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viernes, 12 de marzo de 2021

6.2 Civilizaciones Inmortales

(volver al índice)

  1. El problema de la autodestrucción 
  2. Estabilidad del amor fraternal
  3. Estabilidad cultural de una CiTE
  4. El estado de felicidad
  5. El altruismo universal
  6. Conocimiento de un altruismo universal
  7. Tecnologías para una cultura altruista
    El autodiseño biológico
    La religión
    Una tecnología para evitar la muerte
  8. Otra vez, salir al espacio
  9. Conclusión




1.   El problema de la autodestrucción

Hasta ahora hemos dicho que si una civilización no se destruye a sí misma, prácticamente nada será capaz de matarla, que desarrollará tecnología para resolver toda posible causa de extinción; que las formas estables de tecnología están llamadas a ser inconcebiblemente longevas. ¿Pero estamos seguros de que la condición no autodestructiva será igualmente estable? Si una civilización no se autodestruyó durante la inestabilidad típica ¿podemos asegurar que ya nunca más lo hará? ¿Puede una  civilización tecnológica estable perdurar durante miles de millones de años? Su tecnología lo permite, pero ¿pueden permitirlo su cultura y su comportamiento? (En lo que sigue, llamaremos CiTE a una civilización tecnológica estable)

Nuestras mayores probabilidades de extinción se deben al uso que le demos a la tecnología [1]. Las probabilidades de que nos extinga un meteorito o una mega erupción son muy bajas comparadas con la posibilidad de que lo haga una extinción masiva antropogénica, una conflagración nuclear o el mal uso de alguna tecnología de vanguardia. Es necesario revisar si las condiciones que construyen una tecnología portentosa se mantienen en el tiempo. 

Para que una CiTE llegue a existir es necesario que su especie cuente con cierto grado de altruismo. Pero ese altruismo puede ser estable o no serlo. Nada impide que la humanidad se torne  estable y permanezca así durante mil años para luego extinguirse porque dos grandes naciones entraron en guerra; ni que seamos suficientemente altruistas para hacernos estables y luego perdamos ese altruismo y volvamos a generar, por ejemplo, un déficit ecológico capaz de extinguir a la civilización. La pregunta resultante es simple ¿Puede perderse el altruismo necesario una vez superada la inestabilidad típica?


2.   Estabilidad del amor fraternal

La naturaleza crea por defecto individuos egoístas, organismos que priorizan el propio bienestar. Esto es así porque el comportamiento individual es un reflejo del comportamiento genético y los genes que abundan son los que contribuyen a su propia reproducción. El origen de los comportamientos altruistas, en cambio, debe ser explicado.

Un comportamiento es altruista cuando beneficia a otro u otros individuos. Cuando el comportamiento individual solo prioriza el bienestar de sujetos emparentados, hablamos de altruismo de parentesco; en  el resto de los casos hablamos de altruismo fraternal. El altruismo de parentesco puede explicarse como producto de la pura evolución genética pero el altruismo fraternal requiere también de la cultura. El altruismo necesario para atravesar la inestabilidad típica es, justamente,  altruismo fraternal.

Dentro del altruismo fraternal establecimos una diferencia importante entre el altruismo originado por una presión cultural y el que se genera obedeciendo a una estructura genética. En ambos casos, el comportamiento es altruista pero llamamos amor fraternal al altruismo de base genética. Vimos el ejemplo de una ciudad limpia y una ciudad sucia. Si la limpieza no está escrita en los genes,  los individuos se tornan limpios o sucios según la ciudad en la que nazcan; simplemente copian la cultura existente allí. Pero si la limpieza fuera genética, un individuo limpio seguiría siendo limpio aunque estuviera en una ciudad sucia; su grado de limpieza o suciedad ya no dependería  de la cultura existente a su alrededor.

Lo mismo ocurre con el altruismo entre individuos no emparentados. Si el altruismo no estuviera en los genes, los individuos serían tan altruistas o egoístas como lo fuera la cultura de su entorno, pero si el altruismo fuera genético, los individuos solo podrían ser altruistas, porque ese grado de amor fraternal sería para ellos una característica innata, como el color de los ojos o de la piel.

Lo interesante es que la estabilidad del fenómeno cambia en cada caso. Si la cultura fuera altruista pero no hubiera una base genética para ese altruismo, un cambio en la cultura podría cambiar el comportamiento en las generaciones siguientes y hacerlos menos altruistas o decididamente egoístas. Si esto fuera así, una civilización podría ser suficientemente altruista para atravesar la inestabilidad típica y volverse más egoísta luego, haciéndola peligrar. Una CiTE podría nacer al cultivar suficiente altruismo fraternal y extinguirse luego, al abandonar la cultura altruista en que se sustentaba. Su carácter autodestructivo se haría presente nuevamente aunque su desarrollo tecnológico le permitiera resolver cualquier causa natural de extinción.

Si los individuos tuvieran, en cambio, la genética altruista necesaria para atravesar la inestabilidad típica en un momento dado, no perderían esa genética si una cultura contraria se impusiera de pronto. Esto nos lleva a una conclusión simple: durante la inestabilidad típica, el amor fraternal es más estable que una presión cultural hacia el altruismo fraternal entre individuos no condicionados genéticamente a ello.

El único modo de construir amor fraternal es la coevolución genético-cultural generada por la presión de una cultura altruista funcionando suficiente tiempo para que la selección natural atrape las mutaciones a su favor. Todo esto suponiendo que una cultura altruista puede llegar a existir, que en algún momento los comportamientos altruistas serán culturalmente bendecidos. Ya hemos visto que esto no es tan sencillo. Lo que nos interesa ahora es observar que el amor fraternal no solo es más estable que la cultura altruista no genética sino que es una consecuencia de ella. Solo una presión cultural altruista  construye amor fraternal; pero una vez construido, el amor es más estable que la presión cultural que lo construyó. 


3.   Estabilidad cultural de una CiTE

El amor fraternal es un impulso por priorizar el bienestar ajeno que se puede dar en mayor o menor medida o con diferentes matices según  la genética que lo soporte. No debemos verlo como el resultado de un simple gen que se prende y se apaga sino como el funcionamiento emergente de un complejo conjunto de genes que controlan diferentes funciones del comportamiento; no es consecuencia de un proceso discreto sino de una acumulación lenta y continua de capacidades. 

La dependencia entre el grado de altruismo y la capacidad de atravesar la inestabilidad tampoco está determinada. La emergencia de una CiTE depende de una masa crítica de sujetos en cierto grado altruistas; pero ni esa masa crítica ni ese grado pueden determinarse con precisión. Sabemos que el altruismo necesario es mayor que un mínimo, pero no sabemos cual es su grado exactamente.

Hasta ahora solo podemos decir con precisión que

  1. la formación de una CiTE requiere de cierta cultura altruista
  2. una cultura altruista no congénita puede construir amor fraternal 
  3. el amor fraternal es más estable que la cultura altruista no congénita

Pero la relación entre la cultura altruista y el amor fraternal especificada en 2, es recíproca: Del mismo modo como una cultura altruista acaba generando amor fraternal una especie tecnológica capaz de amar en cierto grado genera una cultura altruista. Esto hace que el amor fraternal y la cultura altruista entren en una relación sistémica y cada elemento cause el incremento del otro. Más cultura altruista implica más genética para el altruismo y más genética altruista produce más cultura altruista. Esta interrelación estabiliza notablemente la cultura resultante y torna muy improbable una contracultura que regrese a la inestabilidad. Si el altruismo mínimo necesario para atravesar la inestabilidad típica por primera vez permite construir una genética para el amor fraternal, los individuos dotados de esa genética sostendrán la cultura altruista y no habrá una segunda vez. 

Por otra parte, si una civilización atraviesa el período inestable al menos una vez, la selección natural podría ser en parte reemplazada por el autodiseño, donde las personas editan su ADN para inocular una genética deseada. En este caso, desear una genética para el amor fraternal podría constituir un nuevo factor de estabilidad. Enseguida veremos este y otros factores que también contribuyen  a la estabilidad del altruismo dentro de una CiTE.

Respondiendo a la pregunta inicial, si una especie es suficientemente altruista para que su civilización atraviese la inestabilidad típica y conforme una CiTE, la cultura altruista resultante será sumamente estable. La probabilidad de que la civilización se retrotraiga luego y construya una cultura egoísta que vuelva a priorizar el beneficio individual es prácticamente nula.

En la entrada anterior hemos visto que una vez que las CiTEs superan el riesgo de autodestruirse, pueden desarrollar tecnologías capaces de superar cualquier factor local de extinción. Ahora mostramos que si las CiTEs superan el riesgo autodestructivo, la probabilidad de que vuelva a configurarse es prácticamente nula  Este resultado es muy significativo; simplemente decimos que si existen formas estables de tecnología, estas deben ser sumamente longevas. Los factores culturales y tecnológicos que garantizan su existencia aseguran también su inconcebible longevidad. 

A partir de aquí, no podremos decir nada más sobre las CiTEs si no exploramos previamente el impacto del amor en sus culturas. Muchos de los elementos que hallemos en esta exploración acentuarán el carácter estable del amor fraternal.


4.   El estado de felicidad

Cuando sentimos sed, simplemente tomamos agua, pero por lo bajo hay un complicado mecanismo funcionando. Nuestra sangre es una mezcla química que recorre cada rincón del cuerpo. Cuando a nuestras células les falta agua, la sangre lleva la información hasta el cerebro y este decide nuestras acciones; concretamente, bebemos agua y saciamos la sed. Nuevamente, para que esa saciedad se ponga de manifiesto, la información llega hasta la mezcla química donde alguna substancia indica que la necesidad ha sido satisfecha. El cerebro reacciona con una sensación de saciedad que generalmente es placentera y que invita a detener la acción. Entonces el individuo deja de beber y la sed queda atrás.

