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viernes, 12 de marzo de 2021

6.2 Civilizaciones Inmortales

(volver al índice)

  1. El problema de la autodestrucción 
  2. Estabilidad del amor fraternal
  3. Estabilidad cultural de una CiTE
  4. El estado de felicidad
  5. El altruismo universal
  6. Conocimiento de un altruismo universal
  7. Tecnologías para una cultura altruista
    El autodiseño biológico
    La religión
    Una tecnología para evitar la muerte
  8. Otra vez, salir al espacio
  9. Conclusión




1.   El problema de la autodestrucción

Hasta ahora hemos dicho que si una civilización no se destruye a sí misma, prácticamente nada será capaz de matarla, que desarrollará tecnología para resolver toda posible causa de extinción; que las formas estables de tecnología están llamadas a ser inconcebiblemente longevas. ¿Pero estamos seguros de que la condición no autodestructiva será igualmente estable? Si una civilización no se autodestruyó durante la inestabilidad típica ¿podemos asegurar que ya nunca más lo hará? ¿Puede una  civilización tecnológica estable perdurar durante miles de millones de años? Su tecnología lo permite, pero ¿pueden permitirlo su cultura y su comportamiento? (En lo que sigue, llamaremos CiTE a una civilización tecnológica estable)

Nuestras mayores probabilidades de extinción se deben al uso que le demos a la tecnología [1]. Las probabilidades de que nos extinga un meteorito o una mega erupción son muy bajas comparadas con la posibilidad de que lo haga una extinción masiva antropogénica, una conflagración nuclear o el mal uso de alguna tecnología de vanguardia. Es necesario revisar si las condiciones que construyen una tecnología portentosa se mantienen en el tiempo. 

Para que una CiTE llegue a existir es necesario que su especie cuente con cierto grado de altruismo. Pero ese altruismo puede ser estable o no serlo. Nada impide que la humanidad se torne  estable y permanezca así durante mil años para luego extinguirse porque dos grandes naciones entraron en guerra; ni que seamos suficientemente altruistas para hacernos estables y luego perdamos ese altruismo y volvamos a generar, por ejemplo, un déficit ecológico capaz de extinguir a la civilización. La pregunta resultante es simple ¿Puede perderse el altruismo necesario una vez superada la inestabilidad típica?


2.   Estabilidad del amor fraternal

La naturaleza crea por defecto individuos egoístas, organismos que priorizan el propio bienestar. Esto es así porque el comportamiento individual es un reflejo del comportamiento genético y los genes que abundan son los que contribuyen a su propia reproducción. El origen de los comportamientos altruistas, en cambio, debe ser explicado.

Un comportamiento es altruista cuando beneficia a otro u otros individuos. Cuando el comportamiento individual solo prioriza el bienestar de sujetos emparentados, hablamos de altruismo de parentesco; en  el resto de los casos hablamos de altruismo fraternal. El altruismo de parentesco puede explicarse como producto de la pura evolución genética pero el altruismo fraternal requiere también de la cultura. El altruismo necesario para atravesar la inestabilidad típica es, justamente,  altruismo fraternal.

Dentro del altruismo fraternal establecimos una diferencia importante entre el altruismo originado por una presión cultural y el que se genera obedeciendo a una estructura genética. En ambos casos, el comportamiento es altruista pero llamamos amor fraternal al altruismo de base genética. Vimos el ejemplo de una ciudad limpia y una ciudad sucia. Si la limpieza no está escrita en los genes,  los individuos se tornan limpios o sucios según la ciudad en la que nazcan; simplemente copian la cultura existente allí. Pero si la limpieza fuera genética, un individuo limpio seguiría siendo limpio aunque estuviera en una ciudad sucia; su grado de limpieza o suciedad ya no dependería  de la cultura existente a su alrededor.

Lo mismo ocurre con el altruismo entre individuos no emparentados. Si el altruismo no estuviera en los genes, los individuos serían tan altruistas o egoístas como lo fuera la cultura de su entorno, pero si el altruismo fuera genético, los individuos solo podrían ser altruistas, porque ese grado de amor fraternal sería para ellos una característica innata, como el color de los ojos o de la piel.

Lo interesante es que la estabilidad del fenómeno cambia en cada caso. Si la cultura fuera altruista pero no hubiera una base genética para ese altruismo, un cambio en la cultura podría cambiar el comportamiento en las generaciones siguientes y hacerlos menos altruistas o decididamente egoístas. Si esto fuera así, una civilización podría ser suficientemente altruista para atravesar la inestabilidad típica y volverse más egoísta luego, haciéndola peligrar. Una CiTE podría nacer al cultivar suficiente altruismo fraternal y extinguirse luego, al abandonar la cultura altruista en que se sustentaba. Su carácter autodestructivo se haría presente nuevamente aunque su desarrollo tecnológico le permitiera resolver cualquier causa natural de extinción.

Si los individuos tuvieran, en cambio, la genética altruista necesaria para atravesar la inestabilidad típica en un momento dado, no perderían esa genética si una cultura contraria se impusiera de pronto. Esto nos lleva a una conclusión simple: durante la inestabilidad típica, el amor fraternal es más estable que una presión cultural hacia el altruismo fraternal entre individuos no condicionados genéticamente a ello.

El único modo de construir amor fraternal es la coevolución genético-cultural generada por la presión de una cultura altruista funcionando suficiente tiempo para que la selección natural atrape las mutaciones a su favor. Todo esto suponiendo que una cultura altruista puede llegar a existir, que en algún momento los comportamientos altruistas serán culturalmente bendecidos. Ya hemos visto que esto no es tan sencillo. Lo que nos interesa ahora es observar que el amor fraternal no solo es más estable que la cultura altruista no genética sino que es una consecuencia de ella. Solo una presión cultural altruista  construye amor fraternal; pero una vez construido, el amor es más estable que la presión cultural que lo construyó. 


3.   Estabilidad cultural de una CiTE

El amor fraternal es un impulso por priorizar el bienestar ajeno que se puede dar en mayor o menor medida o con diferentes matices según  la genética que lo soporte. No debemos verlo como el resultado de un simple gen que se prende y se apaga sino como el funcionamiento emergente de un complejo conjunto de genes que controlan diferentes funciones del comportamiento; no es consecuencia de un proceso discreto sino de una acumulación lenta y continua de capacidades. 

La dependencia entre el grado de altruismo y la capacidad de atravesar la inestabilidad tampoco está determinada. La emergencia de una CiTE depende de una masa crítica de sujetos en cierto grado altruistas; pero ni esa masa crítica ni ese grado pueden determinarse con precisión. Sabemos que el altruismo necesario es mayor que un mínimo, pero no sabemos cual es su grado exactamente.

Hasta ahora solo podemos decir con precisión que

  1. la formación de una CiTE requiere de cierta cultura altruista
  2. una cultura altruista no congénita puede construir amor fraternal 
  3. el amor fraternal es más estable que la cultura altruista no congénita

Pero la relación entre la cultura altruista y el amor fraternal especificada en 2, es recíproca: Del mismo modo como una cultura altruista acaba generando amor fraternal una especie tecnológica capaz de amar en cierto grado genera una cultura altruista. Esto hace que el amor fraternal y la cultura altruista entren en una relación sistémica y cada elemento cause el incremento del otro. Más cultura altruista implica más genética para el altruismo y más genética altruista produce más cultura altruista. Esta interrelación estabiliza notablemente la cultura resultante y torna muy improbable una contracultura que regrese a la inestabilidad. Si el altruismo mínimo necesario para atravesar la inestabilidad típica por primera vez permite construir una genética para el amor fraternal, los individuos dotados de esa genética sostendrán la cultura altruista y no habrá una segunda vez. 

Por otra parte, si una civilización atraviesa el período inestable al menos una vez, la selección natural podría ser en parte reemplazada por el autodiseño, donde las personas editan su ADN para inocular una genética deseada. En este caso, desear una genética para el amor fraternal podría constituir un nuevo factor de estabilidad. Enseguida veremos este y otros factores que también contribuyen  a la estabilidad del altruismo dentro de una CiTE.

Respondiendo a la pregunta inicial, si una especie es suficientemente altruista para que su civilización atraviese la inestabilidad típica y conforme una CiTE, la cultura altruista resultante será sumamente estable. La probabilidad de que la civilización se retrotraiga luego y construya una cultura egoísta que vuelva a priorizar el beneficio individual es prácticamente nula.

En la entrada anterior hemos visto que una vez que las CiTEs superan el riesgo de autodestruirse, pueden desarrollar tecnologías capaces de superar cualquier factor local de extinción. Ahora mostramos que si las CiTEs superan el riesgo autodestructivo, la probabilidad de que vuelva a configurarse es prácticamente nula  Este resultado es muy significativo; simplemente decimos que si existen formas estables de tecnología, estas deben ser sumamente longevas. Los factores culturales y tecnológicos que garantizan su existencia aseguran también su inconcebible longevidad. 

A partir de aquí, no podremos decir nada más sobre las CiTEs si no exploramos previamente el impacto del amor en sus culturas. Muchos de los elementos que hallemos en esta exploración acentuarán el carácter estable del amor fraternal.


4.   El estado de felicidad

Cuando sentimos sed, simplemente tomamos agua, pero por lo bajo hay un complicado mecanismo funcionando. Nuestra sangre es una mezcla química que recorre cada rincón del cuerpo. Cuando a nuestras células les falta agua, la sangre lleva la información hasta el cerebro y este decide nuestras acciones; concretamente, bebemos agua y saciamos la sed. Nuevamente, para que esa saciedad se ponga de manifiesto, la información llega hasta la mezcla química donde alguna substancia indica que la necesidad ha sido satisfecha. El cerebro reacciona con una sensación de saciedad que generalmente es placentera y que invita a detener la acción. Entonces el individuo deja de beber y la sed queda atrás.

