El altruismo fraternal no es la única forma de aumentar el apego ajeno, la necesidad de cercanía. Hemos mencionado que una mejora en la comunicación puede ser una buena estrategia individual para incrementar el grupo de reactividad positiva. Pero también debemos considerar otras opciones evolutivas, como el prestigio, donde los individuos quieren estar cerca de la persona famosa para copiar sus habilidades y comer de sus migajas; o la estrategia de liderar el grupo, generando protección , seguridad y consecuentemente, necesidad de cercanía en los demás. 

El problema con nuestro mecanismo es que las otras formas de construir apego parecen menos costosas que el altruismo fraternal. Liderar el grupo es menos costoso que propiciar el bienestar ajeno sin ventajas a cambio. También es más segura una mejora en el habla o una presión hacia el prestigio. La pura selección de genes habría elegido estas mutaciones. 

El altruismo fraternal entre humanos solo es posible por obra de la evolución cultural pura;  existe porque una cultura lo ha bendecido, porque a partir de cierto momento, proporcionar bienestar a los demás sin ventajas a cambio fue considerado culturalmente bueno. Una mejora en el prestigio, en la capacidad de liderazgo o en las habilidades comunicacionales habrían dejado más descendencia pero el altruismo fraternal satisfacía además un imperativo cultural.


5.   El amor fraternal

Imaginemos dos ciudades, una limpia y otra sucia. En la ciudad limpia, la gente tira los papeles en los cestos; nadie arroja una botella vacía desde la ventanilla del auto ni deja basura junto al banco de la plaza; los papelitos de caramelos van a los bolsillos y las personas pasean a sus perros con una palita para recoger sus heces. La ciudad sucia, en cambio, es sucia porque la gente es sucia; ignora los cestos de basura, deja los papeles tirados por cualquier lado y arroja por la ventanilla la basura que genera en su auto. Si una persona nace en una ciudad limpia, imita la cultura existente y pronto es limpia como los demás. Una ciudad limpia genera gente limpia y la gente limpia produce una ciudad limpia como fenómeno emergente. Si la misma persona naciera en la ciudad sucia, imitaría los hábitos sucios de los demás y sería igual que ellos. Este hecho hace que el fenómeno cultural sea más longevo que la propia gente; las personas pueden nacer o morir pero la limpieza de la ciudad no se alterará.

Evidentemente, la limpieza no está en los genes de las personas; el mismo sujeto será limpio o sucio según la ciudad en que nazca y la cultura que imite. Si las personas estuvieran genéticamente influenciadas para ser limpias, lo serían independientemente de la ciudad en que nacieran y podríamos tener gente limpia en ciudades sucias. 

Lo mismo que ocurre con la limpieza sucede con el altruismo fraternal. Si el altruismo no está influenciado por los genes, en un entorno altruista la gente se hará altruista y en un entorno egoísta la misma gente se hará egoísta. Si existiera, en cambio, una genética para el altruismo fraternal, el individuo sería altruista aunque el entorno fuera culturalmente egoísta.  El altruismo sería una capacidad interna de los individuos, como lo es la producción de tal o cual proteína.

Hasta ahora nos hemos referido al altruismo fraternal como un comportamiento inducido por la cultura, pero no hemos dicho si la presión cultural puede ser lo suficientemente prolongada para forzar coevolución genético cultural y construir un altruismo fraternal de base genética.

Varias evidencias sugieren que ya existe una genética altruista en los humanos [15][16]. Llamaremos amor fraternal a esa posible tendencia innata. El amor fraternal es un elemento genético que se expresa como un impulso general hacia el altruismo fraternal. Es probable que el sentido coloquial del concepto sea otro, pero aquí nos ceñiremos a lo que hemos definido

El amor fraternal es más estable que el altruismo cultural porque es altruismo escrito en los genes. Es una fuente de comportamientos altruistas que no depende de la cultura del entorno. Esto debe ser bien entendido; no hay nada que podamos hacer con un chimpancé para que su cráneo sea más grande y su postura sea más erguida, ser así está en sus genes, lo determina la disposición de nucleótidos en su ADN. Del mismo modo no hay nada que hacer con una genética altruista, el individuo priorizará el bien común porque así está escrito en su ADN y esto no se revertirá aunque lo torturemos en la mazmorra, porque la tortura no cambia la disposición de los nucleótidos.

