(volver al índice)
- El problema de la autodestrucción
- Estabilidad del amor fraternal
- Estabilidad cultural de una CiTE
- El estado de felicidad
- El altruismo universal
- Conocimiento de un altruismo universal
- Tecnologías para una cultura altruista
El autodiseño biológico
La religión
Una tecnología para evitar la muerte - Otra vez, salir al espacio
- Conclusión
1. El problema de la autodestrucción
Hasta ahora hemos dicho que si una civilización no se destruye a sí misma, prácticamente nada será capaz de matarla, que desarrollará tecnología para resolver toda posible causa de extinción; que las formas estables de tecnología están llamadas a ser inconcebiblemente longevas. ¿Pero estamos seguros de que la condición no autodestructiva será igualmente estable? Si una civilización no se autodestruyó durante la inestabilidad típica ¿podemos asegurar que ya nunca más lo hará? ¿Puede una civilización tecnológica estable perdurar durante miles de millones de años? Su tecnología lo permite, pero ¿pueden permitirlo su cultura y su comportamiento? (En lo que sigue, llamaremos CiTE a una civilización tecnológica estable)
Nuestras mayores probabilidades de extinción se deben al uso que le demos a la tecnología [1]. Las probabilidades de que nos extinga un meteorito o una mega erupción son muy bajas comparadas con la posibilidad de que lo haga una extinción masiva antropogénica, una conflagración nuclear o el mal uso de alguna tecnología de vanguardia. Es necesario revisar si las condiciones que construyen una tecnología portentosa se mantienen en el tiempo.
Para que una CiTE llegue a existir es necesario que su especie cuente con cierto grado de altruismo. Pero ese altruismo puede ser estable o no serlo. Nada impide que la humanidad se torne estable y permanezca así durante mil años para luego extinguirse porque dos grandes naciones entraron en guerra; ni que seamos suficientemente altruistas para hacernos estables y luego perdamos ese altruismo y volvamos a generar, por ejemplo, un déficit ecológico capaz de extinguir a la civilización. La pregunta resultante es simple ¿Puede perderse el altruismo necesario una vez superada la inestabilidad típica?
2. Estabilidad del amor fraternal
La naturaleza crea por defecto individuos egoístas, organismos que priorizan el propio bienestar. Esto es así porque el comportamiento individual es un reflejo del comportamiento genético y los genes que abundan son los que contribuyen a su propia reproducción. El origen de los comportamientos altruistas, en cambio, debe ser explicado.
Un comportamiento es altruista cuando beneficia a otro u otros individuos. Cuando el comportamiento individual solo prioriza el bienestar de sujetos emparentados, hablamos de altruismo de parentesco; en el resto de los casos hablamos de altruismo fraternal. El altruismo de parentesco puede explicarse como producto de la pura evolución genética pero el altruismo fraternal requiere también de la cultura. El altruismo necesario para atravesar la inestabilidad típica es, justamente, altruismo fraternal.
Dentro del altruismo fraternal establecimos una diferencia importante entre el altruismo originado por una presión cultural y el que se genera obedeciendo a una estructura genética. En ambos casos, el comportamiento es altruista pero llamamos amor fraternal al altruismo de base genética. Vimos el ejemplo de una ciudad limpia y una ciudad sucia. Si la limpieza no está escrita en los genes, los individuos se tornan limpios o sucios según la ciudad en la que nazcan; simplemente copian la cultura existente allí. Pero si la limpieza fuera genética, un individuo limpio seguiría siendo limpio aunque estuviera en una ciudad sucia; su grado de limpieza o suciedad ya no dependería de la cultura existente a su alrededor.
Lo mismo ocurre con el altruismo entre individuos no emparentados. Si el altruismo no estuviera en los genes, los individuos serían tan altruistas o egoístas como lo fuera la cultura de su entorno, pero si el altruismo fuera genético, los individuos solo podrían ser altruistas, porque ese grado de amor fraternal sería para ellos una característica innata, como el color de los ojos o de la piel.
Lo interesante es que la estabilidad del fenómeno cambia en cada caso. Si la cultura fuera altruista pero no hubiera una base genética para ese altruismo, un cambio en la cultura podría cambiar el comportamiento en las generaciones siguientes y hacerlos menos altruistas o decididamente egoístas. Si esto fuera así, una civilización podría ser suficientemente altruista para atravesar la inestabilidad típica y volverse más egoísta luego, haciéndola peligrar. Una CiTE podría nacer al cultivar suficiente altruismo fraternal y extinguirse luego, al abandonar la cultura altruista en que se sustentaba. Su carácter autodestructivo se haría presente nuevamente aunque su desarrollo tecnológico le permitiera resolver cualquier causa natural de extinción.
Si los individuos tuvieran, en cambio, la genética altruista necesaria para atravesar la inestabilidad típica en un momento dado, no perderían esa genética si una cultura contraria se impusiera de pronto. Esto nos lleva a una conclusión simple: durante la inestabilidad típica, el amor fraternal es más estable que una presión cultural hacia el altruismo fraternal entre individuos no condicionados genéticamente a ello.
