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El cambio climático
A finales del siglo XIX descubrimos
cómo fabricar electricidad. Durante la primera mitad del siglo XX, nos hicimos
adictos a ella. No solo eran las luces de la calle; también eran los
lavarropas, las heladeras, las licuadoras, los tocadiscos y los televisores. La
civilización entera se lanzó a la caza de artefactos eléctricos; millones y
millones de personas. Y como siempre ocurre en estos casos, nuestro consumo
eléctrico comenzó a incrementarse.
Solo había que lograr que un
dispositivo gire y colocar una dínamo en el eje para extraer electricidad. Pero
ya sabíamos como hacer un movimiento giratorio porque lo hacíamos al fabricar vehículos de combustión interna. Así pues, para cubrir la demanda creciente,
quemábamos combustibles y obteníamos electricidad. El humo se iba al cielo y el cielo era grande, grande, grande.
Hasta que el cielo se empezó a
calentar.
Primero fue un corrillo entre los
especialistas. Al parecer, la atmósfera
se estaba calentando ¿Por qué se está calentando? ¿Será el Sol? ¿Serán las
nubes? ¿Seremos nosotros? Ya era claro para muchos que
estábamos llenando la atmósfera de humo al fabricar electricidad, pero no había
que decirlo muy fuerte porque algunos de los intereses afectados podían estar
pagándonos el sueldo. Claro, uno de los gases de la combustión era el dióxido
de carbono (CO2), y ya había dicho Arrhenius que el CO2 podría causar el calentamiento. La atmósfera se estaba
calentando y nosotros podíamos ser los responsables.
El efecto invernadero es fácil de entender. Los rayos del sol atraviesan la atmósfera, rebotan contra la superficie y vuelven al espacio. En el proceso, calientan la superficie y parte de la energía queda atrapada en la atmósfera en forma de radiación infrarroja. La capacidad de la atmósfera para atrapar esa radiación depende de su composición gaseosa. Algunos gases pueden hacer que la temperatura no regrese al espacio en la misma proporción. Son los llamados gases de efecto invernadero (GEIs) y el CO2 es uno de ellos. Los GEIs son menos del 1% de la atmósfera, pero si no los tuviéramos, la temperatura media sería unos
En 1992 tuvo lugar la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático a fin de evaluar el calentamiento y tomar decisiones en conjunto. Durante la
convención se reconoció que las actividades humanas estaban alterando la
atmósfera, aumentando la presencia de unos gases e incorporando otros que antes
no estaban; causando en parte el incremento de las temperaturas. Se reconoció
también que el impacto de esos cambios
sería diferente en los distintos países; que la responsabilidad por las emisiones de GEIs tampoco era la
misma, recayendo en aquellos países que más contaminan (EEUU, Rusia, China,
etc.) y que las partes se comprometían a reducir las emisiones para disminuir
su impacto en el sistema climático mundial. Para lograr su cometido, las Naciones
Unidas recurrieron al IPCC Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, un organismo creado por la Organización
Meteorológica Mundial (WMO) en 1988, que debía asesorar a las partes durante el
proceso de negociación.
Según los informes del IPCC, existen
varios gases de efecto invernadero y nuestras actividades afectan a la mayoría
de ellos. Los diferentes gases permanecen en la atmósfera un tiempo diferente,
siendo emitidos por unos procesos y absorbidos por otros. La proporción de cada
gas sobre el total es el resultado de esta dinámica de emisiones y absorciones.
Las actividades humanas son principalmente emisoras y su crecimiento implica un
incremento en las proporciones de estos gases.
El principal gas de efecto
invernadero es el vapor de agua, pero su presencia en la atmósfera es muy breve y el calentamiento permanente que provoca es prácticamente inexistente, por lo
tanto no se tiene en cuenta.