El mecanismo es común; ocurre con el descanso después de una actividad física, la satisfacción después de la comida o el clímax después del el sexo: una señal química genera un impulso hacia la acción y otra señal nos informa que lo hemos saciado. En general, las señales de saciedad son placenteras. Es un placer esporádico e intermitente, aparece con la saciedad, perdura un momento y luego desaparece. Las endorfinas, la dopamina, la serotonina o la oxitocina son algunas de las substancias empleadas con estos fines por el cuerpo humano. Podemos pensar que todas las especies tecnológicas experimentarán sensaciones de placer cada vez que segreguen ciertas substancias químicas.

El amor fraternal es un impulso genético, como la sed, el hambre o el sexo, y se sacia cuando proveemos bienestar a los demás. Pero a diferencia de la sed, la sensación de saciedad es ahora menos puntual. Proporcionar bienestar ajeno no es un acto instantáneo, que finaliza con un hecho consumado;  perdura hasta solaparse con nuevas acciones altruistas, generando una suerte de estado permanente de placer que presenta variaciones de intensidad pero que se contrapone claramente a la naturaleza puntual de la satisfacción por saciedad. 

Pero ese placer sostenido no solo es consecuencia de mis acciones individuales para saciar un impulso. En una especie donde ya se ha generalizado una genética para el altruismo, mi prioridad es el bienestar ajeno pero la prioridad de los demás es mi propio bienestar. El bienestar que los demás me proporcionan también se traduce como placer. Y en una CiTE, "los demás" suelen ser muchos individuos.

Tanto saciar mi impulso de amar  como la acción de los demás a favor de mi bienestar contribuyen a generar una sensación placentera  permanente a la que llamo estado de felicidad.

En la naturaleza no hemos encontrado ningún caso de placer permanente; pero cuando en una especie  se generaliza una genética para el altruismo, podemos deducir que esto es precisamente lo que le ocurrirá. La simbiosis entre dar y recibir genera un estado de felicidad permanente y su presencia es otro de los aspectos que contribuyen a estabilizar aún más la cultura altruista dentro de las CiTEs.

En la especie humana es posible que cierto trayecto hacia ese estado de felicidad ya se haya verificado. Un pájaro o un antílope no dejan de mirar hacia los costados mientras se alimentan o abrevan. Su vida siempre está en peligro. Un hombre, en cambio, no se siente amenazado casi nunca. Lamentablemente,  no podemos saber cuan felices eran los humanos promedio hace mil años atrás para verificar si su estado ha variado.

Tanto el placer que le proporciona al individuo saciar su impulso hacia el bienestar ajeno como el que le concede el bienestar propiciado por otros individuos hacia él, se experimenta como resultado de una afluencia química que es biológica y que, por lo tanto, debe tener límites. Pero desde un punto de vista cultural, es difícil describir un límite para el altruismo. Siempre se puede hacer más por los demás y siempre se puede recibir más de los demás.


5.   El altruismo  universal

La estabilidad de una estructura común a muchos individuos depende de la capacidad de los mismos de asegurar dicha estabilidad. Es una verdad de Perogrullo y no debería discutirse.

En una civilización tecnológica la estabilidad solo se logra cuando el altruismo es mayor que un mínimo $M$ al que hemos caracterizado aquí. Se trata de una especie capaz de ajustar sus necesidades para mantener un superávit en su huella ecológica, que puede prescindir de la agresión para resolver diferencias y que ya adaptó sus modelos al hecho de que una tecnología producirá lo necesario para la vida con independencia de lo que haga el individuo. Ese altruismo es el mismo en todo el universo, ninguna civilización cuya especie tenga un altruismo menor puede superar la inestabilidad que ocasiona su tecnología. 

Si superar esa inestabilidad permite la existencia de civilizaciones capaces de durar miles de millones de años, entonces la importancia de ese altruismo $M$ es mucho mayor de lo que imaginábamos; si antes decíamos que funcionaba como un filtro, ahora decimos además, que las cosas que logran atravesarlo son sumamente longevas.

Existe en el universo un grado de altruismo tal que aquellas especies que lo superan pueden conformar estructuras tecnológicas  capaces de sobrevivir miles de millones de años.

Esa cultura altruista también construye una genética, el amor fraternal, y el amor construye más cultura altruista que construye más amor que construye más altruismo... El amor fraternal es una estructura genética sumamente estable; todo parece indicar que, al igual que los replicadores moleculares, las células, los metazoos, las redes neuronales, la inteligencia, la capacidad cultural y la capacidad tecnológica; el amor fraternal llega para quedarse.

En el plano coloquial el amor fraternal siempre ha sido un  valor ético absoluto que simboliza el bien y que se opone al mal. Esto es así, aunque sepamos que no existe forma objetiva de jerarquizar el bien sobre el mal. Pero si aceptamos nuestra definición,  el amor fraternal es solo una genética que impulsa la longevidad de una estructura tecnológica. El amor fraternal hace posible y estable a la cultura altruista, y ésta funciona como un  verdadero principio de organización de las formas estables de tecnología. Que la genética que posibilita esa tecnología coincida con la moral generalmente admitida debería resultarnos muy curioso; más aún teniendo en cuenta que las tecnologías resultantes pueden durar un tiempo inconcebible.

 

6.   Conocimiento de un altruismo universal

No solo decimos que una civilización tecnológica debe atravesar una inestabilidad típica para hacerse estable, decimos además que las especies tecnológicas que superan esa inestabilidad ya deben conocer su carácter típico. No solo decimos que existe un mínimo altruismo para superar esa inestabilidad, decimos además que aquellas especies que logren superarla ya conocen ese altruismo mínimo. Todas las civilizaciones que llegan a la adultez deben conocer la niñez y la adolescencia;  deben saber que hay un filtro y que el altruismo es la receta para atravesarlo con éxito.

Conocer la importancia de un altruismo mínimo modela íntegramente la cultura de las CiTEs. La especie sabe ahora que ese altruismo asegura la existencia de las  CiTEs, sabe que las CiTEs son sumamente longevas y que la felicidad de los individuos se hace permanente si esa cultura se establece. Y sabe además que todas las civilizaciones que existan llegarán a la misma conclusión porque los procesos que construyen tecnología en el universo son siempre los mismos.

Cuando los individuos conocen la importancia de contar con  una genética para el altruismo, nace una relación entre los individuos y el amor fraternal. La mejor manera de definir esa relación es la veneración. Los individuos veneran al amor fraternal, veneran la cultura altruista y esta veneración es parte de esa cultura. La veneran porque en ella radica su inconmensurable longevidad. Esa veneración condiciona toda la estructura subyacente. Hemos dicho hasta aquí que una CiTE es una forma estable de tecnología que puede sobrevivir a toda causa de extinción. Pero realmente una CiTE es un civilización cuya especie ama fraternalmente y como consecuencia de ello adquiere la organización necesaria para sobrevivir mucho tiempo. El amor no es una mera consecuencia sino el centro de su cultura. 

Es difícil entender que con tan poco se obtenga tanto. En las CiTEs, la felicidad de los individuos solo depende de su capacidad de dar, si todos dan, todos reciben, si además ese altruismo asegura una extraordinaria longevidad entonces no dar es absurdo. Parecería que nuestro discurso se ha teñido de emoción, pero nada es más racional. Cuando la tecnología condiciona la supervivencia, una cultura egoísta es simplemente suicida; priorizar el interés propio cuando el mundo se está degradando, es suicida; apropiarse de las cosas para dejarlas estacionadas 20 horas de cada 24, es suicida. Cuando la población crece, entre otras cosas,  los mundos no resisten el derroche; y priorizar el propio interés lleva, justamente, a soslayar la gravedad del derroche. 

Cuando una especie desarrolla tecnología nuclear, utilizar la agresión para resolver conflictos de intereses es suicida. A largo plazo, el método agresivo lleva a las guerras masivas, y una guerra masiva es sumamente peligrosa en un mundo con tecnología nuclear.

A partir de cierto nivel tecnológico, priorizar una cultura egoísta resulta suicida; pero ser suicida y pretender no morir, es decididamente absurdo. Todo el discurso parece emocional, pero es estrictamente racional.

La única razón para que una especie que ingresa en la inestabilidad tecnológica no instaure una cultura altruista, es la imposibilidad congénita de hacerlo. Los individuos no pueden mitigar el egoísmo individual que los ha llevado hasta allí por más que comprendan racionalmente la necesidad de hacerlo porque no tienen la genética necesaria para abandonar la pugna por los territorios y las cosas. Conocer la relación entre el altruismo y la propia existencia de una CiTE implica también conocer los factores que la harían imposible.

Pero existe un aspecto más de este conocimiento que debemos destacar ahora aunque no lo usemos todavía. Si una CiTE sabe que la inestabilidad típica es parte del proceso general de maduración de las civilizaciones tecnológicas, entonces podría reconocer su inminencia en otra civilización. La CiTE sabría además que la clave para que esa civilización atraviese el período crítico es establecer allí una cultura altruista. Más adelante exploraremos la posible relación entre civilizaciones.


7.   Tecnologías para una cultura altruista

En muy difícil que podamos tener cabal conciencia de lo que estamos describiendo. Solo nos guía la razón. Las implicaciones tecnológicas de una cultura altruista, basada en una genética para el amor fraternal, son muy difíciles de imaginar. Somos como ciegos acariciando las flores de un jardín infinito.