El único modo de construir amor fraternal es la coevolución genético-cultural generada por la presión de una cultura altruista funcionando suficiente tiempo para que la selección natural atrape las mutaciones a su favor. Todo esto suponiendo que una cultura altruista puede llegar a existir, que en algún momento los comportamientos altruistas serán culturalmente bendecidos. Ya hemos visto que esto no es tan sencillo. Lo que nos interesa ahora es observar que el amor fraternal no solo es más estable que la cultura altruista no genética sino que es una consecuencia de ella. Solo una presión cultural altruista construye amor fraternal; pero una vez construido, el amor es más estable que la presión cultural que lo construyó.
3. Estabilidad cultural de una CiTE
El amor fraternal es un impulso por priorizar el bienestar ajeno que se puede dar en mayor o menor medida o con diferentes matices según la genética que lo soporte. No debemos verlo como el resultado de un simple gen que se prende y se apaga sino como el funcionamiento emergente de un complejo conjunto de genes que controlan diferentes funciones del comportamiento; no es consecuencia de un proceso discreto sino de una acumulación lenta y continua de capacidades.
La dependencia entre el grado de altruismo y la capacidad de atravesar la inestabilidad tampoco está determinada. La emergencia de una CiTE depende de una masa crítica de sujetos en cierto grado altruistas; pero ni esa masa crítica ni ese grado pueden determinarse con precisión. Sabemos que el altruismo necesario es mayor que un mínimo, pero no sabemos cual es su grado exactamente.
Hasta ahora solo podemos decir con precisión que
- la formación de una CiTE requiere de cierta cultura altruista
- una cultura altruista no congénita puede construir amor fraternal
- el amor fraternal es más estable que la cultura altruista no congénita
Pero la relación entre la cultura altruista y el amor fraternal especificada en 2, es recíproca: Del mismo modo como una cultura altruista acaba generando amor fraternal una especie tecnológica capaz de amar en cierto grado genera una cultura altruista. Esto hace que el amor fraternal y la cultura altruista entren en una relación sistémica y cada elemento cause el incremento del otro. Más cultura altruista implica más genética para el altruismo y más genética altruista produce más cultura altruista. Esta interrelación estabiliza notablemente la cultura resultante y torna muy improbable una contracultura que regrese a la inestabilidad. Si el altruismo mínimo necesario para atravesar la inestabilidad típica por primera vez permite construir una genética para el amor fraternal, los individuos dotados de esa genética sostendrán la cultura altruista y no habrá una segunda vez.
Por otra parte, si una civilización atraviesa el período inestable al menos una vez, la selección natural podría ser en parte reemplazada por el autodiseño, donde las personas editan su ADN para inocular una genética deseada. En este caso, desear una genética para el amor fraternal podría constituir un nuevo factor de estabilidad. Enseguida veremos este y otros factores que también contribuyen a la estabilidad del altruismo dentro de una CiTE.
Respondiendo a la pregunta inicial, si una especie es suficientemente altruista para que su civilización atraviese la inestabilidad típica y conforme una CiTE, la cultura altruista resultante será sumamente estable. La probabilidad de que la civilización se retrotraiga luego y construya una cultura egoísta que vuelva a priorizar el beneficio individual es prácticamente nula.
En la entrada anterior hemos visto que una vez que las CiTEs superan el riesgo de autodestruirse, pueden desarrollar tecnologías capaces de superar cualquier factor local de extinción. Ahora mostramos que si las CiTEs superan el riesgo autodestructivo, la probabilidad de que vuelva a configurarse es prácticamente nula Este resultado es muy significativo; simplemente decimos que si existen formas estables de tecnología, estas deben ser sumamente longevas. Los factores culturales y tecnológicos que garantizan su existencia aseguran también su inconcebible longevidad.
A partir de aquí, no podremos decir nada más sobre las CiTEs si no exploramos previamente el impacto del amor en sus culturas. Muchos de los elementos que hallemos en esta exploración acentuarán el carácter estable del amor fraternal.
4. El estado de felicidad
Cuando sentimos sed, simplemente tomamos agua, pero por lo bajo hay un complicado mecanismo funcionando. Nuestra sangre es una mezcla química que recorre cada rincón del cuerpo. Cuando a nuestras células les falta agua, la sangre lleva la información hasta el cerebro y este decide nuestras acciones; concretamente, bebemos agua y saciamos la sed. Nuevamente, para que esa saciedad se ponga de manifiesto, la información llega hasta la mezcla química donde alguna substancia indica que la necesidad ha sido satisfecha. El cerebro reacciona con una sensación de saciedad que generalmente es placentera y que invita a detener la acción. Entonces el individuo deja de beber y la sed queda atrás.