El mecanismo es común; ocurre con el descanso después de una actividad física, la satisfacción después de la comida o el clímax después del el sexo: una señal química genera un impulso hacia la acción y otra señal nos informa que lo hemos saciado. En general, las señales de saciedad son placenteras. Es un placer esporádico e intermitente, aparece con la saciedad, perdura un momento y luego desaparece. Las endorfinas, la dopamina, la serotonina o la oxitocina son algunas de las substancias empleadas con estos fines por el cuerpo humano. Podemos pensar que todas las especies tecnológicas experimentarán sensaciones de placer cada vez que segreguen ciertas substancias químicas.

El amor fraternal es un impulso genético, como la sed, el hambre o el sexo, y se sacia cuando proveemos bienestar a los demás. Pero a diferencia de la sed, la sensación de saciedad es ahora menos puntual. Proporcionar bienestar ajeno no es un acto instantáneo, que finaliza con un hecho consumado;  perdura hasta solaparse con nuevas acciones altruistas, generando una suerte de estado permanente de placer que presenta variaciones de intensidad pero que se contrapone claramente a la naturaleza puntual de la satisfacción por saciedad. 

Pero ese placer sostenido no solo es consecuencia de mis acciones individuales para saciar un impulso. En una especie donde ya se ha generalizado una genética para el altruismo, mi prioridad es el bienestar ajeno pero la prioridad de los demás es mi propio bienestar. El bienestar que los demás me proporcionan también se traduce como placer. Y en una CiTE, "los demás" suelen ser muchos individuos.

Tanto saciar mi impulso de amar  como la acción de los demás a favor de mi bienestar contribuyen a generar una sensación placentera  permanente a la que llamo estado de felicidad.

En la naturaleza no hemos encontrado ningún caso de placer permanente; pero cuando en una especie  se generaliza una genética para el altruismo, podemos deducir que esto es precisamente lo que le ocurrirá. La simbiosis entre dar y recibir genera un estado de felicidad permanente y su presencia es otro de los aspectos que contribuyen a estabilizar aún más la cultura altruista dentro de las CiTEs.

En la especie humana es posible que cierto trayecto hacia ese estado de felicidad ya se haya verificado. Un pájaro o un antílope no dejan de mirar hacia los costados mientras se alimentan o abrevan. Su vida siempre está en peligro. Un hombre, en cambio, no se siente amenazado casi nunca. Lamentablemente,  no podemos saber cuan felices eran los humanos promedio hace mil años atrás para verificar si su estado ha variado.

Tanto el placer que le proporciona al individuo saciar su impulso hacia el bienestar ajeno como el que le concede el bienestar propiciado por otros individuos hacia él, se experimenta como resultado de una afluencia química que es biológica y que, por lo tanto, debe tener límites. Pero desde un punto de vista cultural, es difícil describir un límite para el altruismo. Siempre se puede hacer más por los demás y siempre se puede recibir más de los demás.


5.   El altruismo  universal

La estabilidad de una estructura común a muchos individuos depende de la capacidad de los mismos de asegurar dicha estabilidad. Es una verdad de Perogrullo y no debería discutirse.

En una civilización tecnológica la estabilidad solo se logra cuando el altruismo es mayor que un mínimo M al que hemos caracterizado aquí. Se trata de una especie capaz de ajustar sus necesidades para mantener un superávit en su huella ecológica, que puede prescindir de la agresión para resolver diferencias y que ya adaptó sus modelos al hecho de que una tecnología producirá lo necesario para la vida con independencia de lo que haga el individuo. Ese altruismo es el mismo en todo el universo, ninguna civilización cuya especie tenga un altruismo menor puede superar la inestabilidad que ocasiona su tecnología. 

Si superar esa inestabilidad permite la existencia de civilizaciones capaces de durar miles de millones de años, entonces la importancia de ese altruismo M es mucho mayor de lo que imaginábamos; si antes decíamos que funcionaba como un filtro, ahora decimos además, que las cosas que logran atravesarlo son sumamente longevas.

Existe en el universo un grado de altruismo tal que aquellas especies que lo superan pueden conformar estructuras tecnológicas  capaces de sobrevivir miles de millones de años.

Esa cultura altruista también construye una genética, el amor fraternal, y el amor construye más cultura altruista que construye más amor que construye más altruismo... El amor fraternal es una estructura genética sumamente estable; todo parece indicar que, al igual que los replicadores moleculares, las células, los metazoos, las redes neuronales, la inteligencia, la capacidad cultural y la capacidad tecnológica; el amor fraternal llega para quedarse.

En el plano coloquial el amor fraternal siempre ha sido un  valor ético absoluto que simboliza el bien y que se opone al mal. Esto es así, aunque sepamos que no existe forma objetiva de jerarquizar el bien sobre el mal. Pero si aceptamos nuestra definición,  el amor fraternal es solo una genética que impulsa la longevidad de una estructura tecnológica. El amor fraternal hace posible y estable a la cultura altruista, y ésta funciona como un  verdadero principio de organización de las formas estables de tecnología. Que la genética que posibilita esa tecnología coincida con la moral generalmente admitida debería resultarnos muy curioso; más aún teniendo en cuenta que las tecnologías resultantes pueden durar un tiempo inconcebible.

 

6.   Conocimiento de un altruismo universal

No solo decimos que una civilización tecnológica debe atravesar una inestabilidad típica para hacerse estable, decimos además que las especies tecnológicas que superan esa inestabilidad ya deben conocer su carácter típico. No solo decimos que existe un mínimo altruismo para superar esa inestabilidad, decimos además que aquellas especies que logren superarla ya conocen ese altruismo mínimo. Todas las civilizaciones que llegan a la adultez deben conocer la niñez y la adolescencia;  deben saber que hay un filtro y que el altruismo es la receta para atravesarlo con éxito.

Conocer la importancia de un altruismo mínimo modela íntegramente la cultura de las CiTEs. La especie sabe ahora que ese altruismo asegura la existencia de las  CiTEs, sabe que las CiTEs son sumamente longevas y que la felicidad de los individuos se hace permanente si esa cultura se establece. Y sabe además que todas las civilizaciones que existan llegarán a la misma conclusión porque los procesos que construyen tecnología en el universo son siempre los mismos.

Cuando los individuos conocen la importancia de contar con  una genética para el altruismo, nace una relación entre los individuos y el amor fraternal. La mejor manera de definir esa relación es la veneración. Los individuos veneran al amor fraternal, veneran la cultura altruista y esta veneración es parte de esa cultura. La veneran porque en ella radica su inconmensurable longevidad. Esa veneración condiciona toda la estructura subyacente. Hemos dicho hasta aquí que una CiTE es una forma estable de tecnología que puede sobrevivir a toda causa de extinción. Pero realmente una CiTE es un civilización cuya especie ama fraternalmente y como consecuencia de ello adquiere la organización necesaria para sobrevivir mucho tiempo. El amor no es una mera consecuencia sino el centro de su cultura. 

Es difícil entender que con tan poco se obtenga tanto. En las CiTEs, la felicidad de los individuos solo depende de su capacidad de dar, si todos dan, todos reciben, si además ese altruismo asegura una extraordinaria longevidad entonces no dar es absurdo. Parecería que nuestro discurso se ha teñido de emoción, pero nada es más racional. Cuando la tecnología condiciona la supervivencia, una cultura egoísta es simplemente suicida; priorizar el interés propio cuando el mundo se está degradando, es suicida; apropiarse de las cosas para dejarlas estacionadas 20 horas de cada 24, es suicida. Cuando la población crece, entre otras cosas,  los mundos no resisten el derroche; y priorizar el propio interés lleva, justamente, a soslayar la gravedad del derroche. 

Cuando una especie desarrolla tecnología nuclear, utilizar la agresión para resolver conflictos de intereses es suicida. A largo plazo, el método agresivo lleva a las guerras masivas, y una guerra masiva es sumamente peligrosa en un mundo con tecnología nuclear.

A partir de cierto nivel tecnológico, priorizar una cultura egoísta resulta suicida; pero ser suicida y pretender no morir, es decididamente absurdo. Todo el discurso parece emocional, pero es estrictamente racional.

La única razón para que una especie que ingresa en la inestabilidad tecnológica no instaure una cultura altruista, es la imposibilidad congénita de hacerlo. Los individuos no pueden mitigar el egoísmo individual que los ha llevado hasta allí por más que comprendan racionalmente la necesidad de hacerlo porque no tienen la genética necesaria para abandonar la pugna por los territorios y las cosas. Conocer la relación entre el altruismo y la propia existencia de una CiTE implica también conocer los factores que la harían imposible.

Pero existe un aspecto más de este conocimiento que debemos destacar ahora aunque no lo usemos todavía. Si una CiTE sabe que la inestabilidad típica es parte del proceso general de maduración de las civilizaciones tecnológicas, entonces podría reconocer su inminencia en otra civilización. La CiTE sabría además que la clave para que esa civilización atraviese el período crítico es establecer allí una cultura altruista. Más adelante exploraremos la posible relación entre civilizaciones.


7.   Tecnologías para una cultura altruista

En muy difícil que podamos tener cabal conciencia de lo que estamos describiendo. Solo nos guía la razón. Las implicaciones tecnológicas de una cultura altruista, basada en una genética para el amor fraternal, son muy difíciles de imaginar. Somos como ciegos acariciando las flores de un jardín infinito.