Las CiTE permiten que una tecnología portentosa sea utilizada para practicar una cultura altruista. Esta simbiosis entre tecnología y altruismo es sumamente inquietante. No podemos imaginar los límites de esa mezcla. Solo podemos mencionar unas pocas situaciones que nos resultan evidentes.


El autodiseño biológico

La selección natural de genes ha dominado la evolución de los replicadores moleculares durante más de 3500 millones de años. Un replicador molecular es como una palabra larga sobre cuyas letras se acumulan mutaciones aleatorias durante el proceso de copiado. La selección natural es la elección de unas mutaciones y el descarte de otras según su capacidad de reproducirse. Este mecanismo selectivo es lo que ha impulsado la evolución biológica; pero eso está cambiando justo ahora.

En la actualidad existe tecnología para editar el ADN. La técnica llamada CRISPR [2] puede cortar el ADN mediante una proteína llamada cas9 e introducir allí otra secuencia de nucleótidos. En este momento se están desarrollando otras técnicas todavía más avanzadas [3]

El ADN contiene la información necesaria para edificar un ser vivo, de modo que una tecnología para editarlo a voluntad equivale a la posibilidad tecnológica de modificar las características de los seres vivos. Solo es necesario saber qué características están asociadas a cada secuencia para saber qué y como modificarlo. Pero diseñar a voluntad organismos vivos dispara un enorme abanico de posibilidades.

La selección inteligente ya se practica sobre cultivos, razas de perros, bacterias y demás; si ahora incorporamos la capacidad de diseñar a voluntad las mutaciones antes de la selección, entonces la evolución genética tal como la conocemos deja de existir.

En general, una civilización que desarrolle una tecnología portentosa podrá editar replicadores moleculares y alterar a voluntad el sistema biológico de su mundo. Si además esa tecnología estuviera al servicio de una cultura altruista entonces la capacidad de alterar organismos vivos solo podría tener como propósito el bienestar general.

Llamo autodiseño a la capacidad tecnológica de modificar a voluntad el sistema biológico de un mundo. Si bien sabemos que la edición genética ya es posible y que la selección inteligente es un hecho; resulta difícil imaginar las consecuencias concretas de esa tecnología a largo plazo. Ignoramos qué cosas se podrán hacer y qué cosas no pero prevemos que el desarrollo de esas capacidades será poderoso.  

Una de las cosas que seguramente podrán modificarse son los replicadores de la propia especie tecnológica, primero evitando enfermedades genéticas, luego habilitando modificaciones anatómicas y por último, permitiendo variaciones en el comportamiento. Aquí es donde una cultura altruista puede ser sumamente modeladora y donde una especie tecnológica puede derivar en otra luego de una acumulación de modificaciones artificiales. En nuestro mundo ya se está desarrollando tecnología para prevenir enfermedades editando genes y existe una gran discusión bioética respecto a la opción de modificar la anatomía y el comportamiento de las personas.

Si una CiTE puede vivir millones de años, debemos suponer que el autodiseño genético ya se habrá desarrollado lo suficiente para superponerse a la evolución genética y modificar la biología de todo su mundo y no solo de la especie inteligente. Además de crear abejas más melíferas, tomates más grandes o nueces más nutritivas, la vida podría diseñarse para que sea simplemente bella; un césped más verde, un cerco más prolijo, una flor más colorida, un árbol más alto, animales más mansos y microbios más amigables. En una tecnología al servicio del altruismo, el diseño biológico  aumentaría la belleza del entorno para incrementar el estado de felicidad de sus individuos. Un jardín maravilloso sería mucho más que la simple disposición artística de plantas y de flores. Ya desde la profunda disposición de los nucleótidos, habría una tecnología al servicio de la belleza.

Si una especie se lanzara a editar replicadores moleculares, una tecnología hibrida podría ser lo más apropiado; un camino intermedio entre la evolución biológica natural y el autodiseño. Se podrían practicar mutaciones artificiales capaces de inocular el principio activo de una característica y dejar que un proceso natural adapte la característica al medio ambiente donde debe actuar. Sería un proceso muy prolongado y difícil de aislar, de modo que lo ideal sería ensayarlo en otros mundos. Modificar artificialmente organismos ya adaptados a un mundo exige mucho menos conocimiento que diseñarlos de cero. Nosotros mismos ya estamos pensando en hacer algo parecido en Marte.

Terraformar Marte es configurarlo para la vida humana a través de una adaptación artificial o  ecopoiesis [4]. Después de una etapa de adaptación física consistente en dotarlo de un campo magnético, de más temperatura, más agua en estado líquido, etc., comenzaría un plan de intervención biológica [5]. Sería necesario cultivarlo con una secuencia de microorganismos donde cada uno adapte el suelo y la atmósfera para admitir al siguiente grupo. El proceso natural sería muy lento y podría durar cientos de miles de años, pero si los microorganismos fueran parcialmente adaptados por edición genética, el proceso sería mucho más rápido. 

Cualquier planeta extrasolar podría ser biológicamente intervenido por una CiTE. Si una CiTE desarrolla la tecnología para diseñar o modificar organismos vivos, y la tecnología para realizar viajes especiales, la intervención biológica sobre otros mundos es una conjunción obligada. Se abre allí un inmenso abanico de posibilidades de intervención, según el estadio evolutivo en que se encuentre un mundo. La intervención dependería también de los objetivos de la CiTE interventora, que siempre deberían ser compatibles con una cultura altruista.


La religión

Todo lo que una CiTE debe tener por religión se concluiría de su cultura altruista, cuya necesidad fue racionalmente deducida. Pero no hay muchas conclusiones posibles: el altruismo construye una genética que impulsa a los individuos a priorizar el bien de los demás. Y esa genética funciona como un principio de organización que asegura su longevidad.

Hablamos de amor fraternal para expresar el impulso genético hacia el bienestar de otras personas; pero si quisiéramos referirnos a un impulso que vaya más allá de las personas, que garantice el bienestar de todo cuanto existe, hablaríamos de amor universal. El amor universal sería una extrapolación del amor fraternal que garantiza la estabilidad de todo cuanto existe. El universo sería entonces capaz de construir estructuras que aseguran su propia estabilidad.

La religión que imaginamos dentro de una CiTE consiste simplemente en venerar el amor universal. No podemos razonar más que la relación entre la estabilidad tecnológica y la simple mecánica de dar y recibir asentada en la biología de la especie. 

Repetimos y resaltamos que la religión definida no es algo que emerja de un credo, de un conocimiento heredado por transmisión cultural. Surge de la relación objetiva entre la estabilidad de la tecnología y el comportamiento de la especie que la protagoniza. Realmente, el comportamiento siempre estuvo relacionado con la supervivencia individual, solo que ahora la tecnología amplifica las consecuencias de ese comportamiento. Para que el comportamiento asegure la supervivencia de una civilización tecnológica es necesaria  una genética para el amor. No se trata de un credo invariante y ajeno a los hechos sino de una relación objetiva, que se puede deducir de los hechos.

Lo que ciertamente debería intrigarnos es la coincidencia entre el amor de la "moral admitida" y este amor que  podemos deducir ahora.


Una tecnología para evitar la muerte

Un individuo tiene conciencia si puede reconocer su propia existencia. Yo tengo conciencia y sospecho que usted también, aunque no lo sé a ciencia cierta debido al modo como la he definido. Vamos a extender esta sospecha a los individuos de las especies tecnológicas. No sé si un tiburón o una ardilla tienen conciencia, pero los sujetos inteligentes de una civilización tecnológica estable tienen conciencia.

Lo que sigue es una hipótesis: suponemos que los individuos de una especie inteligente sienten un impulso por perpetuar la conciencia, por prolongar el conocimiento o sentimiento de su propia existencia. No es una hipótesis muy comprometida pero es una hipótesis al fin.

Llamamos muerte de un individuo al fin de su conciencia. Como los individuos de las CiTE tienen un impulso por perpetuar la conciencia, tendrán un impulso por evitar la muerte.  El estado de felicidad estará condicionado por la posibilidad concreta de saciar el impulso de perpetuación de la conciencia. Pero si los individuos participan de una cultura altruista y sienten la necesidad de priorizar el bienestar común y la felicidad ajena, el impulso de perpetuación de la conciencia individual se traducirá en un impulso por perpetuar la conciencia de todos. Por esta razón, la satisfacción del impulso de perpetuación de las conciencias tiene que ser un objetivo común dentro de las CiTE.

Lo que las especies tecnológicas pueden hacer  para prolongar el impulso de perpetuación de la conciencia depende de cual sea la relación entre dicha conciencia y el cuerpo físico. Hay dos posibilidades:

  • Alternativa escéptica: La muerte del cuerpo es el fin de la conciencia.
  • Alternativa espiritual: La muerte del cuerpo no es el fin de conciencia.

Observemos que las dos afirmaciones reúnen el universo de casos porque una es la negación de la otra,  y que no existen pruebas concluyentes de ninguna de las dos. Sin embargo la disyunción pronto se revelará innecesaria.

Si se verifica la alternativa espiritual, el objetivo está cumplido. La conciencia no muere con el cuerpo físico y la inmortalidad de la conciencia es la forma más acabada de saciar el impulso de perpetuación. Claro que la alternativa espiritual implica una cantidad de cosas. Significa que existe un enorme pedazo de universo del cual no tenemos ni noticias. Una región o estado de la realidad física que permite sostener cosas tan complejas como para reconocer su  propia existencia, y que sin embargo, ha pasado desapercibido hasta ahora. Pero si este fuera el caso, una CiTE ya conocería  ese estado del universo y ya sabría que las conciencias son inmortales.