El mecanismo es común; ocurre con el descanso después de una actividad física, la satisfacción después de la comida o el clímax después del el sexo: una señal química genera un impulso hacia la acción y otra señal nos informa que lo hemos saciado. En general, las señales de saciedad son placenteras. Es un placer esporádico e intermitente, aparece con la saciedad, perdura un momento y luego desaparece. Las endorfinas, la dopamina, la serotonina o la oxitocina son algunas de las substancias empleadas con estos fines por el cuerpo humano. Podemos pensar que todas las especies tecnológicas experimentarán sensaciones de placer cada vez que segreguen ciertas substancias químicas.
El amor fraternal es un impulso genético, como la sed, el hambre o el sexo, y se sacia cuando proveemos bienestar a los demás. Pero a diferencia de la sed, la sensación de saciedad es ahora menos puntual. Proporcionar bienestar ajeno no es un acto instantáneo, que finaliza con un hecho consumado; perdura hasta solaparse con nuevas acciones altruistas, generando una suerte de estado permanente de placer que presenta variaciones de intensidad pero que se contrapone claramente a la naturaleza puntual de la satisfacción por saciedad.
Pero ese placer sostenido no solo es consecuencia de mis acciones individuales para saciar un impulso. En una especie donde ya se ha generalizado una genética para el altruismo, mi prioridad es el bienestar ajeno pero la prioridad de los demás es mi propio bienestar. El bienestar que los demás me proporcionan también se traduce como placer. Y en una CiTE, "los demás" suelen ser muchos individuos.
Tanto saciar mi impulso de amar como la acción de los demás a favor de mi bienestar contribuyen a generar una sensación placentera permanente a la que llamo estado de felicidad.
En la naturaleza no hemos encontrado ningún caso de placer permanente; pero cuando en una especie se generaliza una genética para el altruismo, podemos deducir que esto es precisamente lo que le ocurrirá. La simbiosis entre dar y recibir genera un estado de felicidad permanente y su presencia es otro de los aspectos que contribuyen a estabilizar aún más la cultura altruista dentro de las CiTEs.
En la especie humana es posible que cierto trayecto hacia ese estado de felicidad ya se haya verificado. Un pájaro o un antílope no dejan de mirar hacia los costados mientras se alimentan o abrevan. Su vida siempre está en peligro. Un hombre, en cambio, no se siente amenazado casi nunca. Lamentablemente, no podemos saber cuan felices eran los humanos promedio hace mil años atrás para verificar si su estado ha variado.
Tanto el placer que le proporciona al individuo saciar su impulso hacia el bienestar ajeno como el que le concede el bienestar propiciado por otros individuos hacia él, se experimenta como resultado de una afluencia química que es biológica y que, por lo tanto, debe tener límites. Pero desde un punto de vista cultural, es difícil describir un límite para el altruismo. Siempre se puede hacer más por los demás y siempre se puede recibir más de los demás.
5. El altruismo universal
La estabilidad de una estructura común a muchos individuos depende de la capacidad de los mismos de asegurar dicha estabilidad. Es una verdad de Perogrullo y no debería discutirse.
En una civilización tecnológica la estabilidad solo se logra cuando el altruismo es mayor que un mínimo $M$ al que hemos caracterizado aquí. Se trata de una especie capaz de ajustar sus necesidades para mantener un superávit en su huella ecológica, que puede prescindir de la agresión para resolver diferencias y que ya adaptó sus modelos al hecho de que una tecnología producirá lo necesario para la vida con independencia de lo que haga el individuo. Ese altruismo es el mismo en todo el universo, ninguna civilización cuya especie tenga un altruismo menor puede superar la inestabilidad que ocasiona su tecnología.
Si superar esa inestabilidad permite la existencia de civilizaciones capaces de durar miles de millones de años, entonces la importancia de ese altruismo $M$ es mucho mayor de lo que imaginábamos; si antes decíamos que funcionaba como un filtro, ahora decimos además, que las cosas que logran atravesarlo son sumamente longevas.
Existe en el universo un grado de altruismo tal que aquellas especies que lo superan pueden conformar estructuras tecnológicas capaces de sobrevivir miles de millones de años.
Esa cultura altruista también construye una genética, el amor fraternal, y el amor construye más cultura altruista que construye más amor que construye más altruismo... El amor fraternal es una estructura genética sumamente estable; todo parece indicar que, al igual que los replicadores moleculares, las células, los metazoos, las redes neuronales, la inteligencia, la capacidad cultural y la capacidad tecnológica; el amor fraternal llega para quedarse.
En el plano coloquial el amor fraternal siempre ha sido un valor ético absoluto que simboliza el bien y que se opone al mal. Esto es así, aunque sepamos que no existe forma objetiva de jerarquizar el bien sobre el mal. Pero si aceptamos nuestra definición, el amor fraternal es solo una genética que impulsa la longevidad de una estructura tecnológica. El amor fraternal hace posible y estable a la cultura altruista, y ésta funciona como un verdadero principio de organización de las formas estables de tecnología. Que la genética que posibilita esa tecnología coincida con la moral generalmente admitida debería resultarnos muy curioso; más aún teniendo en cuenta que las tecnologías resultantes pueden durar un tiempo inconcebible.