Las CiTE permiten que una tecnología portentosa sea utilizada para practicar una cultura altruista. Esta simbiosis entre tecnología y altruismo es sumamente inquietante. No podemos imaginar los límites de esa mezcla. Solo podemos mencionar unas pocas situaciones que nos resultan evidentes.


El autodiseño biológico

La selección natural de genes ha dominado la evolución de los replicadores moleculares durante más de 3500 millones de años. Un replicador molecular es como una palabra larga sobre cuyas letras se acumulan mutaciones aleatorias durante el proceso de copiado. La selección natural es la elección de unas mutaciones y el descarte de otras según su capacidad de reproducirse. Este mecanismo selectivo es lo que ha impulsado la evolución biológica; pero eso está cambiando justo ahora.

En la actualidad existe tecnología para editar el ADN. La técnica llamada CRISPR [2] puede cortar el ADN mediante una proteína llamada cas9 e introducir allí otra secuencia de nucleótidos. En este momento se están desarrollando otras técnicas todavía más avanzadas [3]

El ADN contiene la información necesaria para edificar un ser vivo, de modo que una tecnología para editarlo a voluntad equivale a la posibilidad tecnológica de modificar las características de los seres vivos. Solo es necesario saber qué características están asociadas a cada secuencia para saber qué y como modificarlo. Pero diseñar a voluntad organismos vivos dispara un enorme abanico de posibilidades.

La selección inteligente ya se practica sobre cultivos, razas de perros, bacterias y demás; si ahora incorporamos la capacidad de diseñar a voluntad las mutaciones antes de la selección, entonces la evolución genética tal como la conocemos deja de existir.

En general, una civilización que desarrolle una tecnología portentosa podrá editar replicadores moleculares y alterar a voluntad el sistema biológico de su mundo. Si además esa tecnología estuviera al servicio de una cultura altruista entonces la capacidad de alterar organismos vivos solo podría tener como propósito el bienestar general.

Llamo autodiseño a la capacidad tecnológica de modificar a voluntad el sistema biológico de un mundo. Si bien sabemos que la edición genética ya es posible y que la selección inteligente es un hecho; resulta difícil imaginar las consecuencias concretas de esa tecnología a largo plazo. Ignoramos qué cosas se podrán hacer y qué cosas no pero prevemos que el desarrollo de esas capacidades será poderoso.  

Una de las cosas que seguramente podrán modificarse son los replicadores de la propia especie tecnológica, primero evitando enfermedades genéticas, luego habilitando modificaciones anatómicas y por último, permitiendo variaciones en el comportamiento. Aquí es donde una cultura altruista puede ser sumamente modeladora y donde una especie tecnológica puede derivar en otra luego de una acumulación de modificaciones artificiales. En nuestro mundo ya se está desarrollando tecnología para prevenir enfermedades editando genes y existe una gran discusión bioética respecto a la opción de modificar la anatomía y el comportamiento de las personas.

Si una CiTE puede vivir millones de años, debemos suponer que el autodiseño genético ya se habrá desarrollado lo suficiente para superponerse a la evolución genética y modificar la biología de todo su mundo y no solo de la especie inteligente. Además de crear abejas más melíferas, tomates más grandes o nueces más nutritivas, la vida podría diseñarse para que sea simplemente bella; un césped más verde, un cerco más prolijo, una flor más colorida, un árbol más alto, animales más mansos y microbios más amigables. En una tecnología al servicio del altruismo, el diseño biológico  aumentaría la belleza del entorno para incrementar el estado de felicidad de sus individuos. Un jardín maravilloso sería mucho más que la simple disposición artística de plantas y de flores. Ya desde la profunda disposición de los nucleótidos, habría una tecnología al servicio de la belleza.

Si una especie se lanzara a editar replicadores moleculares, una tecnología hibrida podría ser lo más apropiado; un camino intermedio entre la evolución biológica natural y el autodiseño. Se podrían practicar mutaciones artificiales capaces de inocular el principio activo de una característica y dejar que un proceso natural adapte la característica al medio ambiente donde debe actuar. Sería un proceso muy prolongado y difícil de aislar, de modo que lo ideal sería ensayarlo en otros mundos. Modificar artificialmente organismos ya adaptados a un mundo exige mucho menos conocimiento que diseñarlos de cero. Nosotros mismos ya estamos pensando en hacer algo parecido en Marte.

Terraformar Marte es configurarlo para la vida humana a través de una adaptación artificial o  ecopoiesis [4]. Después de una etapa de adaptación física consistente en dotarlo de un campo magnético, de más temperatura, más agua en estado líquido, etc., comenzaría un plan de intervención biológica [5]. Sería necesario cultivarlo con una secuencia de microorganismos donde cada uno adapte el suelo y la atmósfera para admitir al siguiente grupo. El proceso natural sería muy lento y podría durar cientos de miles de años, pero si los microorganismos fueran parcialmente adaptados por edición genética, el proceso sería mucho más rápido. 

Cualquier planeta extrasolar podría ser biológicamente intervenido por una CiTE. Si una CiTE desarrolla la tecnología para diseñar o modificar organismos vivos, y la tecnología para realizar viajes especiales, la intervención biológica sobre otros mundos es una conjunción obligada. Se abre allí un inmenso abanico de posibilidades de intervención, según el estadio evolutivo en que se encuentre un mundo. La intervención dependería también de los objetivos de la CiTE interventora, que siempre deberían ser compatibles con una cultura altruista.


La religión

Todo lo que una CiTE debe tener por religión se concluiría de su cultura altruista, cuya necesidad fue racionalmente deducida. Pero no hay muchas conclusiones posibles: el altruismo construye una genética que impulsa a los individuos a priorizar el bien de los demás. Y esa genética funciona como un principio de organización que asegura su longevidad.

Hablamos de amor fraternal para expresar el impulso genético hacia el bienestar de otras personas; pero si quisiéramos referirnos a un impulso que vaya más allá de las personas, que garantice el bienestar de todo cuanto existe, hablaríamos de amor universal. El amor universal sería una extrapolación del amor fraternal que garantiza la estabilidad de todo cuanto existe. El universo sería entonces capaz de construir estructuras que aseguran su propia estabilidad.

La religión que imaginamos dentro de una CiTE consiste simplemente en venerar el amor universal. No podemos razonar más que la relación entre la estabilidad tecnológica y la simple mecánica de dar y recibir asentada en la biología de la especie. 

Repetimos y resaltamos que la religión definida no es algo que emerja de un credo, de un conocimiento heredado por transmisión cultural. Surge de la relación objetiva entre la estabilidad de la tecnología y el comportamiento de la especie que la protagoniza. Realmente, el comportamiento siempre estuvo relacionado con la supervivencia individual, solo que ahora la tecnología amplifica las consecuencias de ese comportamiento. Para que el comportamiento asegure la supervivencia de una civilización tecnológica es necesaria  una genética para el amor. No se trata de un credo invariante y ajeno a los hechos sino de una relación objetiva, que se puede deducir de los hechos.

Lo que ciertamente debería intrigarnos es la coincidencia entre el amor de la "moral admitida" y este amor que  podemos deducir ahora.


Una tecnología para evitar la muerte

Un individuo tiene conciencia si puede reconocer su propia existencia. Yo tengo conciencia y sospecho que usted también, aunque no lo sé a ciencia cierta debido al modo como la he definido. Vamos a extender esta sospecha a los individuos de las especies tecnológicas. No sé si un tiburón o una ardilla tienen conciencia, pero los sujetos inteligentes de una civilización tecnológica estable tienen conciencia.

Lo que sigue es una hipótesis: suponemos que los individuos de una especie inteligente sienten un impulso por perpetuar la conciencia, por prolongar el conocimiento o sentimiento de su propia existencia. No es una hipótesis muy comprometida pero es una hipótesis al fin.

Llamamos muerte de un individuo al fin de su conciencia. Como los individuos de las CiTE tienen un impulso por perpetuar la conciencia, tendrán un impulso por evitar la muerte.  El estado de felicidad estará condicionado por la posibilidad concreta de saciar el impulso de perpetuación de la conciencia. Pero si los individuos participan de una cultura altruista y sienten la necesidad de priorizar el bienestar común y la felicidad ajena, el impulso de perpetuación de la conciencia individual se traducirá en un impulso por perpetuar la conciencia de todos. Por esta razón, la satisfacción del impulso de perpetuación de las conciencias tiene que ser un objetivo común dentro de las CiTE.

Lo que las especies tecnológicas pueden hacer  para prolongar el impulso de perpetuación de la conciencia depende de cual sea la relación entre dicha conciencia y el cuerpo físico. Hay dos posibilidades:

  • Alternativa escéptica: La muerte del cuerpo es el fin de la conciencia.
  • Alternativa espiritual: La muerte del cuerpo no es el fin de conciencia.

Observemos que las dos afirmaciones reúnen el universo de casos porque una es la negación de la otra,  y que no existen pruebas concluyentes de ninguna de las dos. Sin embargo la disyunción pronto se revelará innecesaria.

Si se verifica la alternativa espiritual, el objetivo está cumplido. La conciencia no muere con el cuerpo físico y la inmortalidad de la conciencia es la forma más acabada de saciar el impulso de perpetuación. Claro que la alternativa espiritual implica una cantidad de cosas. Significa que existe un enorme pedazo de universo del cual no tenemos ni noticias. Una región o estado de la realidad física que permite sostener cosas tan complejas como para reconocer su  propia existencia, y que sin embargo, ha pasado desapercibido hasta ahora. Pero si este fuera el caso, una CiTE ya conocería  ese estado del universo y ya sabría que las conciencias son inmortales.