Si existe cierto grado de amor fraternal en el homo sapiens, es necesario especificar qué proceso evolutivo ha ordenado esos genes. La única forma posible es que una presión cultural  haya ensalzado de manera sostenida el altruismo fraternal y que los individuos favorecidos hayan dejado más descendencia que el resto; concretamente, que una coevolución genético-cultural haya seleccionado favorablemente el altruismo fraternal. Una genética para el altruismo habría mitigado la presión y los comportamientos altruistas serían más posibles, del mismo modo como una genética aceleró el lenguaje cuando la cultura presionó en su favor o como los genes aprendieron a sintetizar lactasa cuando la lechería los impulsó a hacerlo.

 

6.   El problema central

Existe un gran problema detrás de todo esto. Para construir un grupo de reactividad positiva amplio, un grupo de personas apegadas a un individuo, las mejoras genéticas en el prestigio, el liderazgo o la comunicación resultan más adaptativas que un incremento del amor fraternal; pero frente a un escenario de inestabilidad típica, el amor fraternal es más adaptativo que el prestigio o el liderazgo. Si una civilización atraviesa un déficit ecológico global, priorizar el bien común es más importante para la supervivencia que priorizar el prestigio o el liderazgo propios porque el primero colabora para resolver el déficit y los segundos conspiran contra una solución.

¿Por qué razón se construiría amor fraternal en grado suficiente para atravesar hoy una inestabilidad típica si los factores que presionaron para su construcción fueron tan poco probables en el pasado?

Las consecuencias de este problema son obvias, la probabilidad de que una especie desarrolle el grado suficiente de altruismo fraternal son bajas, pero cuando lo logra, las probabilidades de que construya una tecnología estable son altas. 

Algunas propuestas previas ya postularon algo parecido. Sagan [17] creía que las formas estables de tecnología eran muy poco probables pero que cuando se configuraba alguna,  resultaba muy duradera; una longevidad basada en la no agresión y el respeto mutuo. Papagiannis [18] también creía en una relación entre la longevidad tecnológica y ciertas características del comportamiento; sostenía que para superar la inestabilidad típica se debía reemplazar la agresión y la búsqueda de lo material por un impulso más espiritual y pacífico. 

Lo que resulta poco probable es que exista una presión duradera que construya estas características  miles de años antes de que una súbita inestabilidad las necesite. La inmensa mayoría de las civilizaciones deberían extinguirse cuando la tecnología acelera su crecimiento. Este es el problema central.


7.   El altruismo suficiente

Es poco probable que una presión construya altruismo entre individuos no emparentados, pero aún cuando esto ocurre, la existencia de civilizaciones tecnológicas estables no está probada; hay que mostrar, además, que ese altruismo fraternal es suficiente.

Al final de esta entrada hemos caracterizado mediante un número $M$  el mínimo grado de altruismo necesario para que una civilización inteligente logre atravesar la inestabilidad típica. $M$ es el altruismo que necesita una especie para superar la crisis ecológica, convivir con una tecnología nuclear sin usarla contra sí misma y ordenar la relación entre los individuos y las cosas. No sabemos cual es el mínimo grado en que  una especie debe priorizar el bienestar general para que su civilización atraviese el período inestable, pero sí sabemos que ese grado debe ser universal, el mismo $M$ para todas las especies que quieran fundar una tecnología estable.