6. Conocimiento de un altruismo universal
No solo decimos que una civilización tecnológica debe atravesar una inestabilidad típica para hacerse estable, decimos además que las especies tecnológicas que superan esa inestabilidad ya deben conocer su carácter típico. No solo decimos que existe un mínimo altruismo para superar esa inestabilidad, decimos además que aquellas especies que logren superarla ya conocen ese altruismo mínimo. Todas las civilizaciones que llegan a la adultez deben conocer la niñez y la adolescencia; deben saber que hay un filtro y que el altruismo es la receta para atravesarlo con éxito.
Conocer la importancia de un altruismo mínimo modela íntegramente la cultura de las CiTEs. La especie sabe ahora que ese altruismo asegura la existencia de las CiTEs, sabe que las CiTEs son sumamente longevas y que la felicidad de los individuos se hace permanente si esa cultura se establece. Y sabe además que todas las civilizaciones que existan llegarán a la misma conclusión porque los procesos que construyen tecnología en el universo son siempre los mismos.
Cuando los individuos conocen la importancia de contar con una genética para el altruismo, nace una relación entre los individuos y el amor fraternal. La mejor manera de definir esa relación es la veneración. Los individuos veneran al amor fraternal, veneran la cultura altruista y esta veneración es parte de esa cultura. La veneran porque en ella radica su inconmensurable longevidad. Esa veneración condiciona toda la estructura subyacente. Hemos dicho hasta aquí que una CiTE es una forma estable de tecnología que puede sobrevivir a toda causa de extinción. Pero realmente una CiTE es un civilización cuya especie ama fraternalmente y como consecuencia de ello adquiere la organización necesaria para sobrevivir mucho tiempo. El amor no es una mera consecuencia sino el centro de su cultura.
Es difícil entender que con tan poco se obtenga tanto. En las CiTEs, la felicidad de los individuos solo depende de su capacidad de dar, si todos dan, todos reciben, si además ese altruismo asegura una extraordinaria longevidad entonces no dar es absurdo. Parecería que nuestro discurso se ha teñido de emoción, pero nada es más racional. Cuando la tecnología condiciona la supervivencia, una cultura egoísta es simplemente suicida; priorizar el interés propio cuando el mundo se está degradando, es suicida; apropiarse de las cosas para dejarlas estacionadas 20 horas de cada 24, es suicida. Cuando la población crece, entre otras cosas, los mundos no resisten el derroche; y priorizar el propio interés lleva, justamente, a soslayar la gravedad del derroche.
Cuando una especie desarrolla tecnología nuclear, utilizar la agresión para resolver conflictos de intereses es suicida. A largo plazo, el método agresivo lleva a las guerras masivas, y una guerra masiva es sumamente peligrosa en un mundo con tecnología nuclear.
A partir de cierto nivel tecnológico, priorizar una cultura egoísta resulta suicida; pero ser suicida y pretender no morir, es decididamente absurdo. Todo el discurso parece emocional, pero es estrictamente racional.
La única razón para que una especie que ingresa en la inestabilidad tecnológica no instaure una cultura altruista, es la imposibilidad congénita de hacerlo. Los individuos no pueden mitigar el egoísmo individual que los ha llevado hasta allí por más que comprendan racionalmente la necesidad de hacerlo porque no tienen la genética necesaria para abandonar la pugna por los territorios y las cosas. Conocer la relación entre el altruismo y la propia existencia de una CiTE implica también conocer los factores que la harían imposible.
Pero existe un aspecto más de este conocimiento que debemos destacar ahora aunque no lo usemos todavía. Si una CiTE sabe que la inestabilidad típica es parte del proceso general de maduración de las civilizaciones tecnológicas, entonces podría reconocer su inminencia en otra civilización. La CiTE sabría además que la clave para que esa civilización atraviese el período crítico es establecer allí una cultura altruista. Más adelante exploraremos la posible relación entre civilizaciones.
7. Tecnologías para una cultura altruista
En muy difícil que podamos tener cabal conciencia de lo que estamos describiendo. Solo nos guía la razón. Las implicaciones tecnológicas de una cultura altruista, basada en una genética para el amor fraternal, son muy difíciles de imaginar. Somos como ciegos acariciando las flores de un jardín infinito.
Las CiTE permiten que una tecnología portentosa sea utilizada para practicar una cultura altruista. Esta simbiosis entre tecnología y altruismo es sumamente inquietante. No podemos imaginar los límites de esa mezcla. Solo podemos mencionar unas pocas situaciones que nos resultan evidentes.
El autodiseño biológico
La selección natural de genes ha dominado la evolución de los replicadores moleculares durante más de 3500 millones de años. Un replicador molecular es como una palabra larga sobre cuyas letras se acumulan mutaciones aleatorias durante el proceso de copiado. La selección natural es la elección de unas mutaciones y el descarte de otras según su capacidad de reproducirse. Este mecanismo selectivo es lo que ha impulsado la evolución biológica; pero eso está cambiando justo ahora.