La alternativa escéptica es la alternativa científica, no porque esté probada sino porque permite investigar y acercarse hacia algún conocimiento. La idea de que la conciencia  es un fenómeno emergente, asentado de alguna manera en el cerebro fue propuesta por Francis Crick [6] en 1994 y  adoptada luego como paradigma. Si la conciencia es una fenómeno físico, entonces la muerte es un problema físico. Lo individuos desean seguir sintiendo que existen mientras que la muerte atenta contra ese deseo y amenaza con mantener una cuota de infelicidad en sus vidas. La infelicidad desentona con una cultura altruista y se transforma en un problema dentro de las CiTE. Los problemas se resuelven buscando soluciones, y las soluciones son tecnológicas. Dicho en buen romance, nadie está feliz de morir, la infelicidad es un problema y los problemas se resuelven con tecnología. Este es un caso típico de tecnología puesta al servicio de una cultura altruista. 

Se nos ocurren dos posibilidades para mantener con vida la conciencia:

  • impedir que el cuerpo muera
  • trasladar la conciencia de un cuerpo viejo a otro nuevo

La primera opción implica retrasar el envejecimiento tanto como se pueda. La vida media humana se ha incrementado durante los últimos siglos a causa de la tecnología. Sin embargo, desde un punto de vista biológico, todo sigue igualmente estanco, solo nos hemos acercado al límite de lo posible. Hoy se investigan tratamientos para reducir la incidencia de muerte de diferentes factores de riesgo asociados al envejecimiento, pero un genuino retraso de la vejez solo puede surgir de un prolongado desarrollo tecnológico que actúe sobre las causas del envejecimiento.

Si una civilización pudiera desarrollar tecnología durante un inconcebible tiempo y supiera modelar el propio replicador para obtener ciertos objetivos, la extensión de la longevidad biológica no debería presentar impedimentos técnicos. Aún si hubieran límites físicos insalvables para extender la vida más allá de un tiempo máximo característico, debemos pensar en límites mucho mayores que nuestros humildes 75 años. Con la tecnología adecuada para limpiar todo lo que se ensucia y rejuvenecer células viejas, un individuo podría vivir cientos o miles de años. 

La segunda opción es tecnológicamente más osada pero se basa en un hecho evidente: Si hemos supuesto que la conciencia es una propiedad del cuerpo, entonces debe existir una estructura física que se traduzca en el estado de conciencia. Nosotros no sabemos cuál es y dónde está, pero la alternativa escéptica propone que está allí, enquistada de algún modo en el cuerpo físico de los sujetos. La tecnología todavía está muy lejos del copiado de conciencias pero ya existe investigación de base en neurociencias experimentando con minicerebros humanos [7] [8] y un gran problema ético respecto a cómo investigar [9]. También existe la iniciativa de reconstruir el conexionado neuronal en un soporte digital, más allá del modo como funcione la estructura [10].

Es probable que nosotros estemos muy lejos, pero si la conciencia está alojada en el cuerpo, una civilización tecnológica arbitrariamente longeva ya debería saber como funciona y cuáles son sus rasgos invariantes. Sería una cuestión de tiempo que una CiTE pueda  producir a voluntad una réplica de la conciencia individual en un cuerpo nuevo fabricado para ello. Y tiempo es aquí lo que sobra. Allí tendríamos entonces al mismo individuo con toda su memoria, con sus capacidades y limitaciones, con el recuerdo de todos sus conocidos, con sus sentimientos y sensaciones habituales despertando en un cuerpo nuevo y preguntando ¿Falta mucho doctor?

Transferir una conciencia individual de una cuerpo a otro permite inquietantes posibilidades. Nosotros hablamos de transferencia, pero en realidad se trata de una replica, una copia de un cuerpo a otro, y copiar no es lo mismo que transferir, porque el que puede copiar también puede obtener muchas copias de lo mismo. El individuo copiado se incorpora y saluda al original, que es él mismo hasta recién, y que a partir de ahora recorrerá un camino distinto. Ninguna de las dos versiones perdió esa sensación de continuidad propia de la conciencia, del reconocimiento de la propia existencia. 

Es evidente que esta posibilidad genera múltiples problemas éticos. Tal vez convenga que la conciencia copiada no tenga muchos representantes individuales o que la copia no conserve todos los recuerdos. Si existiera una tecnología para copiar conciencias se podrían administrar los detalles para adaptarla a una cultura altruista. En el fondo, todo esto surge del supuesto de que la conciencia es un fenómeno netamente corporal, un complejísimo sistema químico, en principio, reproducible. 

Si la conciencia puede transferirse de un cuerpo viejo a otro nuevo, entonces es posible mantenerla con vida mientras dure la tecnología de copiado y esto es, virtualmente, mientras exista la CiTE. Si esto es así, en la alternativa escéptica la conciencia individual puede mantenerse con vida durante un tiempo indefinidamente prolongado.

Ahora ensamblemos todas las partes del argumento. 

  • Si se verifica la alterativa espiritual, la muerte del cuerpo no mata a la conciencia; esta perdura en una porción de la realidad que tarde o temprano es aprendida por la civilización tecnológica. La muerte no existe en las CiTE.
  • Si se verifica la alternativa escéptica, sería posible una tecnología que mude la conciencia de un cuerpo a otro haciéndola igualmente inmortal.

Ambas alternativas llevan a la misma conclusión: Los individuos pueden ser "inmortales" mientras duren las CiTE. Como ambas alternativas son opuestos lógicos, todo el razonamiento es una tautología. Con independencia de que la muerte del cuerpo sea o no sea el fin de la conciencia, la tecnología puede hacerla tan longeva como la propia civilización. Es tecnológicamente posible que en las CiTE las conciencias no mueran.

Existen algunos apoyos más para esta idea. En una cultura altruista este objetivo debe perseguirse de manera sostenida porque trabajar por la "inmortalidad"   ajena aumenta el estado de felicidad. Si no hay un impedimento en las leyes físicas, una CiTE podría intentarlo durante un tiempo indefinidamente prolongado aumentando sus posibilidades de lograrlo. 

Por último, y sumamente importante: El objeto físico que una CiTE debería reproducir, la conciencia individual, ya existe, ya es un hecho. Al sistema biológico le llevó 3800 millones de años aprender a fabricar conciencia por un burdo experimento de prueba y error, sin propósito ni dirección, ¿Cuánto menos tiempo podría llevarle el mismo aprendizaje a una CiTE? Creemos que el tiempo de aprendizaje inteligente del principio de funcionamiento de la conciencia debe ser varios órdenes de magnitud inferior que el ciego aprendizaje por prueba y error. Tal vez un millón de años sea un tiempo todavía  exagerado.


8.   Otra vez, salir al espacio.

Si en las CiTEs las conciencias individuales realmente fueran tan longevas como su civilización, nuestra visión de las mismas vuelve a transformarse radicalmente. A continuación revisaremos un solo aspecto de este impacto. Eso sí, será un gran aspecto.

Una de las características que definen la estabilidad de una civilización tecnológica es su número de población. Las CiTEs deben tener un cupo  en sus mundos y están obligadas a mantenerlo constante. Con una población de 7800 millones de personas, la Tierra tiene 1.8 hectáreas de tierra firme por habitante; no sabemos cuantas personas más pueden caber, pero sin duda existe un límite. Lo mismo ocurre dentro de cualquier CiTE.  Existe un cupo máximo de población dentro de sus mundos. Además, las CiTEs tuvieron que adaptarse a ese cupo máximo mucho antes de lanzarse al especio porque la tecnología que la expone a un máximo poblacional es muy anterior a la tecnología de los viajes especiales.

La población se estabiliza cuando la gente nace y muere al mismo ritmo. Pero si la gente dejara de morir, debería dejar de nacer. 

En una población indefinidamente perdurable, los beneficios de la inmortalidad solo son compatibles con una consecuente "innatalidad". El cuadro es drástico: si las viejas conciencias sobreviven, ninguna nueva conciencia debe nacer. Pero si la solución es no nacer, algo empieza a andar mal en el paraíso. 

Si las conciencias no mueren, la población nunca se renueva y la situación se satura lentamente dentro de las CiTEs. Al principio todo está bien, los individuos interactúan entre sí, son felices y se aman. Pero un solo mundo con una sola población tarde o temprano acaba transformándose en una limitación para el amor y la felicidad. Donde ya no queda nada por hacer, la necesidad de actuar en favor de la felicidad y el bienestar general no necesita transformarse en ningún acto concreto, de modo que el impulso de amor no tiene como saciarse. En las nubes, los ángeles tocan el arpa y las criaturas vivientes cantan hosannas por siempre jamás, mientras los individuos amadores, potencialmente inmortales, se suicidan en masa presos de una abulia infinita.

Más allá del sarcasmo, si la población no se renueva, la única forma de mantener el estado de felicidad dentro de las CiTEs es estallando hacia afuera. Ya hemos explicado que la alternativa de colonizar otros mundos constituye una estrategia intelectual destinada a proteger a la civilización de la extinción. Ahora decimos además que si las conciencias no mueren, los mundos son muy chicos para las CiTEs. Las dos razones nos llevan al mismo sitio. Las civilizaciones debe salir de su mundo, deben explorar el espacio, colonizarlo, vivir en él, hacerlo parte de sus proyectos y sus objetivos. 

Llegadas a cierto punto de maduración, las CiTEs están llamadas a estallar hacia el universo. Un estallido de tecnología y altruismo. 