El CO2 o dióxido de carbono
es el principal GEI antropogénico. Es el mayor responsable del calentamiento
existente. Se genera cada vez que quemamos combustibles fósiles, ya sea para
producir electricidad a través de centrales termoeléctricas o cuando nos
transportamos en automóvil, barco o avión. En la fig 1 podemos ver su evolución
desde 1960. La curva indica que ninguna de las medidas que hemos tomado hasta
ahora ha logrado detener siquiera un poco el incremento de CO2 atmosférico.
Figura 1: Incremento del CO2 desde 1960 hasta el 2020 |
El segundo en importancia es el metano (CH4).
Su origen se encuentra en las zonas pantanosas, los cultivos como el
arroz, la rumia y el guano del ganado. También se produce por los escapes de
depósitos naturales y la fermentación en los vertederos.
El óxido nitroso (N2O), los clorofluorocarbonos (CFC) y el ozono troposférico (O3) completan el cuadro con menor participación en la mezcla.
El óxido nitroso (N2O), los clorofluorocarbonos (CFC) y el ozono troposférico (O3) completan el cuadro con menor participación en la mezcla.
Respecto al año
1750, el nivel de CO2 actual es un 146% mayor, el metano un 257% y el óxido nitroso un 122%.
Todos los gases de efecto invernadero se han incrementado y nosotros somos los
responsables.
Desde la Convención Marco de 1992 hasta ahora, el IPCC produjo cinco informes generales y muchos informes particulares, además
de sus resúmenes para responsables políticos. Investigó el clima y llegó a la
conclusión de que el cambio climático es una realidad y que está siendo
generado por un calentamiento planetario del cual somos responsables en buena
parte. Lo dijo durante muchos años, de muchas maneras distintas y con énfasis creciente.
En 2015, cuando la temperatura media
de superficie ya se había incrementado 0,8°C sobre los niveles
preindustriales[1], tuvo lugar el acuerdo de
París, donde las naciones se comprometieron a mantenerse muy por debajo de los 2°C , cerca 1,5°C de incremento. Muchos
científicos criticaron este acuerdo aduciendo que de ningún modo resolvería el
problema porque 2°C
era muchísimo. Sin embargo, cinco años después, ya somos conscientes de que aun
esa cota será rebasada. Las naciones no se ponen de acuerdo respecto al
impuesto que deben pagar quienes emiten CO2, y los estados nacionales siguen
subsidiando las centrales que fabrican electricidad quemando combustibles
fósiles.
No sabemos con certeza cuánto tiempo
tenemos antes trasponer un punto de no retorno, a partir del cuál nuestras decisiones
ya no podrán corregir el calentamiento. Según los modelos, los compromisos de
París existentes a la fecha solo alcanzan para asegurar un incremento de 2,9°C para el 2100, lo que
resulta sumamente insuficiente para evitar una catástrofe climática.
Puede resultar un tanto irónico,
pero el comportamiento humano es más predecible que el sistema climático.
Podríamos predecir que no haremos nada de nada hasta que un eventual incremento
de la temperatura media nos haga arder la cara entera.
La conclusión es obvia: El clima es
inestable. Como nuestro comportamiento social depende entre otras cosas del
clima, nuestro comportamiento social es inestable. Un incremento drástico de la
temperatura puede derivar en un aumento de la agitación social y esto puede
aumentar las probabilidades de una guerra masiva, una guerra con armas
nucleares; una forma como esta civilización podría extinguirse.
Nuestra civilización no se
estabilizará hasta que no lo haga su temperatura. Y aun no sabemos cómo hacerlo.
Si nuestra teoría explora la posibilidad de que alguna civilización tecnológica
pueda ser estable y perdurar, entonces la nuestra no es un buen ejemplo.
La Biodiversidad
La inestabilidad del clima no es la única ni la más importante. En el año 2018, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente emitió su informe Perspectivas del Medio Ambiente Mundial, donde dice, entre otras cosas, que la pasividad nos está condenando y que nuestras prácticas de consumo no son sustentables porque demandamos más de lo que el mundo puede producir (capítulo 4 del informe).