La alternativa escéptica es la alternativa científica, no porque esté probada sino porque permite investigar y acercarse hacia algún conocimiento. La idea de que la conciencia  es un fenómeno emergente, asentado de alguna manera en el cerebro fue propuesta por Francis Crick [6] en 1994 y  adoptada luego como paradigma. Si la conciencia es una fenómeno físico, entonces la muerte es un problema físico. Lo individuos desean seguir sintiendo que existen mientras que la muerte atenta contra ese deseo y amenaza con mantener una cuota de infelicidad en sus vidas. La infelicidad desentona con una cultura altruista y se transforma en un problema dentro de las CiTE. Los problemas se resuelven buscando soluciones, y las soluciones son tecnológicas. Dicho en buen romance, nadie está feliz de morir, la infelicidad es un problema y los problemas se resuelven con tecnología. Este es un caso típico de tecnología puesta al servicio de una cultura altruista. 

Se nos ocurren dos posibilidades para mantener con vida la conciencia:

  • impedir que el cuerpo muera
  • trasladar la conciencia de un cuerpo viejo a otro nuevo

La primera opción implica retrasar el envejecimiento tanto como se pueda. La vida media humana se ha incrementado durante los últimos siglos a causa de la tecnología. Sin embargo, desde un punto de vista biológico, todo sigue igualmente estanco, solo nos hemos acercado al límite de lo posible. Hoy se investigan tratamientos para reducir la incidencia de muerte de diferentes factores de riesgo asociados al envejecimiento, pero un genuino retraso de la vejez solo puede surgir de un prolongado desarrollo tecnológico que actúe sobre las causas del envejecimiento.

Si una civilización pudiera desarrollar tecnología durante un inconcebible tiempo y supiera modelar el propio replicador para obtener ciertos objetivos, la extensión de la longevidad biológica no debería presentar impedimentos técnicos. Aún si hubieran límites físicos insalvables para extender la vida más allá de un tiempo máximo característico, debemos pensar en límites mucho mayores que nuestros humildes 75 años. Con la tecnología adecuada para limpiar todo lo que se ensucia y rejuvenecer células viejas, un individuo podría vivir cientos o miles de años. 

La segunda opción es tecnológicamente más osada pero se basa en un hecho evidente: Si hemos supuesto que la conciencia es una propiedad del cuerpo, entonces debe existir una estructura física que se traduzca en el estado de conciencia. Nosotros no sabemos cuál es y dónde está, pero la alternativa escéptica propone que está allí, enquistada de algún modo en el cuerpo físico de los sujetos. La tecnología todavía está muy lejos del copiado de conciencias pero ya existe investigación de base en neurociencias experimentando con minicerebros humanos [7] [8] y un gran problema ético respecto a cómo investigar [9]. También existe la iniciativa de reconstruir el conexionado neuronal en un soporte digital, más allá del modo como funcione la estructura [10].

Es probable que nosotros estemos muy lejos, pero si la conciencia está alojada en el cuerpo, una civilización tecnológica arbitrariamente longeva ya debería saber como funciona y cuáles son sus rasgos invariantes. Sería una cuestión de tiempo que una CiTE pueda  producir a voluntad una réplica de la conciencia individual en un cuerpo nuevo fabricado para ello. Y tiempo es aquí lo que sobra. Allí tendríamos entonces al mismo individuo con toda su memoria, con sus capacidades y limitaciones, con el recuerdo de todos sus conocidos, con sus sentimientos y sensaciones habituales despertando en un cuerpo nuevo y preguntando ¿Falta mucho doctor?

Transferir una conciencia individual de una cuerpo a otro permite inquietantes posibilidades. Nosotros hablamos de transferencia, pero en realidad se trata de una replica, una copia de un cuerpo a otro, y copiar no es lo mismo que transferir, porque el que puede copiar también puede obtener muchas copias de lo mismo. El individuo copiado se incorpora y saluda al original, que es él mismo hasta recién, y que a partir de ahora recorrerá un camino distinto. Ninguna de las dos versiones perdió esa sensación de continuidad propia de la conciencia, del reconocimiento de la propia existencia. 

Es evidente que esta posibilidad genera múltiples problemas éticos. Tal vez convenga que la conciencia copiada no tenga muchos representantes individuales o que la copia no conserve todos los recuerdos. Si existiera una tecnología para copiar conciencias se podrían administrar los detalles para adaptarla a una cultura altruista. En el fondo, todo esto surge del supuesto de que la conciencia es un fenómeno netamente corporal, un complejísimo sistema químico, en principio, reproducible. 

Si la conciencia puede transferirse de un cuerpo viejo a otro nuevo, entonces es posible mantenerla con vida mientras dure la tecnología de copiado y esto es, virtualmente, mientras exista la CiTE. Si esto es así, en la alternativa escéptica la conciencia individual puede mantenerse con vida durante un tiempo indefinidamente prolongado.

Ahora ensamblemos todas las partes del argumento. 

  • Si se verifica la alterativa espiritual, la muerte del cuerpo no mata a la conciencia; esta perdura en una porción de la realidad que tarde o temprano es aprendida por la civilización tecnológica. La muerte no existe en las CiTE.
  • Si se verifica la alternativa escéptica, sería posible una tecnología que mude la conciencia de un cuerpo a otro haciéndola igualmente inmortal.

Ambas alternativas llevan a la misma conclusión: Los individuos pueden ser "inmortales" mientras duren las CiTE. Como ambas alternativas son opuestos lógicos, todo el razonamiento es una tautología. Con independencia de que la muerte del cuerpo sea o no sea el fin de la conciencia, la tecnología puede hacerla tan longeva como la propia civilización. Es tecnológicamente posible que en las CiTE las conciencias no mueran.

Existen algunos apoyos más para esta idea. En una cultura altruista este objetivo debe perseguirse de manera sostenida porque trabajar por la "inmortalidad"   ajena aumenta el estado de felicidad. Si no hay un impedimento en las leyes físicas, una CiTE podría intentarlo durante un tiempo indefinidamente prolongado aumentando sus posibilidades de lograrlo. 

Por último, y sumamente importante: El objeto físico que una CiTE debería reproducir, la conciencia individual, ya existe, ya es un hecho. Al sistema biológico le llevó 3800 millones de años aprender a fabricar conciencia por un burdo experimento de prueba y error, sin propósito ni dirección, ¿Cuánto menos tiempo podría llevarle el mismo aprendizaje a una CiTE? Creemos que el tiempo de aprendizaje inteligente del principio de funcionamiento de la conciencia debe ser varios órdenes de magnitud inferior que el ciego aprendizaje por prueba y error. Tal vez un millón de años sea un tiempo todavía  exagerado.


8.   Otra vez, salir al espacio.

Si en las CiTEs las conciencias individuales realmente fueran tan longevas como su civilización, nuestra visión de las mismas vuelve a transformarse radicalmente. A continuación revisaremos un solo aspecto de este impacto. Eso sí, será un gran aspecto.

Una de las características que definen la estabilidad de una civilización tecnológica es su número de población. Las CiTEs deben tener un cupo  en sus mundos y están obligadas a mantenerlo constante. Con una población de 7800 millones de personas, la Tierra tiene 1.8 hectáreas de tierra firme por habitante; no sabemos cuantas personas más pueden caber, pero sin duda existe un límite. Lo mismo ocurre dentro de cualquier CiTE.  Existe un cupo máximo de población dentro de sus mundos. Además, las CiTEs tuvieron que adaptarse a ese cupo máximo mucho antes de lanzarse al especio porque la tecnología que la expone a un máximo poblacional es muy anterior a la tecnología de los viajes especiales.

La población se estabiliza cuando la gente nace y muere al mismo ritmo. Pero si la gente dejara de morir, debería dejar de nacer. 

En una población indefinidamente perdurable, los beneficios de la inmortalidad solo son compatibles con una consecuente "innatalidad". El cuadro es drástico: si las viejas conciencias sobreviven, ninguna nueva conciencia debe nacer. Pero si la solución es no nacer, algo empieza a andar mal en el paraíso. 

Si las conciencias no mueren, la población nunca se renueva y la situación se satura lentamente dentro de las CiTEs. Al principio todo está bien, los individuos interactúan entre sí, son felices y se aman. Pero un solo mundo con una sola población tarde o temprano acaba transformándose en una limitación para el amor y la felicidad. Donde ya no queda nada por hacer, la necesidad de actuar en favor de la felicidad y el bienestar general no necesita transformarse en ningún acto concreto, de modo que el impulso de amor no tiene como saciarse. En las nubes, los ángeles tocan el arpa y las criaturas vivientes cantan hosannas por siempre jamás, mientras los individuos amadores, potencialmente inmortales, se suicidan en masa presos de una abulia infinita.

Más allá del sarcasmo, si la población no se renueva, la única forma de mantener el estado de felicidad dentro de las CiTEs es estallando hacia afuera. Ya hemos explicado que la alternativa de colonizar otros mundos constituye una estrategia intelectual destinada a proteger a la civilización de la extinción. Ahora decimos además que si las conciencias no mueren, los mundos son muy chicos para las CiTEs. Las dos razones nos llevan al mismo sitio. Las civilizaciones debe salir de su mundo, deben explorar el espacio, colonizarlo, vivir en él, hacerlo parte de sus proyectos y sus objetivos. 

Llegadas a cierto punto de maduración, las CiTEs están llamadas a estallar hacia el universo. Un estallido de tecnología y altruismo. 