El ADN contiene la información necesaria para edificar un ser vivo, de modo que una tecnología para editarlo a voluntad equivale a la posibilidad tecnológica de modificar las características de los seres vivos. Solo es necesario saber qué características están asociadas a cada secuencia para saber qué y como modificarlo. Pero diseñar a voluntad organismos vivos dispara un enorme abanico de posibilidades.
La selección inteligente ya se practica sobre cultivos, razas de perros, bacterias y demás; si
ahora incorporamos la capacidad de diseñar a voluntad las mutaciones
antes de la selección, entonces la evolución genética tal como
la conocemos deja de existir.
En general, una civilización que desarrolle una tecnología portentosa podrá editar replicadores moleculares y alterar a voluntad el sistema biológico de su mundo. Si además esa tecnología estuviera al servicio de una cultura altruista entonces la capacidad de alterar organismos vivos solo podría tener como propósito el bienestar general.
Llamo autodiseño a la capacidad tecnológica de modificar a voluntad el sistema biológico de un mundo. Si bien sabemos que la edición genética ya es posible y que la selección inteligente es un hecho; resulta difícil imaginar las consecuencias concretas de esa tecnología a largo plazo. Ignoramos qué cosas se podrán hacer y qué cosas no pero prevemos que el desarrollo de esas capacidades será poderoso.
Una de las cosas que seguramente podrán modificarse son los replicadores de la propia especie tecnológica, primero evitando enfermedades genéticas, luego habilitando modificaciones anatómicas y por último, permitiendo variaciones en el comportamiento. Aquí es donde una cultura altruista puede ser sumamente modeladora y donde una especie tecnológica puede derivar en otra luego de una acumulación de modificaciones artificiales. En nuestro mundo ya se está desarrollando tecnología para prevenir enfermedades editando genes y existe una gran discusión bioética respecto a la opción de modificar la anatomía y el comportamiento de las personas.
Si una CiTE puede vivir millones de años, debemos suponer que el autodiseño genético ya se habrá desarrollado lo suficiente para superponerse a la evolución genética y modificar la biología de todo su mundo y no solo de la especie inteligente. Además de crear abejas más melíferas, tomates más grandes o nueces más nutritivas, la vida podría diseñarse para que sea simplemente bella; un césped más verde, un cerco más prolijo, una flor más colorida, un árbol más alto, animales más mansos y microbios más amigables. En una tecnología al servicio del altruismo, el diseño biológico aumentaría la belleza del entorno para incrementar el estado de felicidad de sus individuos. Un jardín maravilloso sería mucho más que la simple disposición artística de plantas y de flores. Ya desde la profunda disposición de los nucleótidos, habría una tecnología al servicio de la belleza.
Si una especie se lanzara a editar replicadores moleculares, una tecnología hibrida podría ser lo más apropiado; un camino intermedio entre la evolución biológica natural y el autodiseño. Se podrían practicar mutaciones artificiales capaces de inocular el principio activo de una característica y dejar que un proceso natural adapte la característica al medio ambiente donde debe actuar. Sería un proceso muy prolongado y difícil de aislar, de modo que lo ideal sería ensayarlo en otros mundos. Modificar artificialmente organismos ya adaptados a un mundo exige mucho menos conocimiento que diseñarlos de cero. Nosotros mismos ya estamos pensando en hacer algo parecido en Marte.
Terraformar Marte es configurarlo para la vida humana a través de una adaptación artificial o ecopoiesis [4]. Después de una etapa de adaptación física consistente en dotarlo de un campo magnético, de más temperatura, más agua en estado líquido, etc., comenzaría un plan de intervención biológica [5]. Sería necesario cultivarlo con una secuencia de microorganismos donde cada uno adapte el suelo y la atmósfera para admitir al siguiente grupo. El proceso natural sería muy lento y podría durar cientos de miles de años, pero si los microorganismos fueran parcialmente adaptados por edición genética, el proceso sería mucho más rápido.
Cualquier planeta extrasolar podría ser biológicamente intervenido por una CiTE. Si una CiTE desarrolla la tecnología para diseñar o modificar organismos vivos, y la tecnología para realizar viajes especiales, la intervención biológica sobre otros mundos es una conjunción obligada. Se abre allí un inmenso abanico de posibilidades de intervención, según el estadio evolutivo en que se encuentre un mundo. La intervención dependería también de los objetivos de la CiTE interventora, que siempre deberían ser compatibles con una cultura altruista.
La religión
Todo lo que una CiTE debe tener por religión se concluiría de su cultura altruista, cuya necesidad fue racionalmente deducida. Pero no hay muchas conclusiones posibles: el altruismo construye una genética que impulsa a los individuos a priorizar el bien de los demás. Y esa genética funciona como un principio de organización que asegura su longevidad.
Hablamos de amor fraternal para expresar el impulso genético hacia el bienestar de otras personas; pero si quisiéramos referirnos a un impulso que vaya más allá de las personas, que garantice el bienestar de todo cuanto existe, hablaríamos de amor universal. El amor universal sería una extrapolación del amor fraternal que garantiza la estabilidad de todo cuanto existe. El universo sería entonces capaz de construir estructuras que aseguran su propia estabilidad.