Uno de los modos como nuestra civilización está alterando el ambiente es la reducción de la biodiversidad. Por esta razón, ya en 2010 la ONU creó la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativo sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) para estudiar a la naturaleza.
El informe de IPBES de mayo 2019 es sencillamente lapidario. Nuestra civilización depende de la naturaleza para
poder existir. Las contribuciones de la naturaleza a las personas no se agotan
con el alimento y la ropa; la naturaleza poliniza las plantas, regula la pureza
del aire y la acidez de los océanos, nos proporciona energía, medicamentos y
muchos materiales que nos permiten mantener nuestro estándar de vida. Cuando el
trabajo lo permite, la gente escapa hacia la playa, las montañas y los ríos
porque la naturaleza representa un descanso para nuestras mentes estresadas. Muchas
de las contribuciones de la naturaleza a las personas son irreemplazables.
La distribución de los bienes y
servicios es sumamente desigual; los producimos en lugares pobres y los
utilizamos en lugares ricos.
Los científicos de IPBES revisaron
pacientemente varios aspectos de nuestras actividades. Encontraron que 14 de
las 18 categorías evaluadas se están deteriorando rápidamente, y todas las
degradaciones son causadas por nosotros. Existen 8 millones de especies de
animales y plantas, de las cuales al menos un millón puede extinguirse en las
siguientes décadas. Dentro de las especies, la diversidad está disminuyendo a
su vez. La evolución genética es ahora más rápida que antes debido a los
cambios en los hábitats. La adaptación es más rigurosa y la selección natural
produce una verdadera poda en la biodiversidad.
La historia evolutiva nos muestra
que han existido en el pasado cinco extinciones masivas de especies. La última
ocurrió hace 66 millones de años cuando la era de los dinosaurios vio su fin.
Algunos investigadores afirman que ya hemos entrado en la sexta extinción masiva.
El ritmo actual de extinción de especies es varias decenas o varios cientos de
veces superior al promedio de los últimos diez millones de años; lo que
representa un drástico incremento.
IPBES estableció en orden
decreciente cinco impulsores para ese deterioro: 1. Cambios en el uso de la
tierra y el mar; 2. Explotación de organismos; 3. Calentamiento global; 4.
Contaminación y 5. Especies invasoras. Pero en resumen, nuestras actividades están
afectando un 75% de la tierra firme y un 66% de los mares. Hemos perdido ya el
85% de los humedales. El 25% de las especies de animales y plantas estudiado está
amenazado, lo que implica un millón de especies en peligro de extinción. La
cantidad de corales vivos en los arrecifes se ha reducido a la mitad en los
últimos 150 años, acelerándose la disminución durante los últimos decenios. La
lista de malas noticias se hace infinita.
El calentamiento global, la tercera
causa directa del deterioro, es también una de las principales causas
indirectas y tiende a incrementarse en el futuro. Las especies invasoras y la contaminación
también van en aumento.
Durante los últimos 50 años, la
población se duplicó, la economía se cuadruplicó y el comercio se decuplicó
incrementando la demanda de energía y materiales. Los incentivos económicos que
mejoran la rentabilidad son también los que dañan el ambiente. Por otro lado, la
presión sobre las comunidades locales y los pueblos indígenas que cuidan ese ambiente,
se ha incrementado.
Según el informe, las metas
establecidas en 2010 en la ciudad de Aichi, Japón, no van a cumplirse en 2020
como estaba previsto. Tampoco se cumplirán para el 2030 el 80% de las metas
previstas en los Objetivos para el
Desarrollo Sostenible establecidos por la ONU relacionados con la
pobreza, el hambre, la salud, el agua, las ciudades, el clima, los océanos y
las tierras. Los peores efectos caerán sobre los pueblos más pobres y las tendencias
negativas en las contribuciones de la naturaleza a las personas continuarán
hasta el 2050.