 

9.   Conclusión

La formación de una CiTE  requiere de cierta cultura altruista. Cuando esa cultura produce una genética adecuada para mantenerla, el altruismo se hace estable y la civilización ya no retrocede hacia estados culturales anteriores. La civilización desarrolla entonces tecnología para vencer todo posible factor de extinción y se torna sumamente longeva.  

Tanto el período crítico como el altruismo necesario para atravesarlo y la extraordinaria longevidad posterior deben ser conocidos por las CiTEs. Se trata de un proceso universal que se opera cada vez que se construye una forma estable de tecnología.

La conjunción entre una cultura altruista y una tecnología muy desarrollada abren una nutrida gama de posibilidades de las cuales destacamos dos: Editar el lenguaje biológico para adecuar su propio mundo o intervenir en otros y extender la conciencia de los individuos mientras se prolongue la existencia de las CiTEs.

Tanto para evitar la extinción por un colapso local como para salir del encierro al que lleva una población que no muere, las CiTEs deben salir al espacio.

No seremos capaces de completar una descripción acabada de las civilizaciones tecnológicas estables hasta que no exploremos de qué modo se relacionarían con el universo. Si las CiTEs son tan longevas, esas relaciones deberían ser muy ricas. Hemos reservado ese tema para las próximas entradas.

Pero antes de eso debemos responder una pregunta simple: ¿Por qué razón no reconocemos ninguna evidencia de otras civilizaciones allí afuera?

__________

[1]https://www.existential-risk.org/concept.html
[2]https://www.bbvaopenmind.com/wp-content/uploads/2018/12/BBVA-OpenMind-Samuel-H-Sternberg-La-revolucion-biologica-de-la-edicion-genetica-con-tecnologia-CRISPR.pdf
[3]https://www.lavanguardia.com/vida/junior-report/20191025/471178739219/nueva-tecnica-edicion-genetica.html
[4]https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/027311779290167V
[5]https://core.ac.uk/download/pdf/235852323.pdf
[6]Crick, F. (1994). La búsqueda científica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI. Madrid: Editorial Debat
[7]Mansour, A., Gonçalves, J., Bloyd, C. et al. (2018) Un modelo in vivo de organoides cerebrales humanos funcionales y vascularizados. Nat Biotechnol 36, 432–441.
[8]Pham, Missy; Pollock, Kari; Rose, Melanie; Cary, Whitney; Stewart, Heather; Zhou, Ping; Nolta, Jan; Waldau, Ben. (2018) Generación de organoides cerebrales vascularizados humanos, NeuroReport: Volumen 29 - Número 7 - p 588-593
[9]https://www.nature.com/articles/d41586-018-04813-x
[10]https://www.infobae.com/america/tecno/2018/03/19/es-posible-hacer-una-copia-digital-del-cerebro-para-lograr-la-inmortalidad/

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6.2 Civilizaciones Inmortales por Cristian J. Caravello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

domingo, 6 de diciembre de 2020

5.3 La coevolución genético - cultural

  (volver al índice)

  1. Introducción
  2. La evolución cultural de Dawkins
  3. Universalidad de la cultura
  4. Soporte físico de los replicadores culturales
  5. ¿Por qué existe la cultura?
  6. El sistema genético-cultural
    Genes que construyen cultura
    Cultura que construye genes
    Sistema genético cultural
  7. Una disgresión importante
  8. Conclusión




1.   Introducción

El altruismo que puede construir la selección genética no alcanza para forjar especies inteligentes capaces de soportar una tecnología de viajes espaciales. La evolución genética puede generar notas altruistas y cooperativas pero hay un problema de fondo que le impide llegar más allá.

Un gen es un trozo de replicador donde puede estar escrita una característica del individuo portador. Se trata de un trozo mínimo porque una característica puede estar formada por muchos genes, pero nunca por medio gen. La selección genética prefiere a los genes que se expresan mediante características que dejan más descendencia. Esto se resume diciendo que los genes son "egoístas". No se trata de una tesis sino de un principio de funcionamiento; los genes son inevitablemente egoístas; existen porque, a largo plazo, han dejado más descendencia que sus alelos.

Si bien los genes priorizan su propia replicación aún en desmedro de la ajena; el individuo que forman esos genes puede presentar comportamientos altruistas hacia ciertos otros individuos. Esto es lo que ocurre en el altruismo de parentesco, individuos que prefieren la supervivencia de sus hijos antes que la propia. El problema es que la selección de genes no alcanza para construir altruismo fraternal, dirigido hacia individuos que no están emparentados con el portador de la característica. Y el altruismo fraternal entre humanos realmente existe.

Pero lo más crítico aquí es que el altruismo de parentesco no es suficiente para que una especie tecnológica pueda atravesar con éxito la inestabilidad típica. Para superar el déficit ecológico, por ejemplo, es necesario que los individuos aseguren la longevidad de la estructura que los contiene, esto es, que desarrollen cierta propensión al bien común; y para ello no alcanza el altruismo de parentesco. Es imperioso encontrar otro mecanismo capaz de formarlo.

En rigor, hay tres niveles de comportamientos altruistas: el altruismo de parentesco, de padres a hijos o entre hermanos; el altruismo fraternal, entre individuos no emparentados y el altruismo universal, dirigido a todo lo que no es uno. La evolución genética solo puede explicar el primero.

Para determinar si una especie puede superar la inestabilidad típica necesitamos saber si es capaz de desarrollar altruismo fraternal o universal, y para eso necesitamos revisar el fenómeno aquí en nuestro mundo, ver como se ha construido y verificar luego si puede generalizarse al resto del universo.


2.   La evolución cultural de Dawkins

Richar Dawkins

En 1976 vio la luz el libro El gen egoísta, de Richard Dawkins [1]. El trabajo de Dawkins contiene dos ideas revolucionarias; por un lado expone de la manera más clara y convincente que en la evolución genética la selección natural se opera entre genes y no entre individuos. La evolución genética siempre prefiere a los genes que se expresan en características que producen individuos que dejan más descendencia. Los genes son egoístas. Pero en el último capítulo del libro original, Dawkins desarrolla la idea que nos interesa a nosotros: una teoría para la evolución de la cultura. Su pensamiento es fundacional, revolucionario e incompleto. Otras habitaciones deben agregarse para completar el edificio, pero es necesario primero que veamos el legado de Dawkins.

Al visitar una aldea comprobamos que todas las casas fueron construidas siguiendo más o menos la misma técnica, que todas las mujeres utilizan polleras de la misma fibra vegetal y fabricadas de la misma forma, que los recipientes para contener líquidos son todos parecidos y que todos hablan el mismo idioma. Es evidente que funciona un mecanismo de copiado diferente a la evolución genética; si una persona cosmopolita fuera criada allí, hablaría el lenguaje de la aldea pese a no tenerlo en sus genes. Para explicar esta magia, solemos recurrir a la cultura: Todos los aldeanos hablan el mismo idioma porque aprendieron la misma cultura, tienen las mismas capacidades que los otros porque las copiaron, imitaron o aprendieron de los otros. La cultura se basa en la capacidad de imitar ideas del entorno social. 

Cuando miramos el fenómeno de imitación funcionando a través del tiempo, comenzamos a ver más allá. El lenguaje, por ejemplo, pasa de generación en generación por un proceso de imitación que copia más o menos las mismas cosas. Sin embargo, no podríamos mantener una conversación con un individuo ubicado veinte generaciones atrás. Los cambios son pocos de una generación a otra, pero se acumulan en el tiempo y se hacen visibles varias generaciones después. El lenguaje evoluciona, y la velocidad de cambio es mucho mayor que la velocidad genética. La imitación copia muchas otras cosas además del lenguaje. Los errores o modificaciones en la imitación se acumulan en el tiempo y fundan un fenómeno evolutivo muy veloz y poderoso. Esta es la evolución cultural. 

Dawkins se dio cuenta de que ciertas cosas diferentes a los genes se estaban replicando de unos individuos a otros y que una selección natural se operaba luego eligiendo a los más capaces de hacer nuevas copias. 

Un replicador cultural es cualquier cosa que se puede imitar de un cerebro a otro. Son replicadores culturales los hábitos de caza, los deportes, las danzas, la música, el lenguaje, las técnicas, los conceptos y las teorías, las modas, la forma de tomar los alimentos, la forma de vestir y caminar, el lenguaje, la religión y cualquier idea o habilidad que se pueda imitar de un individuo a otro.

La explicación de Dawkins es ahora simple. Si una especie tiene la capacidad de imitar, entonces existen replicadores culturales que pueden saltar de un cerebro a otro, "parasitándolos" literalmente. Las versiones imitadas por los nuevos individuos nunca son perfectas. Las imperfecciones hacen que los replicadores resultantes tengan mayor o menor probabilidad de copiarse a su vez parasitando otros cerebros. Los más fecundos tienden a asentarse en el acervo cultural y los menos fecundos tienden a extinguirse. Nadie dirige el proceso, solo la fecundidad de los replicadores.

Por supuesto, un replicador cultural exitoso necesitará individuos que sobrevivan hasta transmitirse, pero si un replicador cultural sobrevive menos y se reproduce más en esa vida breve, a largo plazo, la naturaleza hará la cuenta y priorizará al más fecundo.

Según el biólogo británico, la evolución cultural está hecha de replicadores culturales que saltan de cerebro en cerebro haciendo copias imperfectas. Los individuos que detentan esos cerebros son simples portadores de replicadores culturales. La cultura es una acumulación de diferencias en imitaciones sucesivas; y explicar un fenómeno cultural es explicar la causa de esas acumulaciones.