Las cotas superiores de $M$ son afortunadamente triviales. Una especie se puede adaptar a su tecnología y a su tamaño si es capaz de priorizar el bien común antes que el propio, la felicidad ajena antes que la propia, el interés general antes que el particular; si puede desarrollar cierta conciencia de globalidad.  Si el altruismo de una especie es igual o mayor que esto, entonces tendrá los elementos para superar la inestabilidad típica. Si el altruismo $M$ fuera menor que esto y aún así fuera posible superar los problemas y conformar una tecnología estable, no lo sabemos ni nos interesa entrar en esa discusión.

Tampoco sabemos si los comportamientos altruistas inducidos por la cultura deberían cristalizar en los genes en cierta medida o si una cultura altruista sin base genética es suficiente. El amor fraternal ayudaría a que una especie tecnológica pueda atravesar la inestabilidad típica pero no sabemos cuanto altruismo debe ser innato y cuanto puede ser solo cultural. Concretamente, no sabemos si el grado $M$ de altruismo puede alcanzarse sin amor fraternal o con cierta cantidad crítica de él.

Es inevitable revisar el caso humano. ¿Seremos capaces de superar el período inestable y perdurar durante mucho tiempo? Tal lo dicho, no podemos precisar el mínimo altruismo necesario pero sin duda se lograría rebasarlo si una masa crítica de individuos fuera capaz de abandonar la lucha por la acumulación de bienes materiales  y emprendiera  o colaborara en la construcción de estructuras capaces de prodigar  beneficios a todos los demás individuos aunque en el intento pueda peligrar la provisión del propio sustento. No conocemos el mínimo altruismo necesario, pero existe una cota superior que está muy dentro de nuestras posibilidades. Solo resta que una masa crítica de personas entienda que priorizar el interés personal definitivamente  atenta contra una tecnología estable y longeva. Que lo entienda y actúe en consecuencia.

En resumen, nosotros somos prueba de que existe altruismo congénito. Hemos encontrado un mecanismo natural que puede construirlo en cierto grado, pero su ocurrencia es muy poco probable; depende de que una presión cultural pro altruista actúe durante miles de años. Tampoco sabemos si el altruismo que puede construirse por ese mecanismo es suficiente para que una especie tecnológica atraviese la inestabilidad típica. Sin embargo, no tenemos evidencias para afirmar que nunca se dará de manera suficiente. 

Lo que sigue arrojará más luz sobre la posibilidad de que nuestro universo produzca formas estables de tecnología.


8.   Alternativas para la formación de una CiTE.

Una CiTE es una "civilización tecnológica estable" expresada en breve. Le pusimos un nombre porque, si existe,  es muy curiosa y muy relevante. La CiTE es la menor forma estable de tecnología que podemos imaginar. En las entradas que restan hablaremos largamente de las CiTEs, pero ahora nos interesa su formación.

Algunas especies, como la nuestra, comienzan a crecer aceleradamente cuando la acumulación de tecnología en su entorno ya alcanza para reducir su mortalidad. Más tecnología induce más población y más población induce más tecnología originando una relación sistémica que lleva hacia un crecimiento acelerado. En algún punto de ese crecimiento, la civilización adquiere la tecnología necesaria para suicidarse. Aquí comienza la inestabilidad típica. La civilización debe aprender a convivir con su tamaño y su tecnología. Este período de aprendizaje es peligroso porque los errores pueden ser fatales. 

Para adaptarse a su tecnología y perdurar, una especie necesita cierto grado de altruismo fraternal. Como vimos, es muy poco probable que una especie desarrolle ese altruismo naturalmente, pero si lo desarrolla, tiene muchas posibilidades de adaptarse. Cuando una civilización logra convivir con su tecnología de un modo estable, se transforma en una CiTE, una civilización cuya especie es altruista y su tecnología estable.
 