Según IPBES,
el cambio todavía es posible pero
tendremos que hacer cada vez más cosas en menos tiempo. No basta con
trabajar sobre los impulsores directos del cambio, también debemos modificar
nuestras acciones. Se debe capacitar a las nuevas generaciones y cambiar el
paradigma que iguala el crecimiento económico con la pujanza, por otro que
identifique la eficiencia con la prosperidad.
Un mundo inestable
El homo sapiens
existe desde hace 200.000 años. Es difícil hacer la cuenta pero con un alto
grado de certeza, antes del año cero de
nuestra era, la población humana nunca fue mayor a los 250 millones de
habitantes. Cuando Cristóbal Colón descubrió América, 1500 años después, éramos
500 millones, y 1.000 millones cuando EEUU celebró su independencia. Éramos
2.000 millones cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial; 4.000 millones en
1975 y 6.000 millones al final del siglo XX. En la actualidad (2020) somos unos
7.800 millones de seres humanos. Desde el año cero, la población crece cada vez más en menos tiempo. Hoy en día, cada 1.000 personas, nacen 19 y
mueren 8. Si realizamos una proyección hacia delante, observamos
que el crecimiento está forzado a decrecer hasta hacerse constante. Los
estudiosos ya conocen este comportamiento. Su proyección sigue una función “sigmoidea”
o “logística”, que tiende a estabilizarse en torno a un número llamado
capacidad o límite de carga. Se trata de la máxima población que nuestro medio
ambiente puede soportar. Según estudios demográficos, el crecimiento de nuestra
población se irá deteniendo hasta llegar a un máximo de entre 10.000 y 12.000 millones de habitantes antes del 2100. Por supuesto, no
sabemos exactamente lo que ocurrirá después, pero solo hay dos
alternativas: la adaptación o la extinción.
La mejor
forma de ver nuestra situación es a
través de la imagen. En las figuras 2 y 3 pueden verse dos curvas. Ambas representan la evolución de nuestro número de
población. El punto cero en el eje horizontal representa el instante actual con
7800 millones. Todo lo que ocurre a la
izquierda de este punto ya lo hemos pasado y es igual en las dos curvas. A la derecha está el futuro. Existen dos posibilidades: o nos adaptamos a nuestra tecnología, se estabiliza
la población y perduramos, como expresa la alternativa “A” (fig. 2), o nuestra
civilización se extingue antes de llegar al máximo de carga, como expresa la
alternativa “B” (fig. 3).
Figura 2. Crecimiento poblacional con adaptación (Alternativa A) |
Figura 3: Crecimiento poblacional con extinción (Alternativa B) |
Existe algo muy evidente que puede verse a la vez en las dos
curvas: Vamos hacia un choque. Lo que hemos
representado mediante una recta horizontal llamada “máximo” es el límite de
carga, y siempre existirá. Puede ser que el máximo esté un poco más arriba o un
poco más abajo, pero siempre estará. Esto es importante porque esa recta
significa que hay un límite para el crecimiento de la curva. Como la curva se
dirige hacia esa recta, evidentemente hay un choque en ciernes. La velocidad a
la que crece nuestra población está indicando que el máximo de carga ya está
encima de nosotros. No se trata de un lejano choque que alguna vez ocurrirá; se
trata algo que ya está ocurriendo y que durará unas pocas décadas.
Pero el hecho de que nuestra
población se esté chocando con la capacidad de carga de su ecosistema, no
implica que lo estemos destruyendo. Si deseamos ver la destrucción
medioambiental debemos revisar otros indicadores.