 

9.   Conclusión

La formación de una CiTE  requiere de cierta cultura altruista. Cuando esa cultura produce una genética adecuada para mantenerla, el altruismo se hace estable y la civilización ya no retrocede hacia estados culturales anteriores. La civilización desarrolla entonces tecnología para vencer todo posible factor de extinción y se torna sumamente longeva.  

Tanto el período crítico como el altruismo necesario para atravesarlo y la extraordinaria longevidad posterior deben ser conocidos por las CiTEs. Se trata de un proceso universal que se opera cada vez que se construye una forma estable de tecnología.

La conjunción entre una cultura altruista y una tecnología muy desarrollada abren una nutrida gama de posibilidades de las cuales destacamos dos: Editar el lenguaje biológico para adecuar su propio mundo o intervenir en otros y extender la conciencia de los individuos mientras se prolongue la existencia de las CiTEs.

Tanto para evitar la extinción por un colapso local como para salir del encierro al que lleva una población que no muere, las CiTEs deben salir al espacio.

No seremos capaces de completar una descripción acabada de las civilizaciones tecnológicas estables hasta que no exploremos de qué modo se relacionarían con el universo. Si las CiTEs son tan longevas, esas relaciones deberían ser muy ricas. Hemos reservado ese tema para las próximas entradas.

Pero antes de eso debemos responder una pregunta simple: ¿Por qué razón no reconocemos ninguna evidencia de otras civilizaciones allí afuera?

__________

[1]https://www.existential-risk.org/concept.html
[2]https://www.bbvaopenmind.com/wp-content/uploads/2018/12/BBVA-OpenMind-Samuel-H-Sternberg-La-revolucion-biologica-de-la-edicion-genetica-con-tecnologia-CRISPR.pdf
[3]https://www.lavanguardia.com/vida/junior-report/20191025/471178739219/nueva-tecnica-edicion-genetica.html
[4]https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/027311779290167V
[5]https://core.ac.uk/download/pdf/235852323.pdf
[6]Crick, F. (1994). La búsqueda científica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI. Madrid: Editorial Debat
[7]Mansour, A., Gonçalves, J., Bloyd, C. et al. (2018) Un modelo in vivo de organoides cerebrales humanos funcionales y vascularizados. Nat Biotechnol 36, 432–441.
[8]Pham, Missy; Pollock, Kari; Rose, Melanie; Cary, Whitney; Stewart, Heather; Zhou, Ping; Nolta, Jan; Waldau, Ben. (2018) Generación de organoides cerebrales vascularizados humanos, NeuroReport: Volumen 29 - Número 7 - p 588-593
[9]https://www.nature.com/articles/d41586-018-04813-x
[10]https://www.infobae.com/america/tecno/2018/03/19/es-posible-hacer-una-copia-digital-del-cerebro-para-lograr-la-inmortalidad/

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Licencia Creative Commons
6.2 Civilizaciones Inmortales por Cristian J. Caravello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

martes, 16 de febrero de 2021

6.1 Longevidad: El salto discreto

(volver al índice)
  1. Introducción
  2. Longevidad tecnológica de una CiTE
    Tecnología para enfermedades infeccionas
    Tecnología para desviar meteoritos
    Tecnología para mitigar grandes erupciones
    Otras causas de extinción 
  3. Una tecnología para la colonización
  4. Una historia tecnológica universal
  5. La tecnología mínima
  6. Tecnologías de igualación
  7. Un proceso cultural único
  8. Conclusión



1. Introducción

Los procesos capaces de fabricar tecnología en el universo se caracterizan por un abrupto crecimiento de la población, que detona cuando la acumulación de soluciones tecnológicas disminuye la tasa de mortalidad de su especie inteligente. Así ha ocurrido en nuestro mundo y las razones se pueden generalizar al resto de universo; la población y la tecnología crecen aceleradamente impulsando cada una el incremento de la otra hasta que la civilización se torna suficientemente tecnificada como para suicidarse, si quisiera o si no pudiera evitarlo. La tecnología es un poder, y la impericia en el control de ese poder siempre antecede a la aptitud. Hemos llamado "inestabilidad típica" a ese período de aprendizaje peligroso y ha resultado evidente que solo podría concluir con una extinción o una estabilización.

Para poder atravesar el período inestable  vimos  necesario que la especie inteligente desarrolle cierto grado de altruismo fraternal. En la entrada anterior comprobamos que ese grado de altruismo es posible aunque muy poco probable y revisamos distintas formas de aumentar las chances de llegar a él. Si el altruismo necesario es posible entonces son posibles los formas estables de tecnología. Eso habilita esta entrada y le da sentido a todo el blog.

Si una civilización tecnológica atraviesa con éxito la inestabilidad típica, se adapta a su tamaño y se hace estable, conforma  una CiTE, una "civilización tecnológica estable",  tal como la hemos bautizado al final de la entrada anterior. Una CiTE es una civilización tecnológica que ya sabe vivir en su mundo sin consumirlo irreversiblemente, que ya prescinde de la agresión para resolver diferencias y que puede convivir con su tamaño de una manera ordenada; una estructura tecnológica estable gobernada por una especie necesariamente altruista, capaz de priorizar la estabilidad de esa superestructura.

Debe quedar bien clara esta simple clasificación. Una civilización tecnológica puede ser estable o inestable. Nosotros somos un ejemplo de tecnología inestable. Una CiTE es una civilización tecnológica estable.

De acuerdo a lo que ya hemos tratado, podemos decir tres cosas acerca de las CiTEs

  1. Son posibles.
  2. Son el resultado una drástica aceleración del crecimiento.
  3. Son altruistas en cierto grado.

Es útil visualizar a la aceleración de crecimiento que relata el punto 2 como un filtro dentro de la línea evolutiva de una civilización, un filtro universal que deja pasar a las CiTEs y retiene las demás formas de tecnología.  El punto 3 nos dice que el tamaño de los agujeros del filtro determina el altruismo de la especie inteligente. El punto 1 nos dice que estas civilizaciones pueden existir. Ahora veremos como pueden ser las cosas que alcanzan el otro lado del filtro.

A juzgar por el caso humano, las civilizaciones tecnológicas inestables solo duran unos siglos después de globalizar su impacto. Lo que veremos a continuación es que las CiTEs deben ser inconcebiblemente longevas, y por lo tanto, profundamente diferentes a una civilización como la nuestra. No hay una distribución continua de las longevidades respecto a las formas tecnológicas; cuando una tecnología aprende a ser estable, su longevidad da un salto discreto y pasa de unos pocos cientos de años a longevidades comparables con la edad del universo. Encontrarnos con esta sorpresa fue, tal vez, lo que nos llevó a investigar todo esto. Si las formas estables de tecnología son tan longevas como predecimos, las consecuencias son insospechadas.

La siguiente tabla resume la situación con la que nos vamos a encontrar.



Longevidad del orden de los


Tecnologías Inestables

10^{3}  años


Tecnologías Estables (CiTEs)

10^{9}  años

Cuando una civilización tecnológica se torna estable, su longevidad pega un salto abrupto.


2.  Longevidad tecnológica de una CiTE

En el resto del artículo supondremos que una vez formada una CiTE, el peligro autodestructivo ya no vuelve a configurarse.  Las razones por las cuales puede perpetuarse una ética constructiva y no autodestructiva se revisarán en la próxima entrada. Aquí nos centraremos en las razones tecnológicas de esa perpetuidad.

Hay muchos criterios para clasificar civilizaciones.  Una civilización puede ser comunicativa o no serlo según su capacidad de emitir señales de radio; puede ser de tipo 1, 2 o 3 en la escala de Kardashov según la supuesta energía que consuma; puede viajar por el espacio; establecer colonias o ser autodestructiva.  Son distintas clasificaciones que responden a distintos objetivos y distintas teorías. Si deseamos estudiar su frecuencia de aparición lo que debemos evaluar es su longevidad. A igualdad de los demás factores, las cosas más longevas son más frecuentes que las menos longevas. No decimos que nuestra clasificación sea por fin "la buena", decimos, en cambio, que para estimar cuanto abundan las tecnologías debemos evaluar su longevidad. Si miráramos el cielo con un potente telescopio, sería mucho más probable que viéramos cosas frecuentes que cosas infrecuentes.

La longevidad de un objeto es el período que va desde su nacimiento hasta su muerte. Ya sabemos que una CiTE nace luego de una inestabilidad típica, de manera que procede revisar qué cosas son capaces de matarla.

Imaginemos que nuestra civilización por fin aprende a convivir con su tecnología sin degradar el mundo en el camino; que la humanidad se torna decididamente altruista y su tecnología sigue desarrollándose durante mucho tiempo. En nuestro supuesto, la tecnología humana ya no es un factor de extinción, pero existen otros peligros a nuestro alrededor.  La pregunta es, entonces qué factores podrán acabar con nosotros cualquiera sea nuestra tecnología.

Tecnología para las enfermedades infecciosas

Supongamos, por ejemplo, que irrumpe un contagioso virus que podría extenderse por el mundo y reducir drásticamente la población. No hace falta hacer un gran esfuerzo, el Covid es un buen ejemplo de pandemia; solo imaginemos una infección bastante más mortal. No esperamos que una pandemia sea capaz de extinguir a nuestra civilización sin embargo las enfermedades infecciosas han sido la causa de extinción de muchas especies en el pasado y un motivo de preocupación para los especialistas. ¿Puede la tecnología resolver este tipo de problemas de una manera permanente, de modo que ningún virus pueda amenazar a la civilización en el futuro?  