La religión que imaginamos dentro de una CiTE consiste simplemente en venerar el amor universal. No podemos razonar más que la relación entre la estabilidad tecnológica y la simple mecánica de dar y recibir asentada en la biología de la especie.
Repetimos y resaltamos que la religión definida no es algo que emerja de un credo, de un conocimiento heredado por transmisión cultural. Surge de la relación objetiva entre la estabilidad de la tecnología y el comportamiento de la especie que la protagoniza. Realmente, el comportamiento siempre estuvo relacionado con la supervivencia individual, solo que ahora la tecnología amplifica las consecuencias de ese comportamiento. Para que el comportamiento asegure la supervivencia de una civilización tecnológica es necesaria una genética para el amor. No se trata de un credo invariante y ajeno a los hechos sino de una relación objetiva, que se puede deducir de los hechos.
Lo que ciertamente debería intrigarnos es la coincidencia entre el amor de la "moral admitida" y este amor que podemos deducir ahora.
Una tecnología para evitar la muerte
Un individuo tiene conciencia si puede reconocer su propia existencia. Yo tengo conciencia y sospecho que usted también, aunque no lo sé a ciencia cierta debido al modo como la he definido. Vamos a extender esta sospecha a los individuos de las especies tecnológicas. No sé si un tiburón o una ardilla tienen conciencia, pero los sujetos inteligentes de una civilización tecnológica estable tienen conciencia.
Lo que sigue es una hipótesis: suponemos que los individuos de una especie inteligente sienten un impulso por perpetuar la conciencia, por prolongar el conocimiento o sentimiento de su propia existencia. No es una hipótesis muy comprometida pero es una hipótesis al fin.
Llamamos muerte de un individuo al fin de su conciencia. Como los individuos de las CiTE tienen un impulso por perpetuar la conciencia, tendrán un impulso por evitar la muerte. El estado de felicidad estará condicionado por la posibilidad concreta de saciar el impulso de perpetuación de la conciencia. Pero si los individuos participan de una cultura altruista y sienten la necesidad de priorizar el bienestar común y la felicidad ajena, el impulso de perpetuación de la conciencia individual se traducirá en un impulso por perpetuar la conciencia de todos. Por esta razón, la satisfacción del impulso de perpetuación de las conciencias tiene que ser un objetivo común dentro de las CiTE.
Lo que las especies tecnológicas pueden hacer para prolongar el impulso de perpetuación de la conciencia depende de cual sea la relación entre dicha conciencia y el cuerpo físico. Hay dos posibilidades:
- Alternativa escéptica: La muerte del cuerpo es el fin de la conciencia.
- Alternativa espiritual: La muerte del cuerpo no es el fin de conciencia.
Observemos que las dos afirmaciones reúnen el universo de casos porque una es la negación de la otra, y que no existen pruebas concluyentes de ninguna de las dos. Sin embargo la disyunción pronto se revelará innecesaria.
Si se verifica la alternativa espiritual, el objetivo está cumplido. La conciencia no muere con el cuerpo físico y la inmortalidad de la conciencia es la forma más acabada de saciar el impulso de perpetuación. Claro que la alternativa espiritual implica una cantidad de cosas. Significa que existe un enorme pedazo de universo del cual no tenemos ni noticias. Una región o estado de la realidad física que permite sostener cosas tan complejas como para reconocer su propia existencia, y que sin embargo, ha pasado desapercibido hasta ahora. Pero si este fuera el caso, una CiTE ya conocería ese estado del universo y ya sabría que las conciencias son inmortales.
La alternativa escéptica es la alternativa científica, no porque esté probada sino porque permite investigar y acercarse hacia algún conocimiento. La idea de que la conciencia es un fenómeno emergente, asentado de alguna manera en el cerebro fue propuesta por Francis Crick [6] en 1994 y adoptada luego como paradigma. Si la conciencia es una fenómeno físico, entonces la muerte es un problema físico. Lo individuos desean seguir sintiendo que existen mientras que la muerte atenta contra ese deseo y amenaza con mantener una cuota de infelicidad en sus vidas. La infelicidad desentona con una cultura altruista y se transforma en un problema dentro de las CiTE. Los problemas se resuelven buscando soluciones, y las soluciones son tecnológicas. Dicho en buen romance, nadie está feliz de morir, la infelicidad es un problema y los problemas se resuelven con tecnología. Este es un caso típico de tecnología puesta al servicio de una cultura altruista.
Se nos ocurren dos posibilidades para mantener con vida la conciencia:
- impedir que el cuerpo muera
- trasladar la conciencia de un cuerpo viejo a otro nuevo
La primera opción implica retrasar el envejecimiento tanto como se pueda. La vida media humana se ha incrementado durante los últimos siglos a causa de la tecnología. Sin embargo, desde un punto de vista biológico, todo sigue igualmente estanco, solo nos hemos acercado al límite de lo posible. Hoy se investigan tratamientos para reducir la incidencia de muerte de diferentes factores de riesgo asociados al envejecimiento, pero un genuino retraso de la vejez solo puede surgir de un prolongado desarrollo tecnológico que actúe sobre las causas del envejecimiento.