La huella ecológica
Una capacidad de carga entre 10.000 y 12.000 millones de pobladores es realmente una estimación burda. Para saber exactamente cuanta gente cabe aquí, debe hilarse más fino. La cantidad de hectáreas que utiliza un individuo para vivir es su huella ecológica, un indicador desarrollado en 1996 por Mathis Wackernagel y William Rees para medir nuestro impacto ecológico en el planeta. Se trata de un algoritmo que traduce a hectáreas globales (hag) los recursos que consumimos y los residuos que generamos durante un año con la tecnología actual. Esas hectáreas son nuestra huella ecológica. Obviamente, distintas personas tienen una diferente huella ecológica, según la cantidad de recursos que utilizan y la cantidad de residuos que generan. Por otro lado, la biocapacidad del planeta es la cantidad de hectáreas que queda definida por los insumos que puede generar y los residuos que puede procesar durante un año con la tecnología actual sin que se acumulen alteraciones. La diferencia entre la biocapacidad del planeta y la huella ecológica de nuestra especie, es actualmente deficitaria. Esta situación existe hace varias décadas y se va acentuando con el tiempo. Según la WWF, utilizamos 1,6 planetas por año (con datos del 2014), y el saldo que el planeta no puede proporcionar, lo tomamos del futuro. Una situación insostenible.
Una reducción de nuestro crecimiento
poblacional no arregla el asunto. En general, los países que menos crecen son
los más desarrollados. Pero mayor desarrollo representa mayores recursos y consecuentemente mayor huella ecológica. Para ser estable, la población necesita consumir una
porción todavía mayor de nuestro mundo.
En resumen, existen pocos que
consumen mucho y muchos que consumen poco. En promedio, consumimos más de lo
que la tierra puede producir y digerir. Pero los que consumen mucho se
horrorizan de lo apocalíptico de nuestro discurso y pregonan un futuro venturoso para todos mientras protagonizan la más absurda desigualdad.
Para terminar, hemos dicho que nuestra
especie tiene unos 200.000 años. Si las gráficas que mostramos en las figuras 2 y 3 se iniciaran
allí en lugar de hacerlo hace 8500 años, no veríamos curvas sino vértices; solo
un escalón (en el primer caso) o una pico vertical (en el segundo caso). Esta
perspectiva no deja de ser interesante, porque 200.000 años son sólo el 0,005%
de la historia de la vida en la Tierra. Si aún dentro de ese pequeño intervalo,
nuestra población evoluciona tan rápidamente que no puede visualizarse la curva
de ascenso porque esa curva es un vértice afilado, entonces ese ascenso vertical
debe ser absolutamente fugaz e inestable. Si pensamos que la población ascendió
de 250 a
7.800 millones en 2.000 años, estamos hablando de un suceso ocurrido en el 1%
de tiempo de esos 200.000 años, esto es, el 1% del 0,005% de nuestro pasado
biológico. Cuando decimos que nuestra civilización actual es inestable, nos
referimos a esta fugacidad.
Lo más importante de un discurso no es su contenido sino su
veracidad. No importa si nuestro discurso es optimista o apocalíptico; importa
saber si es verdadero o falso. Para saberlo debemos nutrirnos de evidencia que
lo corrobore: El proceso es simple: alguien propone una afirmación de cuya veracidad dudamos; entonces diseñamos
experimentos y finalmente tomamos la decisión de adoptar o descartar la
afirmación, según el resultado de los experimentos que hemos diseñado. De este
modo obtenemos la veracidad de una afirmación como resultado de una acción
concreta. Pero no siempre tiene que existir una acción concreta para obtener evidencias de la realidad.
Supongamos que mi hijo y yo llegamos a casa con un
hermoso cachorrito nuevo. Vivimos en un departamento, pero está permitido tener
una pequeña mascota. Y mi hijo ama a los perros, así que aterrizamos en la casa
con el pequeño animalito. Era muy cómico verlo actuar cuando llegamos, porque
el perrito movía la cola todo el tiempo pero no tenía fuerzas siquiera para
subir a los sillones. Ya tendría tiempo de aprender. Era un perro muy pequeño y
el departamento parecía ideal para él.
—Conozco esa raza —dijo mi mujer—. Cuando crezca se pondrá enorme
y ya no cabrá aquí.