Un virus, una bacteria o un protozoo se transforman en amenaza cuando destruyen nuestras células para llevar adelante sus instrucciones, de modo que conocer con precisión el material genético del patógeno y la relación exacta entre éste y su desempeño destructivo, permitiría elaborar los anticuerpos precisos para inhibirlo. Actualmente demoramos porque la confección de una vacuna tiene muchas verificaciones empíricas y a veces no encontramos la forma de lograr la inmunidad; pero una tecnología avanzada supliría nuestras tortuosas pruebas por algoritmos automáticos construidos con inteligencia artificial que construirían los anticuerpos necesarios en unas pocas horas y sin dudar.

En la actualidad una pandemia ya no podría extinguir a la civilización porque la solución tecnológica ya se empezó a implementar; hace 10.000 años, tal vez, pero ya no. El tiempo necesario para desarrollar una vacuna es mucho menor que el necesario para extinguirnos.

En general, en especies inteligentes ya tecnológicas, si una pandemia fuera motivo de extinción, el desarrollo tecnológico sería la solución de esa extinción. No sabemos cuanto demorarán los desarrollos, pero son logros tecnológicos posibles y relativamente rápidos. Si nuestra tecnología siguiera evolucionando, en unos siglos más, las enfermedades ya no serían una potencial causa de problemas.

Tecnología para desviar meteoritos

Hace 65 millones de años, un famoso meteorito de 10 kilómetros de diámetro fue suficiente para exterminar a los grandes dinosaurios y a buena parte de la vida de entonces dejando un enorme cráter en Chicxulub, península de Yucatán. 

Los impactos de asteroides fueron la causa de muchos grandes cambios en el pasado terrestre afectando una y otra vez al sistema biológico local. Toda lógica indica que los impactos seguirán ocurriendo, que las catástrofes asociadas continuarán y que si no hacemos nada al respecto, nuestras probabilidades de extinguirnos por esta vía seguirán intactas.

Sin embargo la tecnología ya empieza a ofrecer soluciones para este tipo de problemas [1], porque para evitar el impacto de un asteroide, todo lo que hay que hacer es desviarlo a tiempo. La idea de fondo es sencilla: cuanto más lejos actuemos sobre el asteroide, menor es el desvío que deberemos practicarle, de modo que la precisión en la estimación es vital. Una vez estimada su trayectoria hay que decidir cómo desviarlo, con qué desviarlo y atender la logística necesaria para ir hasta allá.

Hoy no somos capaces de hacer todo eso con la debida rapidez y precisión, pero no cabe ninguna duda de que en un futuro cercano desarrollaremos una tecnología precisa para impactar contra cualquier objeto que pudiera venir del espacio. En unos pocos siglos, el impacto de objetos siderales ya no será una causa de extinción de la civilización porque la tecnología humana será capaz de desviarlos a tiempo.

Tecnología para mitigar grandes erupciones

La actividad sísmica es peligrosa; volcanes dormidos pueden despertar, nuevos volcanes se pueden formar, mega terremotos y tsunamis pueden azotar nuestras ciudades e ingentes cantidades de cenizas pueden oscurecer la atmósfera cambiando abruptamente el clima. Ya existieron grandes erupciones en el pasado y muchas especies se extinguieron debido a ello, de modo que el peligro de extinción es muy real. 

En la actualidad, se está refinando la tecnología para afrontar  tres situaciones asociadas a esto [2]:

  • detectar erupciones y terremotos con la anticipación suficiente para evacuar la zonas conflictivas
  • diseñar construcciones antisísmicas de viviendas, edificios, puentes, rutas y demás estructuras
  • diseñar métodos de disipación de energía sísmica

Las tres soluciones son tecnológicas y no actúan sobre el propio sismo sino sobre su impacto en nosotros. Pero en el supuesto de que la tecnología humana siga evolucionando durante siglos, nada impide el desarrollo de técnicas de mitigación que transformen una gran catástrofe sísmica en un montón de pequeños y manejables terremotos y erupciones. 

En el caso de terremotos ocasionados por el choque de placas tectónicas, no disponemos aún de tecnología para acceder a los puntos de contacto, pero no existen impedimentos teóricos para poder hacerlo en el futuro. En el caso de los volcanes y depósitos de lava, ya es posible acceder a ellos aunque no sepamos aún como redirigir la presión y en qué medida esto es posible. 

Sin duda, en unos pocos siglos a partir de ahora, la tecnología nos permitirá librarnos también de las mega erupciones como posible causa de extinción de nuestra civilización.

Otras causas de extinción

Si nuestra civilización se estabiliza y continúa desarrollando tecnología, todos los eventos mencionados podrán resolverse por medios tecnológicos. Debemos preguntarnos entonces qué otras cosas podrían extinguir a una civilización tecnológica que ya aprendió a no autodestruirse.

El espacio es peligroso. Existen allí afuera muchos fenómenos cósmicos capaces de aniquilar a nuestra civilización, empezando con la propia muerte de nuestro planeta [3], cosa que indefectiblemente ocurrirá dentro de miles de millones de años. Sabemos que entonces el Sol vivirá estertores, que su diámetro aumentará, que la Tierra será arrasada por el calor y que finalmente se precipitará hacia él. Todos los mundos tienen destinos parecidos, ser engullidos por su estrella o vagar por el espacio transformados en una esfera helada hasta que algún objeto masivo los atraiga y los engulla. 

Cuando un sistema estelar se apaga, puede expulsar parte del material al espacio. Este material se junta con otras provisiones parecidas, generando nuevos sistemas planetarios millones de años después. Las estrellas se encienden y se apagan y se vuelven a encender dando cuerda a un universo que avanza indefectiblemente  hacia su muerte. Hay muchas versiones respecto a como será el fin del universo; pero nosotros solo necesitamos saber que dentro de cien mil millones de años seguirán encendiéndose estrellas y conformando entornos aptos para la vida.

Existen episodios más cercanos que pueden extinguir a una civilización como la nuestra. Una explosión de supernova es el fin de una estrella muy masiva. La gravedad estruja a la estrella hasta que ninguna fusión nuclear puede ya vencer la presión gravitatoria; en ese momento todos lo protones se transforman en neutrones y se acumula mucho material en la periferia. Finalmente la estrella estalla con una explosión colosal que puede brillar en el cielo más que toda una galaxia, expulsando mucho material al exterior y dejando solo una pequeña bola de unos kilómetros de radio, inconcebiblemente densa, formada por neutrones. Si la estrella estuviera muy cerca de nosotros, la explosión podría afectar a la vida en la Tierra y en particular a nuestra civilización.  A 40 o 50 años luz de distancia [4], una explosión de supernova ya podría extinguirnos; pero como nuestra galaxia tiene cien mil años luz de punta a punta, 50 años luz es muy poco. Es imposible que una estrella tan cercana estalle como supernova y que una CiTE no lo sepa mucho tiempo antes.  

Si la estrella del ejemplo fuera demasiado masiva, siquiera una bola de neutrones podría quedar en su centro. La estrella explotaría igual que antes pero dejaría un agujero en el centro, una zona de espacio tiempo tan desgarrada que nada que pasara a cierta distancia podría salir de allí. A esas regiones del espacio se las llama agujero negro porque es justo lo que veríamos si miráramos hacia él. Dentro del agujero, la masa de la estrella se concentra en un punto de densidad infinita y radio nulo llamado singularidad cuya física no se puede tratar. Más allá de las teorías y las discusiones, los agujeros negros realmente existen y pululan por el espacio, de modo que tiene sentido preguntarnos si uno de ellos puede atentar contra una  civilización tecnológica.

Las supernovas y los agujeros negros son parte de los peligros que podrían aguardar allí afuera y por cuyo potencial de extinción tiene sentido preguntar. No se trata de peligros inminentes pero podrían acotar la longevidad de las formas estables de tecnología. En el fondo queremos saber si existe algo, más allá de la muerte del universo, que pueda extinguir a una civilización con independencia de la tecnología que desarrolle para evitarlo. ¿Podría exterminarnos la cercanía de una explosión de supernova, o la inminencia de un sorpresivo agujero negro, o un paseo del Sol por una región de la Vía Láctea superpoblada de despojos y explosiones? 

Son muchos los peligros cósmicos que pueden exterminar a una civilización, pero existe una estrategia tecnológica que a largo plazo puede eludirlos a todos: la colonización.


3.   Una tecnología para la colonización

El impulso humano por colonizar el espacio es claro y evidente. Marte, por ejemplo, despertó la imaginación de mucha gente y conforme la tecnología se fue desarrollando, la colonización de Marte se fue acercando a los hechos. En la actualidad existe la intención concreta de establecer una colonia en Marte [5] donde luego de algunas generaciones de pioneros, la gente pueda vivir como si la colonia fuera una ciudad más.

Establecer colonias en otros mundos es un plan cien por ciento tecnológico. Se necesita tecnología para construir ciudades que se puedan mantener a sí mismas utilizando materiales locales y que puedan sostener a una población de humanos que nazcan, vivan y mueran allí. Con solo un poco más de tecnología, nuestra civilización podría hacer esto en Marte, en Ceres [6] o en algún satélite de nuestro sistema solar.

Si nuestro deseo fuera ir a las estrellas, Próxima Centauri es el candidato primario, con un sistema estelar donde orbita un planeta habitable. Sin duda, la colonización estelar llevará miles de años de desarrollo tecnológico, pero nada es imposible para una tecnología que pueda desarrollarse el tiempo suficiente. De hecho, no existe ningún impedimento en las leyes de la física para establecer una colonia en el mismo borde de la Vía Láctea.