Dawkins buscó además un concepto análogo a la idea de "gen" dentro de la evolución cultural. Si la cultura está hecha de replicadores culturales, tiene que existir un replicador mínimo a partir del cual se puedan hacer copias; toda idea menor sería demasiado breve para transmitirse. Del mismo modo como un gen es una unidad mínima de selección de una característica genética, debe existir un replicador mínimo a partir del cual se transmita un elemento del pensamiento. Dawkins llamó meme a este replicador cultural mínimo, por ser un nombre similar a "gen". Según esto, la evolución cultural no es otra cosa que la selección natural actuando sobre memes individuales e indivisibles. Algunos llaman memes a todos los replicadores culturales y otros descreen de la idea de una unidad de cultura. Por lo demás, la palabra "meme" se utiliza en la actualidad con un significado diferente, designando a una idea breve, generalmente graciosa que se viraliza por internet.


3.   Universalidad de la cultura

Dawkins introdujo dos verdades molestas: 

  1. En la evolución genética, la selección se opera sobre genes y no sobre individuos.
  2. En la evolución cultural, la selección se opera sobre replicadores culturales y no sobre individuos

Las verdades son molestas porque atentan contra nuestro orgullo individual. Tanto la evolución genética como la cultural seguirán existiendo independientemente de nosotros. Pero la segunda afirmación es más molesta que la primera. Tendemos a pensar que si otro tiene una idea y uno la copia, el protagonista de la imitación es uno y no la idea copiada ¿Por qué decir que las ideas protagonizan el proceso y no las personas?. Tal vez hiera nuestro orgullo pero afirmar que los individuos tienen la capacidad de imitar ideas de otros individuos es exactamente lo mismo que decir que las ideas tienen la capacidad de transmitirse de un individuo a otro. Las dos proposiciones describen el mismo hecho, solo cambia el sujeto de la oración.

Con más formalidad aún, un individuo $X$ imita una idea $K$ de un individuo $Y$ sí y solo sí una idea $K$ se transmite del individuo $X$ al individuo $Y$

Ambas oraciones son equivalentes, y si la primera es cierta, la segunda también lo es; las ideas realmente se replican y construyen copias en los cerebros de los individuos con cultura. Las dos afirmaciones describen lo mismo pero la segunda puede resultar más cómoda que la primera.  Si deseamos ver como evolucionan las ideas que se imitan de generación en generación, es mejor que la idea sea el sujeto de la oración; de este modo independizamos el proceso de los sujetos involucrados y podemos verlo actuar a largo plazo sobre la idea.

Pero si la evolución de las ideas es independiente de la evolución de sus portadores, entonces también lo son algunos  productos de la evolución cultural. La agricultura, la rueda, las vasijas y los dioses, se darán en cualquier especie que pueda imitar ideas adquiridas, en cualquier lugar del universo que sea capaz de producirlas, porque el mecanismo que fabrica estas cosas es siempre el mismo.


4.   Soporte físico de los replicadores culturales

Si los replicadores culturales son ideas que saltan de un cerebro a otro, es necesario decir cómo imaginamos su soporte físico.

Un elemento del pensamiento es cualquier esquema de conexionados entre neuronas y su funcionalidad concreta es almacenar información o tratarla produciendo un resultado condicionado a la entrada de datos. Debemos pensarlo como un archivo grabado en la red neuronal del individuo, un archivo de datos o un programa. Si su naturaleza está enteramente definida por los replicadores moleculares, decimos que el patrón es congénito, que el individuo lo ha heredado de sus padres y se lo transmitirá a sus hijos. Si el individuo adquirió la habilidad o información ya sea porque la aprendió por experiencia propia (aprendizaje individual) o porque la imitó de otros individuos (aprendizaje social), decimos que se trata de un patrón adquirido. La capacidad de adquirir patrones de pensamiento solo es posible si el individuo cuenta con neuronas libres para conectar durante su vida.

La cultura es la capacidad de un individuo de imitar a otro, esto es, de escribir en su propia red neuronal una copia de las conexiones existentes en otro individuo [2]. Como la cultura se escribe conectando neuronas, es necesario que existan neuronas libres para conectar. Si el patrón de conexiones imitado se traduce en información, entonces el replicador cultural está hecho de información (una idea, una teoría, un concepto, una ubicación); si el patrón de conexiones imitado se traduce como una habilidad, entonces el replicador cultural es una habilidad (una técnica, una forma de cazar, o de caminar o de bailar). En general, los patrones copiados son una mezcla difusa de ambas características.

Un replicador cultural es, entonces, un esquema de conexionados neuronales que se transmite de un individuo a otro por imitación o aprendizaje.

Naturalmente, hay muchas cosas que ignoramos sobre el soporte físico de la cultura. Si un individuo imita de otro una técnica de caza, no es cierto que luego de la imitación ambos tengan una copia idéntica del conexionado neuronal. No habría como definir esa identidad. Solo podemos decir que se ha operado una imitación del primero al segundo cuando el patrón imitado es el mismo, cuando los dos individuos cazan más o menos igual; pero no sabemos como se escribe exactamente el replicador en cada cerebro. Tal vez podría experimentarse con inteligencia artificial y ver de que modo distintas redes neuronales aprenden la misma cosa.

Las conexiones neuronales copiadas de una red a otra presentan patrones parecidos pero no iguales. La evolución cultural ocurre cuando las diferencias entre patrones se traducen en diferencias en la capacidad de generar una transmisión. El soporte físico de los replicadores que más se imitan no es otro que los conexionados neuronales que más se transmiten.

Además de grabar replicadores culturales es necesario que los individuos sepan imitarlos y esta habilidad también requiere un soporte físico . Nosotros ignoramos aquí qué mirar en un cerebro para saber si el individuo que lo porta puede imitar o no, pero estamos seguros de que se trata de una capacidad congénita y que se asienta en las redes neuronales.

Pero decir que la cultura se soporta en las conexiones entre neuronas implica decir que es atómica, discreta y, por supuesto, finita. Implica pensar a la cultura como la formación de un pixelado más allá del cual no se puede ir. Dos neuronas pueden estar conectadas o desconectadas, su sinapsis puede estar activa o inactiva. No hay tercera opción.

Creemos que la cultura solo es aparentemente continua. Cuando la observamos en detalle,  aparece un conjunto de encendidos y apagados. No podríamos explicar un soporte físico para una cultura continua utilizando una arquitectura discreta, como la conexión entre neuronas, a menos que el cerebro tenga un comportamiento cuántico.

 

5.   ¿Por qué existe la cultura?

La cultura solo puede existir por una razón: a igualdad de los demás factores, la habilidad de imitar del entorno social deja más descendencia que su ausencia.

Si bien solemos reconocer a la cultura como uno de los rasgos humanos distintivos, es importante observar que otras especies también tienen esta habilidad. Algunos pájaros, por ejemplo, imitan su canto de otros pájaros. No existe transmisión genética por lo que tenemos una genuina imitación. Existen varios cánticos distintos y las aves eligen cual imitar. A veces son capaces de reproducir más de un cántico y otras veces cometen un error y crean uno nuevo, que se integrará al acervo existente generando un proceso evolutivo [1]. Los monos vervet, una especie distribuida en el África subsahariana, pueden cambiar de grupo y adaptarse a sus nuevos compañeros adoptando sus normas y costumbres, aunque éstas no signifiquen mucho para ellos [3]. Las ballenas jorobadas pueden aprender de otras ballenas distintas técnicas de caza  para adaptarse a los cambios en la alimentación [4]. Los chimpancés tienen múltiples comportamientos culturales [5] y es reconocido que los mismos integran ya una tradición, un acervo que distingue unos grupos de otros.

La cultura es un fenómeno común, presente en muchas especies y ha evolucionado varias veces por caminos independientes, como es el caso de las aves y los cetáceos. Es entonces razonable que nos preguntemos por qué ha evolucionado.

En analogía con el ejemplo de las ballenas jorobadas, supongamos que aparece un nueva presa que podría alimentar a los cetáceos. Al principio, nuestros mamíferos acuáticos no saben como cazar al nuevo pez, pero un poco después, uno de ellos desarrolla una adecuada técnica de caza. La gesta es lenta y costosa y es posible que pasen varias generaciones hasta que, finalmente, uno de ellos aprenda. Pero si la nueva técnica de caza no se transmitiera de algún modo al resto de las ballenas, nadie podría acceder a la nueva presa. Tal vez habría que esperar hasta que otro cetáceo desarrollara una variante de la idea varias generaciones después. La cultura, permite que la idea se transmita a los demás y que todos puedan cazar al nuevo pez. Si surgiera entre las características genéticas de las ballenas una variante más cultural, ésta dejaría más descendencia porque sus portadores comerían mejor. Es más económico aprender del individuo ingenioso que tener la idea cada vez. A igualdad de los demás factores, la cultura existe porque es más económica.

Veamos una variante del ejemplo anterior. De pronto el clima cambia, casi todas las presas desaparecen y solo queda el nuevo pez. Entonces, saber cazarlo se transforma en una cuestión de supervivencia. Aprender la nueva técnica de caza es ahora vital para dejar descendencia. La presión por la habilidad cultural es ahora mayor. La nueva técnica de caza se obtiene más rápidamente por transmisión cultural que por pensamiento reflexivo. El aprendizaje social es más veloz que el aprendizaje individual. La cultura permite que los individuos se adapten a los cambios más rápidamente.

Veamos un tercer ejemplo. Una especie se debe enfrentar a un nuevo predador. Para esto, el aprendizaje individual, por prueba y error es sumamente peligroso; el individuo podría morir mientras aprende y eso significa no dejar descendencia. El aprendizaje social es más ventajoso. Basta con que uno corra el riesgo de aprender por prueba y error para que otros lo imiten sin correr riesgos.