Mi hijo se había encariñado y yo no estaba dispuesto a
dejarlo ir.
—Yo lo veo perfecto para la casa —dije. Y no se habló más.
Pero mi mujer estaba en lo cierto. Verificarlo no fue algo
que resultara de un trabajo previo de
búsqueda de la verdad. No fue una evidencia concreta, sino algo paulatino y
constante. Simplemente el perro se hizo enorme. Y llegar a reconocerlo nos
llevó un tiempo…
—¿Usted es el hombre del departamento del perro grande? —decían
los vecinos.
No había dudas: El perro era grande.
En general la evidencia llega como resultado de un esfuerzo
previo por conseguirla, pero a veces nos llega sola, paulatinamente, porque
algo que era pequeño se tornó muy grande; algo que era muy lento se tornó
veloz; algo que era inerme se tornó peligroso. Y este es justamente el caso
aquí. La figura 2 lo muestra cabalmente. Nuestra población era pequeña y ahora se ha tornado muy grande, la
velocidad a la que esa población crecía era muy lenta y ahora es muy veloz. Es
tan veloz que la cantidad máxima de personas que puede sostener este planeta (con
nuestro modo actual de interrelación con las cosas) está a unas pocas décadas
de distancia. Nada de esto es un invento nuestro. La curva que describe el
comportamiento de nuestra población es una curva logística común y corriente, que describe también el comportamiento poblacional de muchos otros animales. Es
fácil ver que vamos a chocar contra la capacidad de carga. Y como siempre
ocurre en estos casos, llegar a reconocer la inminencia del choque, puede
llevar tiempo.
Conclusiones
Nuestra tarea aquí consiste en mostrar que ese choque ya está
ocurriendo y que resulta sumamente peligroso.
Primero mostramos que existe un mecanismo típico que lleva a una inestabilidad esencial. caracterizada por un incremento sistemático de la tecnología y la población humana.
Después mostramos que nuestras probabilidades de extinción son ahora mayores que hace unos milenios; que las armas de destrucción masiva son un factor de extinción y que su naturaleza es tecnológica.
Después mostramos que nuestras probabilidades de extinción son ahora mayores que hace unos milenios; que las armas de destrucción masiva son un factor de extinción y que su naturaleza es tecnológica.
Mostramos que existe un discurso científico mayoritario que
nos dice que la temperatura de la atmósfera se está incrementando entre otras
cosas debido a nuestras acciones. Entre los protagonistas de este discurso se
encuentran las Naciones Unidas a través del IPCC.
También de la mano de la ONU se ha mostrado, a través del
IPBES, que nuestras actividades alteran drásticamente a la naturaleza,
incluyendo la biodiversidad y los servicios que nos prestan los ecosistemas
naturales.
Vimos que la huella ecológica humana es mayor que lo que el mundo produce y que si persistimos con nuestros hábitos de consumo, alteraremos el medio ambiente de un modo irreversible.
Vimos que la huella ecológica humana es mayor que lo que el mundo produce y que si persistimos con nuestros hábitos de consumo, alteraremos el medio ambiente de un modo irreversible.
Lo que la lógica dice que debe ocurrir, las evidencias
muestran que está ocurriendo. No se trata de algo que sucederá en el futuro
sino de algo que está ocurriendo ahora mismo. Nuestra civilización necesita
adaptarse a la tecnología que produce porque si no logra adaptarse podría
extinguirse.
La pregunta por la inteligencia y la tecnología fuera de la
Tierra es una pregunta falaz si obviamos el trámite de verificar cuán
perdurable es una civilización tecnológicamente más avanzada que nosotros. La
única que conocemos es la nuestra, y hemos mostrado en este capítulo que resulta
sumamente inestable.
¿Será la inestabilidad de nuestra civilización un atributo
propio de los hombres o se tratará de una inestabilidad típica en la evolución
de cualquier civilización tecnológica? Es
una buena pregunta para desarrollar en las siguientes entregas.
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