Aislamiento o intervención

Desde un punto de vista lógico hemos encontrado dos y solo dos modalidades relevantes para la conformación de una CiTE respecto de su entorno espacial:

  • Aislamiento
  • Intervención

La modalidad de aislamiento es la que hemos supuesto hasta aquí; la especie está aislada en su mundo y debe desarrollar el altruismo necesario siguiendo los mecanismos descriptos recién; si no logra desarrollarlo se extinguirá cuando atraviese la inestabilidad típica. La probabilidad de que se conforme  una CiTE en esta modalidad es baja o muy baja.

En la modalidad de intervención, una CiTE puede actuar en los procesos evolutivos de otro mundo, y en particular, en los que llevan a la construcción de otra CiTE. Puede parecernos algo extraño, pero nosotros ya estamos pensando como crear colonias en otros planetas; cómo terraformarlos, modificarlos, hacerlos aptos para la vida, la inteligencia y la tecnología. Solo decimos que una forma estable de tecnología también podría intervenir.

Antes de que pueda darse la modalidad de intervención es necesario que una primera generación de CiTEs se edifique aisladamente. La probabilidad de que esto ocurra es muy baja, pero la cantidad de mundos que pueden ensayar el proceso y la cantidad de tiempo para ensayarlo, nos permiten pensar que el universo puede crear algunas CiTEs de primera generación.

La intervención de una CiTE sobre otra puede objetarse porque la cota de velocidades haría que su movimiento por el espacio sea muy lento; pero los procesos que debería intervenir también son lentos, duran decenas o cientos de miles de años, de modo que este reparo es muy cuestionable. Además, el mundo intervenido podría estar relativamente cerca matizando el problema de las velocidades. También puede objetarse que una CiTE nunca tendrá por objetivo crear otra CiTE porque esto sería crear competencia. No entraremos en esta discusión hasta no conocer mejor las formas estables de tecnología.

Desde un punto de vista estrictamente  lógico, existe una profunda asimetría entre la CiTE interventora y la intervenida. La relación es, además, conocida: la primera enseña algo que ya sabe y la segunda aprende algo que  ignora. La primera es estable y la segunda no. La asimetría debe ser mucho mayor que esto, pero la lógica solo llega hasta aquí.

Estas dos modalidades de formación de una CiTE agotan el universo de casos. 


Recursividad o caso único

Cada modalidad admite a su vez dos y solo dos alternativas dentro de un mundo:

  • Alternativa única
  • Alternativa recursiva

En la primera alternativa todo ocurre como lo hemos descripto, pero si la especie inteligente no desarrolla el altruismo necesario para adaptarse a su tecnología, se extinguen la civilización y la especie inteligente, y no vuelve a formarse otra en ese mundo. 

La alternativa recursiva admite que el colapso generado por una inestabilidad típica desarticule la tecnología que generaba las degradaciones, pero no contempla la extinción de la especie inteligente. Ya hemos visto esta opción cuando analizamos aquí la tercer alternativa. Se trata de una civilización que vive las inclemencias del colapso al que la lleva la inestabilidad tecnológica, sufre una profunda reducción poblacional, una abrupta desculturización, pero no se extingue y puede volver a generar una inestabilidad típica en el futuro. Aun si la especie inteligente se extinguiera pero su linaje evolutivo tuviera tiempo de volver a producir una especie tecnológica, de todos modos habría una segunda oportunidad.

Al igual que antes, estas dos alternativas agotan el universo de casos.


9.   Las CiTEs son posibles

Es muy poco probable que se forme una  CiTE luego de un único intento y sin ninguna intervención. Pero aún ese caso es posible. Si el mundo fuera muy grande y tuviera muchos continentes separados por extensos océanos, el período de expansión de su especie inteligente podría ser muy prolongado. El fenómeno cultural sería mucho más extenso y diverso y sería más probable que se diera una cultura para el altruismo capaz de presionar sobre la selección de genes durante muchos años. La posibilidad de una genética altruista también podría depender de la intensidad o moderación de las variaciones climáticas o de la existencia de varias especies culturales interactuando durante mucho tiempo. En todos los casos debemos revisar las probabilidades de eventos evolutivos capaces de construir altruismo fraternal porque existe una profunda relación entre el grado de altruismo y las chances de adaptar el comportamiento para superar una crisis ecológica o un desorden económico generalizado sin guerras masivas.