Si
una civilización pudiera desarrollar tecnología durante un inconcebible
tiempo y supiera modelar el propio replicador para obtener ciertos
objetivos, la extensión de la longevidad biológica no debería presentar
impedimentos técnicos. Aún si hubieran límites físicos insalvables para
extender la vida más allá de un tiempo máximo característico, debemos
pensar en límites mucho mayores que nuestros humildes 75 años. Con la
tecnología adecuada para limpiar todo lo que se ensucia y rejuvenecer
células viejas, un individuo podría vivir cientos o miles de años.
La segunda opción es tecnológicamente más osada pero se basa en un hecho evidente: Si hemos supuesto que la conciencia es una propiedad del cuerpo, entonces debe existir una estructura física que se traduzca en el estado de conciencia. Nosotros no sabemos cuál es y dónde está, pero la alternativa escéptica propone que está allí, enquistada de algún modo en el cuerpo físico de los sujetos. La tecnología todavía está muy lejos del copiado de conciencias pero ya existe investigación de base en neurociencias experimentando con minicerebros humanos [7] [8] y un gran problema ético respecto a cómo investigar [9]. También existe la iniciativa de reconstruir el conexionado neuronal en un soporte digital, más allá del modo como funcione la estructura [10].
Es probable que nosotros estemos muy lejos, pero si la conciencia está alojada en el cuerpo, una civilización tecnológica arbitrariamente longeva ya debería saber como funciona y cuáles son sus rasgos invariantes. Sería una cuestión de tiempo que una CiTE pueda producir a voluntad una réplica de la conciencia individual en un cuerpo nuevo fabricado para ello. Y tiempo es aquí lo que sobra. Allí tendríamos entonces al mismo individuo con toda su memoria, con sus capacidades y limitaciones, con el recuerdo de todos sus conocidos, con sus sentimientos y sensaciones habituales despertando en un cuerpo nuevo y preguntando ¿Falta mucho doctor?
Transferir una conciencia individual de una cuerpo a otro permite inquietantes posibilidades. Nosotros hablamos de transferencia, pero en realidad se trata de una replica, una copia de un cuerpo a otro, y copiar no es lo mismo que transferir, porque el que puede copiar también puede obtener muchas copias de lo mismo. El individuo copiado se incorpora y saluda al original, que es él mismo hasta recién, y que a partir de ahora recorrerá un camino distinto. Ninguna de las dos versiones perdió esa sensación de continuidad propia de la conciencia, del reconocimiento de la propia existencia.
Es evidente que esta posibilidad genera múltiples problemas éticos. Tal vez convenga que la conciencia copiada no tenga muchos representantes individuales o que la copia no conserve todos los recuerdos. Si existiera una tecnología para copiar conciencias se podrían administrar los detalles para adaptarla a una cultura altruista. En el fondo, todo esto surge del supuesto de que la conciencia es un fenómeno netamente corporal, un complejísimo sistema químico, en principio, reproducible.
Si la conciencia puede transferirse de un cuerpo viejo a otro nuevo, entonces es posible mantenerla con vida mientras dure la tecnología de copiado y esto es, virtualmente, mientras exista la CiTE. Si esto es así, en la alternativa escéptica la conciencia individual puede mantenerse con vida durante un tiempo indefinidamente prolongado.
Ahora ensamblemos todas las partes del argumento.
- Si se verifica la alterativa espiritual, la muerte del cuerpo no mata a la conciencia; esta perdura en una porción de la realidad que tarde o temprano es aprendida por la civilización tecnológica. La muerte no existe en las CiTE.
- Si se verifica la alternativa escéptica, sería posible una tecnología que mude la conciencia de un cuerpo a otro haciéndola igualmente inmortal.
Ambas alternativas llevan a la misma conclusión: Los individuos pueden ser "inmortales" mientras duren las CiTE. Como ambas alternativas son opuestos lógicos, todo el razonamiento es una tautología. Con independencia de que la muerte del cuerpo sea o no sea el fin de la conciencia, la tecnología puede hacerla tan longeva como la propia civilización. Es tecnológicamente posible que en las CiTE las conciencias no mueran.
Existen algunos apoyos más para esta idea. En una cultura altruista este objetivo debe perseguirse de manera sostenida porque trabajar por la "inmortalidad" ajena aumenta el estado de felicidad. Si no hay un impedimento en las leyes físicas, una CiTE podría intentarlo durante un tiempo indefinidamente prolongado aumentando sus posibilidades de lograrlo.