En resumen, los genes desarrollan la capacidad de imitar del entorno por tres razones:  

  • porque es más económico aprender la idea de los otros que desarrollarla uno mismo
  • porque cuando los cambios del entorno son veloces, la transmisión cultural permite adaptarse y la transmisión genética no 
  • porque es menos riesgoso el aprendizaje social que el individual

Es importante observar que la cultura es una capacidad genética, construida por los genes porque es beneficiosa para los genes. Lo que determina que una especie sea cultural es su carga genética. Tener o no tener cultura es una característica genética. Esto lo decimos con énfasis porque puede llevar a confusión. Pensemos en nuestra especie. Un suicida existe porque aprendió culturalmente que el suicidio podía ser una solución, sin embargo, si el sujeto se suicida antes de reproducirse, sus genes no se transmitirán a ninguna descendencia. ¿Por qué existe entonces la cultura suicida? Sucede que los genes no pueden decidirlo; solo transmiten la habilidad cultural; no determinan si el individuo utilizará su capacidad para aprender a suicidarse o a copular con cien personas del sexo opuesto. Si la cultura existe es porque su resultado estadístico ha sido beneficioso para los genes;  aunque algunos usos de la cultura sean perniciosos.

Pensar que la cultura es un fenómeno raro que ha ocurrido en la Tierra y que es muy poco probable que suceda en otros mundos, no se condice con la evidencia que tenemos. Solo en nuestro mundo, la capacidad de transmitir información de unos individuos a otros ha evolucionado independientemente en aves y mamíferos. Además, las ventajas que hemos expuesto parcialmente recién son universales y no dependen del mundo elegido. Por eso es más adecuado pensar a la cultura como un fenómeno universal, capaz de ocurrir en cualquier sistema biológico que posea cerebros con neuronas libres para conectar.


6.   El sistema genético - cultural

Genes que construyen cultura 

La capacidad de imitar o aprender del entorno social es enteramente genética, pero la cultura es un ancho océano. Los genes pueden desarrollar la habilidad de imitar mejor o peor, de aprender cualquier cosa o cierto tipo de habilidades. En tren de imaginar, la especificidad con que los genes pueden construir soportes culturales podría ser cualquiera. Se han dado incluso discusiones sobre el carácter congénito o cultural de la idea de "dios" [6]. 

Tampoco existe una división tajante entre el aprendizaje individual y el aprendizaje social. Un chimpancé aprenderá por prueba y error a construir una varilla para pescar termitas en un hormiguero. Probará con varillas más largas o más cortas, más duras o más flexibles; a veces le cortará las puntas y le arrancará las ramitas laterales, probará introduciéndola de diferentes maneras y moviéndola de distintas formas. Todo esto lo aprenderá por experiencia propia. El aprendizaje es individual. Sin embargo, si no hubiera otros chimpancés haciendo lo mismo por allí, jamás se le ocurriría la idea. La transmisión cultural existe aunque haya mucho aprendizaje individual en el proceso de copiado.

En general los genes no pueden inducir elementos culturales muy específicos. Lo que pueden construir es solo la propensión para imitar unos u otros replicadores. Podríamos decir que la genética es capaz de edificar estructuras que finalmente configuran la capacidad del individuo de imitar unas u otras ideas. Algunos serán más propensos a imitar técnicas de construcción de herramientas; otros tenderán a imitar patrones de comunicación con otros individuos; otros tendrán la capacidad de adquirir ideas más abstractas e incluso existirán ideas que pueden ser imitadas por todos los individuos sin excepción. Pero entonces, lo que los genes pueden construir es el medio ambiente en el que los replicadores culturales se han de mover; un medio ambiente que sancionará a unos haciéndolos menos transmisibles y premiará a otros haciéndolos más transmisibles.

La acción de los genes sobre la cultura es muy parecida a la acción del entorno sobre los genes. La expresión de algunos genes conforma parte del medio ambiente donde se replican los elementos culturales, y del mismo modo como el entorno modela las especies, estas características genéticas asociadas a la capacidad de producción e imitación de replicadores culturales modelan parcialmente a la cultura.

En resumen:

Algunos productos de la evolución genética (algunos genes) constituyen un factor de presión selectiva sobre algunos productos de la evolución cultural (algunos replicadores culturales).

 

Cultura que construye genes

Recíprocamente, los replicadores culturales también pueden inducir construcciones genéticas. 

El ejemplo por excelencia es la evolución de la tolerancia a la lactosa [7] [8]. Los infantes humanos (y todos los mamíferos) sintetizan una proteína llamada lactasa, que les permite digerir la lactosa de la leche materna. A los cuatro años aproximadamente, el cuerpo deja de producir lactasa y la leche deja de digerirse. Si el individuo ingiere leche en esas condiciones, se producen distintos malestares (gases, diarrea, hinchazón, nauseas) conocidos como intolerancia a la lactosa. Por esta razón se produce el destete más o menos a esa edad. 

Hace miles de años los seres humanos desarrollaron una cultura ganadera en ciertas zonas del norte de Europa. Criar animales para comer su carne era más cómodo y seguro que cazarlos, pero además, la leche que producían liberaba a las madres antes de tiempo proporcionando alimento a los infantes. Este cambio produjo un proceso evolutivo crucial:  aquellos individuos mutantes que prolongaban en el tiempo la síntesis de la lactasa y con esto su inmunidad a la lactosa se hicieron de una nueva y provechosa fuente de alimentos. Cuando algún factor hizo escasear todo lo demás, esta inmunidad constituyó una verdadera ventaja selectiva. Los individuos inmunes dejaban más descendencia que los intolerantes porque tenían una importante fuente de alimentos extra. Todavía existen evidencias de esta poda selectiva en la distribución geográfica de la tolerancia a la leche. 

La lechería es un factor netamente cultural, una costumbre que pasa de una generación a la siguiente por aprendizaje social sin que los genes se enteren. Sin embargo ese hábito acabó modificando el reloj biológico que dirige la producción de lactasa para que los individuos pudieran seguir digiriendo leche más allá de los cuatro años de edad. Una presión cultural que acaba modificando un aspecto genético.

Más adelante veremos que la presión cultural sobre el medio ambiente genético puede construir cosas más robustas que la tolerancia a la lactosa, como la selección de grupos, el lenguaje hablado, o una lenta propensión a nuestro anhelado altruismo fraternal.

Digamos como resumen que algunos productos de la evolución cultural (algunos replicadores culturales) constituyen un factor de presión selectiva sobre algunos productos de la evolución genética (algunos genes)


El sistema genético cultural

Si los efectos culturales pueden inducir la construcción de ciertos elementos genéticos y, a la inversa, ciertos genes inducen la construcción de replicadores culturales, entonces la relación existente entre los genes y la cultura es la interrelación, en un sentido literal. Los sistemas genético y cultural se influyen mutuamente porque cada uno participa parcialmente en la configuración del medio ambiente que presiona sobre la selección de los objetos del otro sistema.

Esta simetría entre genes y cultura es solo aparente. Para que se origine un sistema cultural siempre es necesario que exista un sistema genético actuando. La inversa no ocurre casi nunca. La evolución genética funciona mucho antes de construir cultura. Cuando se da el caso "raro" y la cultura presiona para edificar estructuras genéticas, decimos que existe coevolución genético-cultural. No debe confundirse la coevolución con la relación sistémica entre genes y cultura, donde cada sistema en evolución presiona sobre el medio ambiente del otro construyendo cosas. La coevolución genético-cultural solo refiere una pata de esta interrelación: la cultura presiona construyendo estructuras genéticas. 

La idea de la coevolución genético-cultural,  o teoría de la herencia dual (THD) se desarrolló de manera progresiva por investigadores como Charles Lumsden, Edward Wilson o Luigi Luca Cavalli-Sforza cuando comenzó a quedar claro que la cultura ejercía una presión sobre la evolución genética. En 1985  Richerson y Boyd [9] presentaron una versión actualizada de la teoría y continuaron trabajando largamente en la evolución cultural humana y en su relación con la evolución genética proponiendo muchas ideas nuevas en el campo.

Los sistemas evolutivos genético y cultural tienen similitudes que ya se hacen evidentes en el lenguaje que utilizamos. Tanto la evolución genética como la cultural son dos sistemas en evolución. Tanto los genes como los replicadores culturales son dos tipos de objetos en evolución. Un gen en particular (como el que se expresa sintetizando lactasa) es un objeto en evolución como también lo es un replicador cultural específico (como el hábito de consumir leche de vaca). Pero un gen no es lo mismo que una de sus copias, y lo mismo vale para un replicador cultural. Las copias pueden nacer o morir, pero un gen nace cuando aparece la primera copia en el sistema evolutivo genético y desaparece cuando muere la última. Lo mismo vale para los replicadores culturales, aunque no sea tan simple mostrar ejemplos. El acervo de genes de una especie es el conjunto de todos lo genes de la especie. El acervo cultural de una sociedad es el conjunto de todos los replicadores culturales de esa sociedad. 

Las copias de los objetos en evolución, copias de genes o de replicadores culturales, viven más o menos aisladas dentro de sistemas integrados junto a otros objetos en evolución del mismo tipo (otros genes y otros replicadores culturales). Esos sistemas integrados son los individuos portadores del objeto en evolución. Usted es un individuo portador de genes y replicadores culturales. Cuando usted ya no esté, copias de sus genes estarán en otros cuerpos y copias de sus ideas estarán en otras cabezas.