Debemos tener en cuenta, además, que en el universo observable existen, tal vez, $10^{23}$ planetas que pueden estar ensayando desde hace miles de millones de años.

Avancemos ahora un escalón. La especie de nuestro ejemplo ha fracasado en su intento por atravesar la inestabilidad típica, y ha sufrido una abrupta reducción poblacional comprimiéndose su cultura y su tecnología  hasta el punto de no seguir ocasionando degradaciones; pero no se ha extinguido. Allí está, entonces, nuestra especie cultural fracasada y deprimida unos años después del colapso. Notemos sin embargo que su ADN no ha cambiado en absoluto; es idéntico al de sus antecesores tecnológicos. Aunque nuestros amigos vuelvan a la práctica nómade, aunque algunos continentes se hayan despoblado totalmente y aunque queden muy pocos sujetos en pie, lo que está escrito en el ADN seguirá allí. Por supuesto, la naturaleza puede borrar esos trazos, pero la erosión genética demora demasiado tiempo. En 100 años, un colapso catastrófico puede matar al 99,9% de la población, pero las letras del replicador tardarán miles de años en borrarse. Lo que esté escrito allí, seguirá allí; las habilidades que se hayan adquirido no se perderán; las estrategias para lograr grandes grupos de reactividad o el insuficiente amor fraternal que se haya metido en los genes, permanecerán. La especie post colapso ya no empezará de cero su viaje hacia la siguiente inestabilidad.

Así llegamos a una simple conclusión: la probabilidad de que una especie tecnológica atraviese la inestabilidad típica en el segundo intento, es mayor que la probabilidad de que lo haga en el primero. La probabilidad de que el altruismo fraternal se escriba en los genes es mayor en el segundo intento que en el primero. En general, la probabilidad de atravesar la inestabilidad típica crece con el número de recursiones.

Digamos finalmente que la recursión es más probable que el intento único porque el colapso necesario para que sobreviva la especie inteligente es más probable que la catástrofe que ocasionaría su extinción.

Veamos que ocurre en la modalidad de intervención. Tal como hemos dicho, para que existan CiTEs que puedan intervenir sobre otras, debe existir una primera generación de CiTEs pioneras, generadas en forma aislada, sin intervención. Dicho esto, queda claro que la intervención no es igual a su ausencia. Para intervenir en la genética de una especie cultural que está acumulando tecnología, una CiTE  puede presionar en favor de una cultura altruista, sabiendo que una presión cultural sostenida en el tiempo puede inducir coevolución genético cultural y lograr que parte de ese altruismo se meta en los genes y construya en la especie cierto grado de amor fraternal.

Es importante entender que si una CiTE no presiona para construir una genética altruista, las probabilidades de que esto ocurra naturalmente son muy bajas. Ya hemos discutido esto. Pero entonces, la intervención de una CiTE durante la evolución cultural de los grupos endogámicos en favor del altruismo entre individuos no emparentados, aumenta drásticamente las chances de que la especie intervenida construya el amor fraternal necesario para atravesar con éxito la inestabilidad típica y conformar una nueva CiTE.

Si la especie intervenida no atraviesa la inestabilidad típica, la CiTE puede intervenir para morigerar el colapso generado y salvar a la especie inteligente en vistas de un nuevo evento de inestabilidad típica futuro, donde las chances serán mayores. Esto significa que una de las posibles formas de intervención consiste en forzar una secuencia recursiva de inestabilidades.

Si la vocación de intervenir se transmitiera culturalmente durante la intervención de una CiTE a otra, una selección natural actuaría sobre la frecuencia de aparición y las CiTEs generadas por intervención serían inmensa mayoría frente a las generadas aisladamente. En ese caso, el intervencionismo sería más probable que la formación aislada.