Por último, y sumamente importante: El objeto físico que una CiTE debería reproducir, la conciencia individual, ya existe, ya es un hecho. Al sistema biológico le llevó 3800 millones de años aprender a fabricar conciencia por un burdo experimento de prueba y error, sin propósito ni dirección, ¿Cuánto menos tiempo podría llevarle el mismo aprendizaje a una CiTE? Creemos que el tiempo de aprendizaje inteligente del principio de funcionamiento de la conciencia debe ser varios órdenes de magnitud inferior que el ciego aprendizaje por prueba y error. Tal vez un millón de años sea un tiempo todavía exagerado.
8. Otra vez, salir al espacio.
Si en las CiTEs las conciencias individuales realmente fueran tan longevas como su civilización, nuestra visión de las mismas vuelve a transformarse radicalmente. A continuación revisaremos un solo aspecto de este impacto. Eso sí, será un gran aspecto.
Una de las características que definen la estabilidad de una civilización tecnológica es su número de población. Las CiTEs deben tener un cupo en sus mundos y están obligadas a mantenerlo constante. Con una población de 7800 millones de personas, la Tierra tiene 1.8 hectáreas de tierra firme por habitante; no sabemos cuantas personas más pueden caber, pero sin duda existe un límite. Lo mismo ocurre dentro de cualquier CiTE. Existe un cupo máximo de población dentro de sus mundos. Además, las CiTEs tuvieron que adaptarse a ese cupo máximo mucho antes de lanzarse al especio porque la tecnología que la expone a un máximo poblacional es muy anterior a la tecnología de los viajes especiales.
La población se estabiliza cuando la gente nace y muere al mismo ritmo. Pero si la gente dejara de morir, debería dejar de nacer.
En una población indefinidamente perdurable, los beneficios de la inmortalidad solo son compatibles con una consecuente "innatalidad". El cuadro es drástico: si las viejas conciencias sobreviven, ninguna nueva conciencia debe nacer. Pero si la solución es no nacer, algo empieza a andar mal en el paraíso.
Si las conciencias no mueren, la población nunca se renueva y la situación se satura lentamente dentro de las CiTEs. Al principio todo está bien, los individuos interactúan entre sí, son felices y se aman. Pero un solo mundo con una sola población tarde o temprano acaba transformándose en una limitación para el amor y la felicidad. Donde ya no queda nada por hacer, la necesidad de actuar en favor de la felicidad y el bienestar general no necesita transformarse en ningún acto concreto, de modo que el impulso de amor no tiene como saciarse. En las nubes, los ángeles tocan el arpa y las criaturas vivientes cantan hosannas por siempre jamás, mientras los individuos amadores, potencialmente inmortales, se suicidan en masa presos de una abulia infinita.
Más allá del sarcasmo, si la población no se renueva, la única forma de mantener el estado de felicidad dentro de las CiTEs es estallando hacia afuera. Ya hemos explicado que la alternativa de colonizar otros mundos constituye una estrategia intelectual destinada a proteger a la civilización de la extinción. Ahora decimos además que si las conciencias no mueren, los mundos son muy chicos para las CiTEs. Las dos razones nos llevan al mismo sitio. Las civilizaciones debe salir de su mundo, deben explorar el espacio, colonizarlo, vivir en él, hacerlo parte de sus proyectos y sus objetivos.
Llegadas a cierto punto de maduración, las CiTEs están llamadas a estallar hacia el universo. Un estallido de tecnología y altruismo.
9. Conclusión
Tanto el período crítico como el altruismo necesario para atravesarlo y la extraordinaria longevidad posterior deben ser conocidos por las CiTEs. Se trata de un proceso universal que se opera cada vez que se construye una forma estable de tecnología.
Tanto para evitar la extinción por un colapso local como para salir del encierro al que lleva una población que no muere, las CiTEs deben salir al espacio.
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[1]https://www.existential-risk.org/concept.html
[2]https://www.bbvaopenmind.com/wp-content/uploads/2018/12/BBVA-OpenMind-Samuel-H-Sternberg-La-revolucion-biologica-de-la-edicion-genetica-con-tecnologia-CRISPR.pdf
[3]https://www.lavanguardia.com/vida/junior-report/20191025/471178739219/nueva-tecnica-edicion-genetica.html
[4]https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/027311779290167V
[5]https://core.ac.uk/download/pdf/235852323.pdf
[6]Crick, F. (1994). La búsqueda científica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI. Madrid: Editorial Debat
[7]Mansour, A., Gonçalves, J., Bloyd, C. et al. (2018) Un modelo in vivo de organoides cerebrales humanos funcionales y vascularizados. Nat Biotechnol 36, 432–441.
[8]Pham, Missy; Pollock, Kari; Rose, Melanie; Cary, Whitney; Stewart, Heather; Zhou, Ping; Nolta, Jan; Waldau, Ben. (2018) Generación de organoides cerebrales vascularizados humanos, NeuroReport: Volumen 29 - Número 7 - p 588-593
[9]https://www.nature.com/articles/d41586-018-04813-x
[10]https://www.infobae.com/america/tecno/2018/03/19/es-posible-hacer-una-copia-digital-del-cerebro-para-lograr-la-inmortalidad/
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6.2 Civilizaciones Inmortales por Cristian J. Caravello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.