Entre los sistemas genético y cultural hay diferencias importantes. El medio físico en el que está escrito un gen es la molécula (ADN, en la Tierra) y el medio físico donde se asienta un replicador cultural es el conexionado neuronal. En un individuo portador de genes y cultura pueden existir a lo sumo dos copias de cada característica genética (dos genes alelos) y muchas versiones de la misma característica cultural  (por ejemplo, muchas técnicas alternativas para cazar a la misma presa)

Una diferencia importante entre los genes y la cultura es la velocidad evolutiva. Los genes son muy lentos porque transmiten la información de generación en generación y dependen de la efectividad de mutaciones aleatorias. La evolución cultural es muy veloz porque  se copia de un cerebro a otro y los replicadores pueden mutar durante la vida de un individuo, como generalmente ocurre con las modas. Cuando se opera la coevolución y la cultura presiona para construir estructuras genéticas, la velocidad evolutiva es la genética y no la cultural.

En la siguiente tabla se muestran las cuatro posibilidades según los genes o los replicadores culturales presionen para construir  nuevos genes o nueva cultura.

Alternativas

Tipo de evolución

Velocidad

Tipo de estructura obtenida

Genes que construyen características congénitas no culturales

Genética

Lenta

Estable

Genes que construyen cultura

Genética

Lenta

Estable

Cultura que construye características congénitas

Coevolución genético-cultural

Lenta

Estable

Cultura que construye cultura

Evolución cultural

Rápida

Variada


La primer línea de la tabla describe a la simple evolución genética. Los objetos se construyen lentamente porque deben esperar mutaciones aleatorias que proporcionen la variabilidad sobre la  que luego actúa la selección. Los elementos construidos son estables porque su eventual remoción o modificación sigue el mismo mecanismo.

En la segunda línea la evolución genética construye la capacidad de imitar o aprender de los otros. Se trata de un caso particular de la línea anterior, pero ahora los genes construyen un nuevo sistema evolutivo: la cultura.

La tercer línea de la tabla nos muestra coevolución genético-cultural. Cuando la cultura presiona sobre el medio ambiente de los genes de manera suficientemente prolongada  (muchas generaciones), puede construir estructuras genéticas que se transmiten por herencia. Si bien la presión es cultural, funciona la evolución genética,  por lo tanto el proceso es lento y los objetos son estables.  

Por último, la cultura puede evolucionar por su propia cuenta, como lo ha reseñado Dawkins, cuando los nuevos replicadores tienen mayores o menores probabilidades de transmitirse grabándose en nuevos cerebros y generando nuevos elementos del acervo cultural o extinguiéndose si no logran transmitirse. La cultura es compleja y abigarrada; algunos replicadores se unen para formar otros o se modifican o funcionan como estímulo generando cosas estables como los hábitos sociales y cosas fugaces como las modas o las melodías pegadizas. La cultura evoluciona rápidamente y la longevidad de los objetos que construyen es muy variada. Sin embargo para fundar un proceso de coevolución genético-cultural, el objeto cultural que presiona debe ser perdurable, como la ganadería en nuestro ejemplo.


7.   Una digresión importante

¿Qué ocurriría si la coevolución genético-cultural fuera inducida por una inteligencia exterior a la sociedad intervenida?

Imaginemos que usted decide, por ejemplo, modificar la genética de un pueblo primitivo introduciendo replicadores culturales para que ese pueblo desarrolle ciertas características genéticas perdurables (por ejemplo, una propensión al altruismo fraternal) siguiendo un objetivo que usted se ha planteado de antemano (por ejemplo, que ese pueblo pueda atravesar una inestabilidad típica). Usted debería ser una estructura inteligente muy longeva para poder presionar durante miles de años intentando que una selección natural introduzca esa presión cultural en la genética de la especie.

Cambiamos ahora el foco del ejemplo. Si alguna presión cultural inteligente estuviera funcionando sobre la humanidad en este momento, promoviendo una genética altruista en nuestra especie que nos permitiera atravesar con éxito la inestabilidad típica y perdurar, encontraríamos una inyección de replicadores culturales antiguos, capaz de operar durante generaciones para inducir o acelerar una construcción genética pro altruista en los humanos.

Pensar que una coevolución genético-cultural es practicada ex profeso sobre la humanidad por una intervención inteligente no se diferencia mucho de creer que la química terrestre fue preparada deliberadamente para albergar vida, o que las moléculas replicativas fueron sembradas adrede, o que la genética fue alterada inteligentemente con algún objetivo. El problema de todo esto es que no hay evidencias. Si la Tierra hubiese sido intervenida en esas fases, no habría evidencias de la intervención. No es un problema menor; es un gran problema, porque sin evidencias no hay ciencia posible.

Pero creemos, en cambio, que hay muchas evidencias que prueban que una coevolución genético-cultural fue inducida premeditadamente en la Tierra;  que la humanidad fue culturalmente intervenida; que se ha operado en el pasado reciente una inyección de replicadores culturales  con el objeto de generar coevolución genético-cultural durante varias generaciones para acelerar la construcción de una genética altruista. Las evidencias que encontramos están presentes en algunos relatos antiguos. Los relatos bíblicos, por ejemplo, cuentan que una entidad inteligente no humana creó un pueblo, le inyectó  una cultura social, jurídica, económica y religiosa y le informó sobre la inminencia de un fenómeno muy parecido a una inestabilidad típica en la Tierra y la llegada de un individuo con un mensaje especial. El Nuevo Testamento relata que ese individuo efectivamente nació y que insistió sobre un futuro muy parecido a una inestabilidad típica; que habló de la relación entre el altruismo humano y la perpetuidad de la civilización y sobre una gigantesca poda selectiva en el futuro. Un individuo que llamó "Revelación" a su revelación y que dijo representar a una estructura inteligente fuera de la Tierra, a un "reino" en el cielo, que ya había previsto todo esto desde hacía mucho tiempo. 

El cristianismo fue un fenómeno cultural que presionó sobre muchos cerebros durante muchas  generaciones, tal como ocurre durante la coevolución genético-cultural; pero no podemos afirmar que como resultado de esa presión se hayan construido elementos genéticos específicos. Digamos a nuestro favor que tampoco existe una búsqueda concreta de esas estructuras. 

Esta es una digresión importante porque adelanta lo más arriesgado que diremos y nos dice, además,  por qué lo diremos. Pero en realidad nuestra postura es un tanto diferente. Si la inteligencia está implantada como pensamos, entonces habría dejado evidencias en la Tierra. Si no existieran esas evidencias, entonces algo debe estar mal en nuestra descripción. Sabemos que la tesis de una coevolución genético-cultural inteligente sobre la humanidad es muy polémica; pero para nosotros es solo un elemento de validación de una teoría mayor sobre la estructuración de la inteligencia, la cultura y la tecnología en el cosmos.

Incluimos esta digresión aquí porque acabamos de definir la coevolución genético-cultural. Sabemos que el fenómeno natural existe y que los replicadores culturales inducen construcciones genéticas si los dejamos actuar el tiempo suficiente. Nos falta mostrar que ese mecanismo natural ha sido manipulado inteligentemente y que, al menos en un caso, se ha dado aquí en la Tierra. 

Del mismo modo como no es correcto afirmar los hechos sin evidencias, es incorrecto dejar evidencias sin explicar. Pero probar que nuestra hipótesis es mejor que la casualidad, la imaginación o la ciencia ficción colectiva, nos exige mostrar aún muchas evidencias. La digresión es importante porque permite saber hacia donde vamos, pero siquiera hemos probado todavía que las civilizaciones tecnológicas pueden perdurar.

 

8.   Conclusión

No existe cultura suficiente para que los resultados de la coevolución genético-cultural se vieran claramente en otros géneros biológicos, pero la cultura presionando sobre la selección genética ha construido muchas cosas importantes dentro del género humano y en particular, en nuestra especie, el homo sapiens, donde la cultura ha estallado.

En la siguiente entrada veremos en detalle tres construcciones: la selección de grupos, el lenguaje hablado y el altruismo fraternal.

En particular, la coevolución genético-cultural es el mecanismo que ha edificado el altruismo fraternal por el que nos preguntábamos al principio de la entrada;  lo ha hecho siguiendo procesos generales que pueden darse aquí en la Tierra, con nuestra especie, o en otros sitios del cosmos con otras especies culturales.

Si el universo puede construir en ciertas especies el altruismo necesario para  atravesar la inestabilidad típica y perdurar, entonces las civilizaciones tecnológicas estables son posibles. La próxima entrada cierra este tema.




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[1] Dawkins, R. (1976) The Selfish Gene. Oxford University Press
[2] Delius, J. (1991) The nature of culture. Chapman & Hall
[3] van de Waal, E; Borgeaud, C; Whiten, A. (2013) Potent Social Learning and Conformity Shape a Wild Primate’s Foraging Decisions. Science, Vol. 340
[4] Allen, J; Weinrich, M; Hoppitt, W; Rendell, L.  (2013) Network-Based Diffusion Analysis Reveals Cultural Transmission of Lobtail Feeding in Humpback Whales. Science, Vol. 340
[5] Vaidyanathan, G. (2011) Apes in Africa: The cultured chimpanzees. Nature Vol. 476 
[6] Hamer, Dean H. (2004) The God Gene: How Faith is Hardwired into our Genes.  Doubleday
[7] https://www.investigacionyciencia.es/blogs/medicina-y-biologia/27/posts/otra-prueba-ms-de-la-seleccin-natural-la-intolerancia-a-la-lactosa-16702
[8] https://journals.plos.org/ploscompbiol/article?id=10.1371/journal.pcbi.1000491
[9] Boyd, Robert; Richerson, Peter (1985) Culture and the Evolutionary Process. The University of Chicago Press.
 
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5.3 La coevolución genético-cultural por Cristian J. Caravello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.