Resumiendo, si no existiera recursión ni intervención las formas estables de tecnología serían muy poco probables. Si hubiera recursión, las probabilidades aumentarían con el número de recursiones. Si hubiera intervención, las probabilidades serían mucho mayores porque la CiTE interventora forzaría los procesos evolutivos necesarios y en caso de fracasar, aseguraría la recursión. Además, la recursión es más probable que un único intento y la intervención podría ser más probable que la formación aislada.

Aún en el peor de los casos, las civilizaciones tecnológicas estables son posibles, los individuos necesarios son posibles, las CiTEs son posibles. En las siguientes entradas razonaremos sobre ellas con mucho más detalle.



 
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[1] Wilson, David; Dugatkin L. A. (1977) Group selection and assortative interactions. The American Naturalist 149: 336-351.
[2] Wilson, David S.; Sober. Elliot (1994) Reintroducing group selection to the human behavioral sciences. Behavioral and Brain Sciences 17: 585-654 
[3] https://civilizacionestecnologicasestables.blogspot.com/2020/12/53-la-coevolucion-genetico-cultural.html (Por qué existe la cultura)
[4] Boyd, Robert; Richerson, Peter (1985): Culture and the Evolutionary Process The University of Chicago Press. 
[5] Richerson, Peter; Boyd, Robert (2005) Not by Genes Alone: How Culture Transformed Human Evolution The University of Chicago, Chicago
[6] Richerson, P.; Baldini, R.; Bell, A.; Demps, K.; Frost, K.; Hillis, V.; Mathew, S.; Newton, E. K.; Naar, N.; Newson, L.; Ross, C.; Smaldino, P. E.; Waring, T. M. and Zefferman, M. (2014) Cultural group selection plays an essential role in explaining human cooperation: A sketch of the evidence   Cambridge University Press
[7] Lewin, Roger. (2005). Human Evolution: an Ilustrated Introduction. Blackwell. Capítulo 32
[8] Chomsky, Noam. (1974). Estructuras sintácticas (Introd., notas, apéndice y trad. de C. P. Otero)Siglo XXI. México D. F
[9] Laitman, J. T. (1983) The anatomy of human speech. Natural History. Aug 1983:20–27.
[10] Maratos, O. (1973). The origin and development of imitation in the first six months of life. British psychological association Meeting. Liverpool, Inglaterra.
[11] Luria, A.R. (1979) El cerebro humano y los procesos Psíquicos.1ra ed. Fontanella. Barcelona
[12] García Sevilla, J. (1997) Psicología de la atención. Síntesis S.A. Madrid
[13] Wilkinson, G. S. (1984). Reciprocal food-sharing in the vampire bat. Nature, 308, 181-184.
[14] Bowlby, J. (1969). El vínculo afectivo. Paidós, 1976. Buenos Aires
[15] Reuter, M; Felten, A; Penz, S; Mainnzer, A; Markett, S and Montag, Ch. (2013) The influence of dopaminergic gene variants on decision making in the ultimatum game. Frente. Tararear. Neurosci . 7 : 242. doi: 10.3389 / fnhum.2013.00242
[16] Moll, J.; Krueger, F.; Zahn, R.; Pardini, M.; de Oliveira-Souza, R. y Grafman, J. (2006) Human fronto-mesolimbic networks guide decisions about charitable donation. Proc. Natl. Acad. Sci. USA 103: 15623-15628.
[17] Sagan, C. & Newman, W. I. (1983) The Solipsist Approach to Extraterrestrial Intelligence. Quarterly Journal of the Royal Astronomical Society, Vol. 24, P. 11
[18] Papagiannis M. D. (1984) Selección natural de civilizaciones estelares por los límites del crecimiento. Q. Jl. R. astr. Soc. 25: 309-318.

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