La capacidad de establecer colonias es mucho más importante de lo que parece. Si una supernova estallara aquí, las únicas civilizaciones capaces de sobrevivir serían las que contaran con colonias suficientemente alejadas. Mantener colonias en varios mundos significa para una CiTE lo mismo que para un país representa contar con muchas ciudades; una catástrofe natural puede exterminar a una ciudad, pero no al país entero; y si la catástrofe se detecta con la debida antelación, los ciudadanos pueden migrar a otra ciudad. 

Si una civilización puede vivir en varios mundos, entonces ningún desastre local podría matarla, y esto incluye a los paseos del Sol por regiones peligrosas, a las explosiones de supernovas cercanas o a los agujeros negros sorpresivos. Pero también incluye a los impactos meteóricos, las grandes erupciones o las pandemias letales que vimos al principio.

Si dadas dos civilizaciones tecnológicas estables una estableciera colonias y la otra no, la primera sería más frecuente que la segunda porque se libraría de muchos factores de extinción que seguirán afectando a la civilización estática. No estamos explicando la capacidad de establecer colonias como el resultado de un mandato psicológico inevitable, ni como una extrapolación al espacio de lo que una civilización ha venido haciendo  para expandirse dentro de su mundo. Estas razones serían atendibles, sí, pero discutibles. La razón que proponemos es objetiva y está fuera de toda discusión, las civilizaciones que fundan colonias son más frecuentes que las que no, porque hay factores que pueden exterminar a las segundas y no pueden exterminar a las primeras. Si hubiera civilizaciones de los dos tipos, las colonizadoras serían mayoría por simple selección natural. Pero como las civilizaciones altamente tecnificadas ya habrían hecho  esta cuenta, todas viajarán por el espacio estableciendo colonias. 

La última oración es más importante de lo que parece; las CiTEs colonizadoras son más frecuentes que las no colonizadoras, pero todas las CiTEs conocen este hecho, de modo que  todas serán colonizadoras. El conocimiento puede cancelar a la selección natural cuando ya sabe lo que la naturaleza preferirá. Conocer los factores que aseguran la estabilidad es más veloz que esperar la producción de mutaciones aleatorias y la posterior selección natural. Conviene comprender este ejemplo porque en las próximas entradas razonaremos de manera similar: El conocimiento de la estabilidad es un factor de estabilización.

Dado que establecer colonias es, además, una posibilidad tecnológica al alcance de toda CiTE, todas ellas establecerán colonias. Y como no conocemos nada capaz de aniquilar a una civilización altruista que puede vivir en varios mundos, exceptuando la propia muerte del universo, no conocemos nada capaz de matar a una CiTE, salvo la propia muerte del universo. 

La conclusión de todo esto es sorprendente. Si una especie es suficientemente altruista, entonces su civilización puede atravesar la inestabilidad típica y transformarse en una CiTE. Si las CiTEs logran sobrevivir unos miles de años más desarrollando tecnología entonces pueden establecer colonias. A partir de allí su tecnología le permitirá superar cualquier factor de extinción y su longevidad crecerá varios órdenes de magnitud. Un salto abismal.

Revisaremos en breve si luego de atravesar la inestabilidad típica el altruismo de una especie puede ser tan estable. Pero antes debemos decir algunas cosas más sobre la longevidad tecnológica de una CiTE.


4.   Una historia tecnológica universal.

Si hasta ahora las CiTEs han nacido pero no han muerto, entonces se deberían estar acumulando. Es un hecho inquietante que nos lleva directo a otras preguntas ¿Cuánto hace que el universo podría estar generando formas estables de tecnología? ¿Qué significa que la longevidad de una CiTE sea "inconcebiblemente alta"? 

Nuestro universo tiene 13.800 millones de años, pero no siempre fue igual que ahora. El Big Bang solo produjo hidrógeno y un poco de helio; no existían elementos más pesados que esos, ni mucho menos moléculas replicativas. Durante los primeros cientos de millones de años, el universo estuvo fabricando elementos más pesados. Los materiales posteriores al Big Bang se cocinaron en gigantescas estrellas  que explotaban una y otra vez para nutrir a nuevos astros. Mediante este proceso el universo fue ganando metalicidad.

Hace 3000 millones de años ya existían mundos con carbono, oxígeno, nitrógeno, calcio, fósforo y otros elementos  necesarios para sintetizar los primeros replicadores. Si extrapolamos los tiempos terrestres, 1000 millones años después, ya era posible la vida en el universo, y 4000 millones de años después ya podían existir especies con inteligencia, cultura y tecnología. Las primeras CiTEs pueden haberse originado 8000 millones de años después del Big Bang, hace 5000 o 6000 millones de años.  

La tecnología en el universo pudo tener una historia, con un inicio, un antes y un después. Una historia muy longeva de la que nada sabemos. Si las CiTEs se están acumulando desde hace miles de millones de años, entonces el universo podría ser muy distinto a como lo conocemos y las formas estables de tecnología podrían dejar huellas  muy diferentes a lo que hoy podemos reconocer como evidencia de actividad tecnológica; huellas inteligentes difíciles de distinguir de un fenómeno natural.

Dejemos de lado por ahora las posibles evidencias. Si las CiTEs nacen y no mueren, deben acumularse, y si las tecnologías estables se acumulan, el universo debe tener una historia.


5.   La tecnología mínima

Si las CiTEs tienen un origen común en la inestabilidad típica, es lógico preguntar en qué más se pueden parecer. Hasta ahora sabemos que existe un altruismo mínimo M que debe ser universal, pero hay otro aspecto en el que deben parecerse todas ellas: su nivel tecnológico.

Una CiTE nace cuando supera la inestabilidad típica, una inestabilidad netamente tecnológica. Para sobreponerse a ella es necesario que  la civilización supere los problemas que genera. Si bien muchos de estos problemas serán distintos para cada civilización, existen problemas comunes a todas ellas respecto a los que ya hemos hablado aquí. En concreto, todas las civilizaciones desarrollarán tecnología nuclear, todas explotarán su mundo hasta hacerlo deficitario generalizando prácticas tecnológicas y todas se desordenarán debido a la tecnología aplicada al trabajo. Existe una tecnología mínima a partir de la cual es posible llegar a una inestabilidad tecnológica y otra tecnología mínima a partir de la cual es posible superarla con éxito. Si bien ambos mínimos deben ser parecidos, el que a nosotros nos interesa es el mínimo necesario para superar la inestabilidad.  La existencia de una cota superior asegura la existencia de una tecnología mínima; y una tecnología para la colonización es una cota superior.

La mínima tecnología necesaria para sortear la inestabilidad típica es solo un conjunto de conocimientos teóricos y prácticos, un "saber qué" y un "saber cómo" que están integrados en la cultura de la especie; un complejo conjunto de replicadores culturales que se transmiten de un individuo a otro. Algunas formas tecnológicas serán propias de unos mundos y no estarán en otros, pero muchas otras serán comunes a todos ellos, como por ejemplo la tecnología nuclear. Hemos visto además que la selección de grupos no puede sustentarse en la evolución de meros replicadores moleculares; mucho menos podría hacerlo la tecnología, ambos necesitan también de la cultura. El nivel tecnológico es parte del acervo cultural de toda civilización, se asienta en un subconjunto de la cultura. Si existe una tecnología común a las CiTEs, entonces existe una porción de su acervo cultural que es común a todas ellas. No estamos hablando de un número sino de un conjunto concreto de prácticas y teorías. Salvo equivalencias, el conocimiento necesario para extraer energía de los átomos es el mismo en todos los casos.

Esto es curioso. Nada hemos dicho de la anatomía, el tamaño y la forma de la especie inteligente que podría protagonizar una CiTE, sin embargo podemos afirmar que existe una parte de su cultura tecnológica que es idéntica en todas ellas.  La misma física construye los mismos replicadores culturales en unas y otras CiTEs, y no importa siquiera que las regiones del espacio en las que viven estén causalmente relacionadas. 

Los replicadores culturales humanos tal vez se asienten en diferentes conexionados neuronales. No tenemos idea acerca del soporte de una cultura extraña, sin embargo, existe un desempeño mínimo que debe ser idéntico. Y no es un desempeño menor, incluye, por ejemplo, a la tecnología nuclear.

El mínimo conjunto de tecnologías para atravesar la inestabilidad típica y conformar una CiTE es universal. En consecuencia, el subconjunto de replicadores culturales necesario para sustentar esa tecnología, también es universal. Las CiTEs se parecen entre sí porque parte de su acervo cultural es idéntico en todas ellas.

 

6.   Tecnologías de igualación

Para poder perdurar, no basta con que una civilización tecnológica  se transforme en una CiTE, es necesario además que continúe desarrollando tecnología hasta lograr la capacidad de crear colonias. Cuanto más alejadas estén las colonias, menos probable es que la cultura se extinga con un desastre cósmico. Tal vez una civilización logre inmunidad cuando pueda construir colonias a 100 años luz del origen porque a esa distancia ya no es probable que una explosión de supernova pueda perturbar a la colonia.

Para construir colonias a 100 años luz de distancia, una civilización necesita resolver muchos problemas tecnológicos. Es necesario que se acelere considerablemente la velocidad de los viajes. A 3000 kilómetros por segundo, todavía se tardarían 10000 años en llegar. La información llegaría en 100 años, de modo que la inteligencia debería ser suficientemente lenta para que la información pueda viajar hasta allí, hacer mella y volver con resultados que permitan tomar nuevas decisiones. Para poder construir una colonia hay que determinar de qué manera exacta se utilizarán los materiales existentes in situ. Hay que resolver un número impensado de problemas referidos a la logística del viaje. Una colonia lejana solo podría establecerse como corolario de un proceso paulatino, donde sucesivas colonias se establecen en mundos cada vez más alejados conservando la estabilidad de su tecnología y un alto grado de independencia. A la velocidad actual, no bastan miles sino decenas o cientos de miles de años, aunque no esperamos que una CiTE viaje todavía tan despacio [7].

Sabemos que colonizar es un desafío netamente tecnológico y que debe existir una mínima tecnología a  partir de la cual la colonización se hace posible. Al presente, siquiera vislumbramos esa tecnología mínima pero sabemos que se puede implementar sin violar las leyes de la física.

De aquí en más, toda la cuenta es la misma. Una tecnología mínima implica un mínimo acervo cultural formado por un mínimo complejo de replicadores culturales. Para que una CiTE pueda crear una colonia lejana debe contar con esta tecnología mínima y, por lo tanto, con la cultura que la expresa. Notemos también que una vez alcanzada la tecnología umbral para la colonización, esta tecnología se torna inconcebiblemente longeva porque las CiTEs colonizadoras que ayuda a construir también duran un tiempo indefinido. No solo las CiTEs deben ser longevas, también deben serlo gruesos trozos de su cultura.

Existe entonces una tecnología mínima para que se forme una CiTE, y otra tecnología mínima para que la CiTE pueda colonizar. Obviamente, la segunda incluye a la primera. Pero si todas las CiTEs se vuelven colonizadoras, entonces la primera es la verdadera la tecnología umbral. Mencionamos a la mínima tecnología necesaria para la colonización porque nuevamente exhibe una similitud, un punto de contacto donde se igualan las culturas de todas las formas estables de tecnología. 

Es evidente que tecnologías similares siempre llevarán a una similitud en los acervos culturales de las CiTEs comparadas. La pregunta es, entonces, ¿Convergen o divergen las tecnologías de las CiTEs después de colonizar? La sucesión de niveles tecnológicos posibles de allí en más, depende de la sucesión de estados de conocimiento acerca del universo. Pero el universo es un objeto común a toda CiTE, y sus secretos estarán igualmente disponibles para todas ellas, lo que nos invita a pensar que los diferentes estados de conocimiento del universo serán análogos. La evolución tecnológica sigue una mínima sucesión de complejidad creciente: La teoría de la relatividad siempre será posterior a la mecánica de Newton y esta posterior a las leyes de los planos inclinados; la tecnología nuclear será posterior al electromagnetismo y éste posterior a las leyes de Faraday y Oersted. Si la secuencia de tecnologías es la misma para todas las CiTEs, la secuencia de conocimientos asociados también es la misma y hay una sucesión de acervos culturales mínimos en que se parecen.

De acuerdo a todo esto, las CiTEs se igualan al menos en el acervo cultural que define su derrotero tecnológico. Y cuanto más longevas son, mayor es el parecido de esos acervos tecnológicos.


7.   Un proceso cultural único

Una especie biológica puede durar cientos de miles o unos pocos millones de años, Si una CiTE perdura  miles de millones de años entonces es evidente que su larga historia debe contener una sucesión de especies culturales.

La alternativa obvia a esta postura es que las CiTEs no sean realmente tan longevas y que su edad quepa dentro de la edad de una especie cultural. Pero esto solo es posible si una especie estable "desaprende" su altruismo fraternal y vuelve a tornarse autodestructiva. Veremos en la próxima entrada que esto es sumamente improbable. Si una especie inteligente deja atrás para siempre su naturaleza autodestructiva, su tecnología le permitirá evitar toda extinción posible. En ese caso, las CiTEs realmente pueden contener una larga sucesión especies culturales. 

Estamos habituados a creer que una especie cultural genera diferentes tecnologías, pero jamás pensamos en un proceso tecnológico que contenga una sucesión de especies culturales. Lo revisamos ahora porque estamos obligados a hacerlo, porque las CiTEs pueden ser mucho más longevas que una especie. 

Parece excéntrico pero no lo es. Si una CiTE fuera tan longeva como la vida, las características que hacen estable a la vida también podrían estar presentes en las formas estables de tecnología. Del mismo modo como los organismos vivos se reproducen en otros organismos sin que medie una intervención inteligente, la tecnología podría fabricar más tecnología sin que medie una acción humana. La característica común sería entonces que unos organismos fabriquen a otros organismos. Ya no nos importa si son biológicos o tecnológicos. Si esto puede hacerse de un modo estable, el sistema será estable. Y muy longevo.

Si una CiTE está formada por una sucesión de especies culturales, es necesario entonces revisar como puede operarse la sucesión.

En la naturaleza, la deriva entre especies está dirigida por la selección natural operando sobre sistemas evolutivos. Entre el hombre y algún antecesor arborícola media una larga serie de reproducciones donde cada individuo dejó más descendencia que el resto. Hubo una acumulación de diferencias que fueron seleccionadas por la naturaleza y nos trajeron hasta aquí.

Dentro de una tecnología estable, la deriva de especies tecnológicas ya no debe obedecer a una selección natural  sobre mutaciones aleatorias sino a algo que Hawking llamaba "evolución autodiseñada" [8]. Aún pese al carácter inestable de nuestra tecnología, ya somos capaces de editar ADN ,esto es, de cortar y pegar instrucciones dentro de nuestro replicador molecular [9]. Esto significa que en un futuro próximo no necesitaremos esperar que una selección actúe sobre mutaciones al azar sino que los cambios serán practicados adrede para alcanzar objetivos determinados. Precisamos saber qué cambios en el ADN implican qué cambios en el fenoma, pero esto es conocimiento, el conocimiento es tiempo y el tiempo es la característica distintiva de una CiTE. En un futuro cercano seremos capaces de modificar a voluntad nuestro propio ADN.

Si la selección natural es reemplazada por el autodiseño inteligente, la sucesión de especies que debe caracterizar una CiTE podría ser muy distinta a como lo imaginamos. Los cambios serían más continuos y la evolución, que hoy entendemos como una sucesión de especies, podría ser reemplazada por una lenta y continua transformación cuya velocidad obedezca a la evolución del conocimiento o a otros aspectos que aún no alcanzamos a ver. 

Ya no debemos esperar que cada especie genere una cultura distinta y por lo tanto, que una sucesión de especies implique una sucesión de culturas. Los cambios en las especies tecnológicas pueden operarse lenta y continuamente dentro de un mismo proceso cultural. Además, la existencia de un fenómeno tecnológico subyacente implica una cultura asociada subyacente; una cultura capaz de transcender esa sucesión de especies.   En las entradas siguientes intentaremos caracterizar esa cultura.

8.   Conclusión

El proceso que construye formas estables de tecnología siempre incluye una inestabilidad donde la supervivencia es peligrosa. Si la especie tecnológica es suficientemente altruista, la civilización se adapta al tamaño de su tecnología y su población, atraviesa el período inestable y se transforma es una CiTE, una civilización tecnológica estable. Cuando esto ocurre, el desarrollo tecnológico puede cancelar todos los factores de extinción, la longevidad de la civilización da un salto hacia adelante y se incrementa hasta hacerse inconcebiblemente longeva.

El universo puede contener CiTEs desde hace miles de millones de años. Si las CiTEs se acumulan, entonces existe una historia universal que comienza cuando se genera la primera y sigue hasta hoy.

Existe una tecnología mínima a partir de la cual las CiTEs son posibles. Esa tecnología es universal, todas las formas estables de tecnología deben contenerla.

Las CiTEs se igualan primero en el acervo cultural que define a esa tecnología mínima. Tiempo después se igualan en el conocimiento necesario para establecer colonias y sospechamos que la igualación prosigue porque el universo funciona como referente común de esos desarrollos tecnológicos.

La longevidad de las formas estables de tecnología es tal que su historia puede contener a muchas especies y muchos mundos.

La sucesión de especies tecnológicas dentro de una CiTE no está gobernada por la selección natural sobre mutaciones aleatorias, tal como la conocemos, sino por el autodiseño de la especie tecnológica. Esto hace que la sucesión de especies dentro de una CiTE sea más suave y que una cultura única pueda gobernar todo el proceso. 

Una CiTE es inconcebiblemente longeva porque su tecnología es suficiente para vencer cualquier factor de extinción; pero todo esto es posible porque hemos supuesto que luego de atravesar el período inestable las civilizaciones aprenden para siempre a no destruirse a sí mismas. Este supuesto no es obvio. Revisar la perpetuidad de una cultura altruista después de la inestabilidad típica, es algo que hemos reservado para la siguiente entrada.


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[1] https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/como-desviar-asteroide_15214
[2] https://planetainteligente.elmundo.es/2019/retos-y-soluciones/nueve-innovaciones-para-predecir-terremotos-y-minimizar-los-danos.html
[3] https://www.abc.es/ciencia/abci-podria-futuro-tierra-planeta-muerto-junto-frio-cadaver-201904042003_noticia.html
[4] https://www.abc.es/ciencia/abci-desde-distancia-puede-matarnos-supernova-201705171358_noticia.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F
[5] https://www.abc.es/ciencia/abci-elon-musk-esta-seguro-mandara-humanos-marte-2026-o-incluso-antes-202012090137_noticia.html
[6] https://www.abc.es/ciencia/abci-proponen-construccion-quince-anos-mega-colonia-orbital-alrededor-ceres-202101210849_noticia.html
[7 https://www.abc.es/ciencia/abci-ocho-naves-espaciales-podremos-abandonar-sistema-solar-201811282116_noticia.html]
[8] https://elpais.com/elpais/2018/10/23/ciencia/1540309489_790251.html
[9]  https://www.bbvaopenmind.com/articulos/la-revolucion-biologica-de-la-edicion-genetica-con-tecnologia-crispr/

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